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Tribunales a Modo

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Teresa Gil

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Pocas esperanzas se avizoran con el control político que ejercieron tres partidos PRI, PAN y PRD, al imponer a los siete magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que será el encargado de  dirimir las elecciones federales del 2018. El desaguisado se dio el jueves 20 de octubre en el llamado Senado de la República. Cuando la política controla los tribunales y éstos trabajan por consigna e inclinan la cerviz, ya hay muy poco que hacer. Si el control se instala en quienes imparten la justicia, ¿que espera el pueblo mexicano? La actuación de  juzgadores y consejeros ya ni siquiera guarda las apariencias. Recientemente lo vimos con  dos situaciones que han venido de un tribunal electoral y un  instituto electoral, pero uno de ellos el TEPJF, navega en la Suprema Corte; toca de cerca, por lo tanto, a la supremacía del poder judicial. El otro es de la Ciudad de México. El primero para  quitarle el triunfo con una determinación formalista y poco creíble, a la ganadora de Morena en la capital de Zacatecas  Soledad Luévano Cantú  lo que ha sido considerado un  mensaje para AMLO; el segundo, para exonerar a un acusado de trata y utilización de recursos públicos, como Cuauhtémoc Gutiérrez. Las evidencias del abuso del poder son abrumadoras. Ahora es el legislativo el que sirve de correa de trasmisión al ejecutivo, para forzar el control de elecciones en las que el PRI quiere seguir usufructuando el poder, después de la debacle de junio pasado cuando el votante le dio la espalda. Pero siempre hay fórmulas y lo vimos en el 2012 con todas las irregularidades que llevaron al triunfo al PRI, apoyado por el cómplice Partido verde. Lo peor es que en el caso actual a tres de los magistrados los tendremos nueve años, con presupuesto asegurado; ellos son Janine Madeline Otálora Malassis, Mónica Aralí Soto Fregoso y Felipe de la Mata Pizaña. Los otros son Felipe Alfredo Fuentes Barrera y Reyes Rodríguez Mondragón por seis años y José Luis Vargas Valdez e Indalfer Infante González por tres años. No hay que olvidarlos cuando los avatares electorales del 2018 nos provoquen dudas en la justicia.  Era solo un joven de 24 años, cuando Stephen Crane escribió La Roja insignia del valor (Centenares de ediciones, la que tenemos Debolsillo 2012) y lo convirtió en un  clásico. A reserva  de escribir de esa excelente novela, nos volcamos ahora a uno de sus cuentos famosos La ilusión en blanco y rojo, para introducir la percepción que el siempre joven -murió a los 28 años de tuberculosis-, tuvo de como una causa judicial puede ser trastocada por la influencia, la manipulación y la mentira. Además de la consigna, en los expedientes -sean judiciales, electorales, administrativos, militares-, existe la intencionalidad y los prejuicios del juez, sus respectivas negociaciones como se ha demostrado en los últimos tiempos y los argumentos más comunes: falta de pruebas, falta de requisitos, extemporalidad, etcétera; independientemente de jueces extraordinarios que dedican su vida a la verdadera justicia y cuya honorabilidad hay que recalcar. En el cuento de Crane, un  hombre mata a hachazos a su esposa delante de sus hijos, todos menores de edad. La sepulta en el predio que tiene y regresa para decirles que un  hombre “de pelo rojo y enormes dientes blancos”, había matado a su madre. Los niños se quedan sorprendidos, pero es tanta la insistencia y las pruebas aportadas por el asesino que los niños empiezan a dudar y terminan declarando ante el juez que el que mató a su madre, fue un  hombre tal como lo describió el padre. Una de las niñas, de cinco años, aporta incluso sus propias pruebas para apoyar la versión paterna. El sensible escritor que fue Crane- reportero y corresponsal de guerra en varios países, Cuba entre ellos- trata de demostrar que la verdad jurídica no consiste solo en la evidencia, sino en los subterfugios que se le atraviesan en el camino y de los cuales hay que desbrozar la resolución del juzgador; que no siempre es la apropiada. Por fortuna, el hombre cae en contradicciones y los jueces que en este caso eran sensibles, aprovechan y lo condenan a la horca. No obstante, los niños siempre se quedaron con la idea de que quien había asesinado a su madre, era un hombre “de pelo rojo y enormes dientes blancos”

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