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Salvador Flores Llamas

La pasada elección destapó unos presidenciables y enterró a otros. De los primeros son claros el Peje y el Bronco; de los segundos son Miguel Ángel Mancera, José Calzada, si tuvo alguna posibilidad, y Rodrigo Medina, que –dicen– llegó a ilusionarse. A aquéllos hay que agregar a los titulares de Hacienda, Videgaray y de Gobernación, Osorio Chong, y algunos añaden a Beltrones, por si lo aceptan en Los Pinos.

 

Eso confirma que los comicios de medio sexenio perfilan de alguna manera el panorama de la elección presidencial.

También se desprende que Mancera deberá hacer cambios de gabinete: Héctor Serrano, su operador electoral y secretario de gobierno, lo mandó hoyo, al apoyar a pie juntillas la mafia que controla lo que queda del PRD, los Chuchos, sin tender ningún puente hacia  López Obrador, con quien compartirá obligadamente el gobierno en situación nada favorable.

Por eso es muy difícil que se erija de nuevo en abanderado presidencial de la izquierda, sitio que le abonó su antecesor Marcelo Ebrard por su gran desfalco al erario con la fracasada Línea 12.

Pasados los comicios, Mancera criticó al PRD por ir de “derrota en derrota”,  dijo que su relación con Amlo es cordial y seguirá siéndolo porque lo importante es ir hacia adelante. Más le vale.  A toro pasado se sintió valiente y  destapó su ambición presidencial, que había tratado de encubrir.   

También debe meter barredora en otras dependencias: Acusan a Rosa Icela Rodríguez, de Sedesol-DF, de haber auxiliado a Morena con programas sociales, por su proclividad hacia Amlo; como en lo federal imputan a Rosario Robles que ayudó a su amigo Ricardo Monreal para ganar colonias proletarias, como Atlampa y Guerrero, emblemáticas, de la delegación Cuauhtémoc.

Por asirse con las uñas al control del sol azteca, Jesús Ortega lo hundió, y su testaferro Carlos Navarrete careció de visión para aproximarse al Peje, cansado de sus consignas terminantes que padecieron largo tiempo; pero sin ver que necesitaba de algo para un caso de debacle, como la escandalosa que sufrió en el DF y en gran parte del país.

No sólo arrastrará la cobija en las delegaciones y la Asamblea Legislativa capitalinas; en el resto también, con excepción de Michoacán, donde Silvano Aureoles triunfó con el favor de Peña Nieto, como él mismo lo propaló y hay pruebas, una: el exgobernador defenestrado Fausto Vallejo lo respaldó visiblemente, y bien dicen que “las penas con pan son menos”. 

Cuando Fausto no podía sino seguir la línea que le indicara EPN, porque su hijo Rodrigo estaba encarcelado por cómplice de la Tuta (lo que no pudo hacer sin el visto bueno de papi). ¡Qué casualidad! el vástago quedó libre la víspera de la elección.

La izquierda, pues, ahondó su fractura, lo que favorece a Andrés Manuel, quien ya tiene un mariscal que le cuide el DF en Monreal, que hábilmente halló la forma de discutirle estrategias, sin echárselo encina; al contrario con toda su confianza, al grado que, si la salud delPeje fallara, el enriquecido exgobernador de Zacatecas sería su relevo presidencial natural.

El PAN no se salvó de chamuscarse con Gustavo Madero, precandidato presidencial, pues le faltó colmillo político, igual que a Rafael Moreno Valle, quien también falló en Puebla, y limpiaron el camino a Margarita Zavala a la candidatura con sus asegunes.

Llega la hora de un autocrítica severa dentro del panismo para que cada quien asuma sus culpas y proceda en consecuencia.

Madero y Calderón se atrincheraron en sus intereses y –a excepción de Michoacán y Querétaro- impusieron sus candidatos, sin preferir a los más convenientes en cada caso para dar una batalla seria que enfilara al partido al 2018 con buenas perspectivas.

En Michoacán ambos apoyaron a la Cocoa, a quien -¿quién lo diría?- le perjudicó la presencia de su hermano Felipe, pues hasta ahí iba muy bien, pero después se calló porque sus paisanos no perdonan a Calderón que no les cumplió la promesa de poner a su estado en primera línea; se dejó comer el mandado por el pillastro de Leonel Godoy, quien no se cansó de restregarles que les había fallado su Presidente.

En Querétaro intervino Ricardo Anaya, el nuevo líder panista, quien le dio la mano a Francisco Domínguez, pese a que él también quería ser gobernador; hicieron al lado los “ismos” y del brazo propiciaron el triunfo.

En San Luis Potosí el calderonismo prefirió a una burócrata partidista, sin liderazgo ni ascendiente, Sonia Mendoza, y Zapata Perogordo (hoy disfrazado de maderista fue precandidato de nuevo) le entró a comprar votos y a topillos como ella y entramparon la elección, que, unidos, la hubieran superado con creces.

Vale anotar que el ex gobernador Marcelo de los Santos apoyó a Carreras, el prospecto priista que ganó, en traición al partido que lo llevó al poder, aunque nunca fue panista.

Como en Jalisco otro exgobernador, Emilio González Márquez, también traicionó al PAN y apoyó abiertamente a Enrique Alfaro para alcalde de Guadalajara, pero allá no lo perdonaron y lo expulsaron del partido.

Felipe no quiere entender que no puede abrogarse al PAN como propiedad suya, como el Peje a Morena; porque el tabasqueño jamás ha presumido de demócrata y obedece a su ADN priista; en cambio Calderón mamó el panismo en la cuna y debe entender que lo dañó bastante con controlarlo estilo PRI desde Los Pinos.

Además, Margarita también tiene sus rescoldos, por más que caiga bien y haya hecho buen papel como Primera Dama.

Madero no es la gran maravilla y le falta colmillo político, por sus torpezas el partido anda arrastrando la cobija.

¿Será mucho pedir a quienes se dicen herederos de los humanistas que abrieron brecha a la democratización de México, que recuerden que su lucha “es brega de eternidades?

Al recoger los restos del desastre, todos los “ismos” azules deberían llegar al mejor acuerdo, por el país y por los panistas que aún llevan en el corazón la camiseta, hacen talacha y se la juegan por su partido.

Eso en cuanto a los opositores, tenidos por medio serios y quieran empujar a México a la superación auténtica, que tanto merece. 

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