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Tradición, fracasos deportivos

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Agora Deportiva

Jesús Yáñez Orozco 

En la medicina del deporte están fincados los triunfos de un país hace 50 años. Eso hace la diferencia entre las naciones grandes y pequeñas en esta actividad. Y la sicología es parte fundamental de ellos. Cuando un atleta logra poner a raya sus demonios mentales lo más seguro es que se convierta en triunfador. O, cuando menos, aprende a disfrutar lo que hace. Deja de ser una suprema tortura el cotidiano esfuerzo físico.

 

Con mucho optimismo puedo asegurar, desde mi agorera experiencia de 35 años como reportero, que el deporte nacional está en pañales en este aspecto.

Recuerdo que cuando Nelson Vargas Basáñez llegó como titular de la Comisión Nacional del Deporte, durante el sexenio de Vicente Fox, redujo a una veintena el centenar de médicos del deporte, infraestructura que había creado durante su gestión al frente de ese organismo el ex marchista Raúl González.  

En parte por eso sus paupérrimos resultados.    

Pero hay excepciones:

Porque a ella no la permea la cultura futbolística del “ya merito” ni necesita escuchar el irremediable “sí se puede”, o el vacuo estímulo: “échale ganas”. Mucho menos el Cielito Lindo, canción que presagia derrota: “canta y no llores”.

Tampoco representa la canción de Chava Flores “¿a qué le tiras cuando sueñas mexicano?”

Ni en sueños pasa por su mente el coro  homofóbico de “¡puto!” en los estadios de la afición mexicana hacia el potero del equipo rival y que nos hizo famosos el mundial de Brasil 2014.

Porque la neta que el futbol es la antítesis de lo que ella representa como la mejor raquetbolista del mundo.

Honor a quien honor merece.

A los 25 años de edad, Paola Longoria está consciente que el triunfo, en cualquier ámbito de la vida, está en la mente. Sobre todo en el deporte.

Pocas veces es producto de la casualidad, esa de la que se alimenta al mexicano, sobre todo en todo lo que tiene que ver con el balompié, a través de la telemierda.

Longoria es la mejor raquetbolista del mundo: en casi cuatro años nadie la ha vencido en 141 partidos de manera consecutiva, marca histórica en este deporte. Ha conquistado 38 títulos al hilo. Y tiene el firme pensamiento de seguir ampliándolos.

Porque las limitantes son de uno. De nadie más. Y se llega hasta donde se quiere llegar.

Tiene varios retos inmediatos, Paola: Ser durante varios años de número uno, y terminar su maestría en Ciencias Políticas, que recién comenzó.

Incluso está considerada como una de las 50 mujeres más poderosas, según la edición de agosto de la Revista Forbes México.

Y a fuerza de ser sinceros, lo único digno de destacar en cuanto al balompié nacional: medalla olímpica en Londres 2012 y dos títulos mundiales Sub-17.

Y más, pa’que nos demos una idea de qué lado masca la iguana: De las famélicas 62 medallas conseguidas por México en olimpiadas, 13 son de oro, una de ellas de los Ratones Verdejos Piojetes.  

No más.

“Un caso raro – el suyo, admite– en un país en el que los deportistas que dominan el éxito no son abundantes y donde el futbol, el deporte de mayor convocatoria, tiene una larga tradición de fracasos”.

Eso sí, está orgullosa de pertenecer a una generación de deportistas que ya no se identifica con el “ya merito”, lugar común en el futbol, donde se celebraba el esfuerzo sin frutos.

Jugamos como nunca, perdimos como siempre.

Reflexiona: “Somos una generación que destaca, porque tenemos todo para lograrlo y sabemos que podemos, como en el tiro con arco, clavados, atletismo, disciplinas en las que hay deportistas que han cambiado su mentalidad”.

Por eso cuando piensa en el despliegue publicitario, de patrocinios y apoyos que se prodigan al balompié, mientras muchas disciplinas prometedoras quedan a la sombra,

Paola no puede evitar su frustración.

Le “decepciona” que el futbol acapare toda la atención, no sólo por el raquetbol, sino por varios deportes en los que hay talento, pero la competencia con el deporte masivo no es equitativa.

Soy de los que sostiene, al igual que Ana Gabriela Guevara, que el deporte de las patadas debiera estar fuera de los Juego Olímpico. Nada tiene que ver el esfuerzo de estos jugadores, tres horas en promedio diarias, en contraste con el que realizan los atletas de alto rendimiento –entre seis y ocho horas, durante un ciclo olímpico: cuatro años.    

Sin duda, Paola es uno de los mejores ejemplos de éxito en la historia del deporte mexicano, aunque sin el esplendor que tienen otras disciplinas más comerciales, incluso box.

Está consciente, con sentimientos encontrados,  que es la máxima autoridad en un deporte que, mientras no sea parte de las disciplinas incluidas en Juegos Olímpicos, está condenada a vivir en la discreción.

Esta es, quizá, su quimera: “Que mi disciplina sea parte del deporte olímpico. Pienso que puedo comparar mi caso con el de la golfista mexicana Lorena Ochoa, pues ella también fue número uno durante mucho tiempo y ahora su deporte es  olímpico”.

–Pero Lorena Ochoa no disfrutó competir en Juegos Olímpicos. ¿No sería injusto para tu carrera que te sucediera lo mismo?

–Sí, claro que sería injusto y triste ver el raquetbol en Juegos Olímpicos y que yo no pudiera jugarlo. Pero al menos me quedaría con la satisfacción de que contribuí para que mi deporte se convirtiera en disciplina olímpica.

Pero Paola deja atrás todo eso que considera que impide que el raquetbol se convierta en disciplina olímpica, como los líos en su federación.

Ella prefiere concentrarse en lo suyo: Ser la mejor del mundo.

La respuesta para el éxito de Paola es que ganar o perder está en la mente.

“Una vez dudé y perdí, cuenta la jugadora. Antes de salir a competir me pregunté: ‘¿qué pasa si pierdo?’ Y literal, perdí”, recuerda riéndose.

Aunque esté tan familiarizada con el éxito, rememora con vivacidad una temporada en la que vivió en Estados Unidos, en 2008, en la que nada logró.

Ni siquiera llegaba a las finales. Estaba frustrada porque no había cumplido su meta de ser la mejor y había dejado atrás toda una vida a la que tenía que regresar sin nada.

Estaba segura de que tenía talento, que, como todo atleta profesional, trabajaba para ganar. Veía el desempeño de sus contrincantes y sin embargo no conseguía vencerlos. Tenía todo. Pero lo que no tenía era la mentalidad, dice convencida al periódico La Jornada.

Y para trabajar en ese sentido acudió con una sicóloga deportiva, a la que atribuye parte del éxito que ha acumulado en estos años.

A lo primero que le ayudó Magali Cerón, su sicóloga, “fue a creérmela”, dice como si fuera un simple asunto de voluntad.

Pero luego lo explica para demostrar cómo operó ese cambio.

“Con ella aprendí a manejar mis emociones durante el juego. A no permitir que mis rivales me sacaran de ritmo. A no enojarme para poder reaccionar de acuerdo con la estrategia, y también a no paniquearme”.

Longoria no sólo agradece el trabajo que su sicóloga hizo para derribar los lastres que la anclaban en la derrota, porque en el extremo opuesto, cuando ganar se convierte en rutina.

También existe la amenaza de perder ese impulso con el que se pelea hasta el último segundo para arrebatar un triunfo. Paola no quería que ganar se volviera un “hábito aburrido”.

Hoy trabaja con su sicóloga también para no perder el hambre de triunfo, sed de ganar siempre.

“Mi primer propósito fue no perder, ser la número uno del ranking mundial, luego pasar de 138 triunfos consecutivos y así llegué a los 141: planteándome retos todo el tiempo para no perder la sed de ganar”, indica la raquetbolista, que hace poco más de una semana consiguió su primer título de Gran Slam del año en San Luis Potosí”.

Desde entonces es imbatible.

“No necesito convencerme de ganar, porque si ya lo hice una, lo hago dos y tres veces más. Y así hasta llegar a 141. Al menos hasta hoy”.

Historia de ejemplares triunfos que no es obra de la casualidad. 

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