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Nos hemos acostumbrado a ver en los noticieros, caravanas de personas cargando hijos y alguna ropa, durmiendo sobre cartones en terminales de autobuses y plazas públicas, surcando mares en lanchitas atestadas y sufriendo lo indecible para llegar a otro país.

 

Son uno de cada 78 habitantes de nuestro planeta y no emigran por gusto; huyen de guerras, violencia y pobreza y muchos topan con la muerte.

Como el niñito sirio de tres años, Aylan Kurdi, cuyo cuerpo boca abajo fue arrojado a una playa del Mar Egeo en 2015 tras ahogarse junto a su madre y hermano, al zozobrar la patera en la que pretendían llegar a Grecia.

Como los 51 hombres y mujeres, 27 de ellos mexicanos, que este lunes murieron asfixiados en la caja sin ventilación de un trailer que los criminales que los trasladaban abandonaron en una carretera de San Antonio, Texas, tras rociarles condimento de alimentos para disimular el olor.

Ellos y los 14 que se salvaron serán parte de la cifra de desplazados del próximo año; la actual es ya de cien millones, informó el 20 de junio Día Mundial de los Refugiados, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas.

El número se ha duplicado en menos de una década y no incluye a los cinco millones de ucranianos que por la agresión rusa, han buscado protección en naciones vecinas; principalmente en Polonia.

Y según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, la cantidad de menores migrantes es la mayor desde la Segunda Guerra Mundial.

Tres de cada cuatro refugiados permanecen fuera cuando menos 5 años y requieren viviendas, alimentos, ropa, agua, médicos, medicinas y empleos para ser autosuficientes y poder educar a sus hijos.

Por ello, la ACNUR pide a los gobiernos implementar marcos jurídicos y sociales que lo hagan posible y al sector privado que les dé trabajo, porque además de aportar nuevas habilidades y talentos si tienen dinero impulsarán la economía local.

Algo indispensable porque cuatro de cada cinco desplazados, llegan a países en desarrollo con dificultades monetarias.

En 2021 la lista la encabezaron Turquía que recibió a tres millones 800 mil; Colombia y Perú a un millón 800 mil y un millón 300 mil; Uganda y Pakistán a millón y medio; Líbano donde uno de cada ocho habitantes es refugiado y Costa Rica que, con una población de cinco millones, ha acogido 150 mil nicaragüenses.

Alemania es el único país desarrollado que ha aceptado a alrededor de 130 mil inmigrados.

La ACNUR advierte que faltan estadísticas que den un panorama preciso tanto de la crisis, como de las políticas que permitan que el retorno, deseo de la mayoría, sea lo antes posible.

Por México cruzan cientos de miles de desplazados: centroamericanos, cubanos, haitianos, venezolanos y ahora hasta ucranianos, engañados por mafias que les prometen residencia en Estados Unidos.

Y que, tras caminar semanas o meses enfermos, sedientos y hambrientos con lluvia, calor o frío y pies destrozados por las ampollas, recorrer desiertos llenos de serpientes y cruzar el Río Bravo con miedo a ser vistos por la patrulla fronteriza, sobreviviendo a robos y violaciones de narcos y a ninguneos de las autoridades mexicanas, llegan a la frontera solo a constatar que son rechazados por EU.

Muchos no pierden la esperanza y se quedan meses en ciudades como Monterrey, Torreón y Tijuana, padeciendo y causando problemas sin fin.

Los miles de niños que viajan solos y los cientos de miles de madres y padres que van con hijos y apenas una muda de ropa, recurren a centros de migrantes atendidos por religiosos que no se dan abasto.

Y que les han instalado cargadores para celulares porque saben que por pobres que sean, todos llevan uno; es su contacto con   compañeros y familiares que dejaron detrás.

Indigna que tanta tristeza, reditué a los traficantes de personas miles de millones de dólares.

Seguramente actúan en complicidad con funcionarios del gobierno mexicano que pretextando ignorar quiénes son, no los detiene; lo que suena raro, porque en todos los poblados se sabe dónde vive el “pollero” y las fechas que saldrá con nuevos cargamentos humanos, que deben pagarle entre diez mil y quince mil dólares por persona.

Datos del Banco Mundial afirman que antes de la pandemia, ganaban seis mil 750 millones de dólares al año.

Y la desigualdad se expresa hasta en la forma del viaje; los que menos pagan, son expuestos a más riesgos y hasta abandonados en el camino.

La situación de la migración latinoamericana es tan grave, que obligó a los mandatarios presentes en la cumbre de principios de este junio en Los Ángeles, a firmar compromisos para reducirla y colaborar con los países que más desplazados reciben.

Veremos si cumplen.

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