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Obesidad, cuestión de pesos

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  • Podrá vencerse la obesidad cuando los satisfechos empresarios, los obsesos administradores de los poderes fácticos, se decidan a crear empleos bien remunerados, a efecto de que sus trabajadores puedan alimentarse con lo que necesitan, y no atragantarse con lo que puedan

 

 
La costumbre del poder

Naturalmente hay obesos entre la plutocracia, pero son los menos. Bien visto Carlos Slim está sobregirado de peso, pero en él se acepta, por como viste, bebe y come, por como gasta y manda, pregunten, si no, a Felipe González.

 

Han desvirtuado totalmente el problema de la obesidad en México, y colocan su solución bajo el aura de Mercedes Juan, como si fuese un asunto de salud y no de opciones y limitaciones, de pobreza versus oportunidades, de alcance del poder adquisitivo del salario. No nos equivoquemos, la gordura es una enfermedad de pesos y centavos, porque entre quienes la padecen se redujeron drásticamente las posibilidades de elegir, pues su ingreso, junto con el de su familia, nada más les permite adquirir lo que pueden, nunca lo que quieren o por razones de salud necesitan.

Quien conozca los hábitos alimenticios de los mexicanos podrá constatar que, en su origen, son sanos. Se desajustaron en cuanto las calorías resultaron más baratas de obtener que las proteínas. Son más caros dos litros de leche que dos de Coca-Cola. Los tacos resultan de más difícil adquisición que las tortas de tamal o las Guacamayas y, además, llenan menos; las frituras y las fritangas son más baratas que la fruta y las verduras, y éstas nunca dejan la barriga llena y, mucho menos, el corazón contento.

Tampoco es un problema de origen educacional y que se resuelva con la reforma educativa. Los mexicanos de la clase media (inexistente ya) hacia abajo, se atragantan con lo que pueden, y en cuanto se trata de fiestas y festividades, pues hasta el alcohol les pusieron fuera de precio, porque el tequila blanco, el mezcal, que tienen menos azúcares y carbohidratos que los rones y los brandis, dejaron de formar parte del uso recreativo de los mexicanos, de allí que la SCJN piense en la mota como sustituto, porque es más barato, hace menos daño y, dígase lo que se diga, doctor Mondragón, tampoco es que apendeje más que el alcohol. Las estadísticas dejan en claro los verdaderos estragos del alcoholismo: violaciones intrafamiliares, violencia doméstica, crímenes, suicidios, y hasta golpes de Estado, no olvidemos a Victoriano Huerta. En cambio, los pachecos no le entran a la política.

En esta nación podrá vencerse el problema de la obesidad cuando los satisfechos empresarios, los obsesos administradores de los poderes fácticos, se decidan a crear empleos bien remunerados, a efecto de que sus trabajadores puedan alimentarse con lo que necesitan, y no atragantarse con lo que puedan.

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