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martes, abril 30, 2024
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Ley del Esfuerzo Invertido: cuanto más queremos algo, más lo alejamos

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A todos nos ha pasado alguna vez: nos esforzamos mucho por conseguir algo, pero no lo logramos. Aunque le dediquemos toda nuestra atención, fuerzas y energía, no avanzamos. La meta que tanto ansiamos se vuelve cada vez más elusiva y se va desvaneciendo. También ocurre en las relaciones interpersonales: cuanto más intentamos acercarnos a una persona, más se aleja.

Entonces, cuando finalmente tiramos la toalla, nos preguntamos qué hemos hecho mal. Echamos la vista atrás, nos obsesionamos e intentamos encontrar el paso en falso, el momento en que fallamos, la palabra fuera de lugar, la razón que explique por qué no lo conseguimos.

Sin embargo, aunque puede parecer un contrasentido, a veces fallamos porque nos esforzamos demasiado. Porque a veces, para conseguir una meta simplemente debemos serenarnos y relajarnos un poco.

¿Qué postula la ley de la retrocesión?

Si no sabes nadar y caes al agua e intentas mantenerte a flote desesperadamente, lleno de angustia, con todo el miedo natural que tienes por no saber nadar, cuanto más te muevas y sacudas, más te hundirás y más deprisa. La teoría del esfuerzo invertido consiste sencillamente en relajarte, en pensar que si estás tranquilo y llenas los pulmones de aire, eso te hará flotar y no te ahogarás”, escribió el filósofo Alan Watts.

Inspirado en las antiguas enseñanzas del sabio chino Lao-tze, Watts apuntó lo que a primera vista parece un contrasentido, pero que todos hemos vivido: “cuando intentas permanecer en la superficie del agua, te hundes; pero cuando tratas de sumergirte, flotas”.

Con la ley del esfuerzo invertido o ley de la retrocesión, Alan Watts nos recuerda que, aunque muchas veces tenemos que esforzarnos para aprender, crecer y superar los obstáculos, en otras ocasiones debemos serenarnos y bajar la marcha para que las cosas salgan bien. En vez de seguir adelante como sea, nos anima a dar un paso atrás para asumir la distancia psicológica que nos permita valorar en su justa medida la complejidad de la situación que estamos viviendo.

Más esfuerzo no siempre es sinónimo de más logros

En un mundo basado en la cultura del esfuerzo, desapegarnos del ímpetu por conseguir algo es particularmente complicado y a menudo incluso se confunde con la apatía o la mediocridad. Sin embargo, la sobreexcitación, la agitación y la precipitación no suelen ser buenas consejeras, mucho menos en aquellas situaciones que demandan reflexión, ecuanimidad y tiempo.

La impulsividad y la obcecación nos impiden alcanzar el grado de lucidez necesario para comprender mejor el escenario en el que nos encontramos y sopesar nuestras opciones. Si nos agitamos, precipitamos y emprendemos acciones que disipan nuestra energía a diestra y siniestra, nos resultará más difícil alcanzar nuestro objetivo.

En ese estado, podemos movernos, pero no avanzar – o al menos no en la dirección que deseamos o a la velocidad necesaria. Cuando nos obsesionamos con un objetivo o nos empecinamos en seguir un camino, podemos llegar a desperdiciar una gran cantidad de energía. En esas situaciones, la obcecación nos impide ver y aprovechar otras oportunidades.

Cuando luchamos por alcanzar algo, podemos llegar a un punto en el que sentimos que no estamos avanzando. En ese momento comenzamos a sentirnos mal por no hacer lo suficiente y nos empujamos aún más. Nos obligamos a seguir. Pero esa presión a menudo solo sirve para aumentar el estrés y obstruir nuestro camino.

De hecho, las investigaciones sobre la productividad laboral muestran que en realidad solo somos productivos durante las primeras cuatro o cinco horas de cada jornada de trabajo. Todo lo que sigue implica una disminución considerable del rendimiento, hasta el punto que la diferencia entre trabajar 12 y 16 horas es prácticamente inexistente, excepto por el hecho que nos castigamos mental y físicamente.

La ley del esfuerzo invertido también explica algo tan cotidiano como el insomnio. Si nos despertamos a mitad de la noche y no logramos recuperar el sueño, lo peor que podemos hacer es pensar constantemente en cómo dormir porque eso conducirá a la frustración y nos mantendrá aún más despiertos. Es mejor aceptar la presencia del insomnio y dejar que el cuerpo vaya relajándose poco a poco hasta que caigamos en los brazos de Morfeo.

Ese mismo patrón se repite en las relaciones interpersonales. Cuanto más ansiamos que una persona esté a nuestro lado y más buscamos su compañía, más probable es que se sienta asfixiada y se aleje. De esta forma, aquello por lo que tanto luchamos termina escapándosenos entre los dedos. Aquello por lo que tanto nos esforzamos, se esfuma ante nuestros ojos.

La actitud adecuada para aplicar la ley del esfuerzo invertido

La ley del esfuerzo invertido no es sinónimo de resignación ni nos empuja a asumir una actitud pasiva. Todo lo contrario, incita a la reflexión. Nos motiva a hacer un alto en el camino para valorar las circunstancias y asumir la mejor actitud posible, tanto para nuestro bienestar como para la consecución de nuestras metas.

La ley del esfuerzo inverso nos dice que de poco vale alcanzar lo que deseamos si perdemos el equilibrio mental o la salud por el camino. Nos advierte que “perseguir” o “atar” a una persona no siempre es la mejor estrategia para atraerla o retenerla a nuestro lado.

En cambio, nos propone adoptar una estrategia diferente y aprender a fluir. Watts usó una metáfora muy ilustrativa: el agua se escurre cuando cerramos el puño, pero podemos retenerla cuando relajamos las manos formando un cuenco.

El mundo, las personas que nos rodean e incluso nosotros mismos necesitamos ese espacio vital imprescindible para ser y fluir. La presión provoca una asfixia psicológica que a menudo ejerce una fuerza en el sentido contrario y nos aleja de nuestros objetivos.

Incluso Aldous Huxley escribió: “cuanto más intentemos hacer algo con la voluntad consciente, menos éxito tendremos. La competencia y los resultados solo llegan a quienes han aprendido el paradójico arte de hacer y no hacer: combinar la relajación con la actividad”.

Se trata de darnos cuenta de que hay un momento para perseverar y otro para soltar. Esa actitud de desasimiento mental nos permite lograr nuestros objetivos sin añadir tanta tensión, ansiedad o angustia, con una actitud más serena y desapegada.

¿Cómo se logra?

Todo comienza con la toma de conciencia. Es decir, ser conscientes de que a veces no podemos nadar contra la corriente y es mucho más inteligente ir a su favor. Ese insight nos permitirá hacer frente a la situación de una manera diferente, gracias al aplomo que nace de la serenidad y la templanza, que se convierten a su vez en dos de nuestros mejores aliados a la hora de actuar.

Alan Watts recomendaba que nos comportáramos como un espejo porque este “no aferra nada, no rechaza nada. Recibe, pero no conserva”. Esa actitud nos ayuda a emprender nuestras metas desde la serenidad, la reflexión, la comprensión y, en última instancia, la acción.

Cuando comenzamos a relajarnos, también permitimos que afloren otras facultades, como la intuición. Así vamos aprendiendo a discernir cuándo es mejor actuar y cuándo es mejor esperar. Cuando conviene avanzar y cuándo conviene detenerse. Y lo mejor de todo, protegemos nuestra salud y equilibrio a lo largo del camino

 

Fuentes:

Collewet, M. & Sauermann, J. (2017) Working hours and productivityLabour Economics; 47: 96-106.

Watts, A. (1994) La sabiduría de la inseguridad. Barcelona: Kairós.

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