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No me tumbó; no me tumbó

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El Cristalazo
 
Rafael Cardona 
 
Sentado en la mesa de su cabaret en la avenida Doctor Vértiz, “Mantequilla” Nápoles miraba con la misma fijeza hipnótica con cuyos brillos comenzaba a destruir a sus enemigos en el ring. 
 
–Tu me harías favol, de veldad chico?, me harías ese favol?
 
El amigo ocasional había llegado de la mano de otro tan superficial como el primero. Se sentaron y el campeón se abrió paso entre las mesas. Los meseros le obedecían, las mujeres le coqueteaban. Fiero el mostacho, fácil la sonrisa, pero en el fondo de todo, esos ojos, esa mirada de felino a punto del salto. Pero cuánta ingenuidad en el fondo.
 
–Toma, le dijo.Ahí está apuntada la dirección. Dale mi saludo y mi beso a mi mami, a mi mamita. Dentro del sobre había dólares. Verdes, frescos: olorosos a caja fuerte. Salud!. Gracias, hemano, gracias hemano.
 
Quizá no mucha gente lo sepa, pero el Buen Jesús lo sabe. El recién llegado jamás fue a Cuba, jamás vio a la vieja del “Mantecas” y nunca volvió a la taberna. 
 
–Ya no vivía allí, me dijeron. Te lo juro. Y la lana? 
 
–Me la gasté, y cuando la fui a pagar, el bar ya había cerrado. 
 
Tiempo atrás el gran “Mantequilla” se deslizaba por el ring con la seguridad elástica de una pantera. Botines blancos. letras negras en la pernera izquierda. MN. Franca la sonrisa y seguro el paso.
 
Venía de perder en aquella desigual pelea contra Carlos Monzón en Francia. 
 
–Carajo, chico, no se podía, no había modo, el tipo iba padelante y padelante. Estaba fuerte, muy fuerte. Y parecía un camión. Bailé
hasta mambo, sabes? El problema era salir vivo de allí”.
 
Monzón había regresado a México. Convertido en promotor gozaba su fama y su fortuna. Lo miro en el Gran Hotel de la Ciudad de México. “El y Acavallo, un pupilo suyo a quien le van a echar al “Mantecas”, se pavonean bajo los cristales incomparables del vitral de luces multicolores. Pasan por las jaulas doradas de los elevadores y se dejan mirar y acarician por la fama. La fama de Monzón, pues al otro nadie lo conoce. 
 
En eso llega “El gato” Marín. Carajo, toda Argentina ahí. El gran campeón, el gran portero.La Cruz Azul, la cruz del sur.
 
–Vamos al entrenamiento. No sé cómo pero acab doblado en tres en la parte trasera del Mustang de Marín. Ruge la máquina azul. Vamos a los baños del Jordán donde “Mantequilla” entrena sin imaginarse la visita más inoportuna y menos deseada. Monzón, el verdugo de Poitieu. Cuando llegamos la conmoción es enorme.
 
José Ángel suspende el entrenamiento. La sudadera gris está sudada. La cara hosca. Los ojos negros, negros como nunca. 
 
–Por favor una foto, dice Ignacio Castillo. “Mantequilla” accede y luego del click, click, se baja del ring. No vuelve más. Vino la pelea y MN  deshizo a Acavallo en tres rounds. 
 
–Cómo fue la pelea, campeón?
 
–Nada, le puse en la madre. Nom’as. 
 
Pero el tiempo pasa silencioso. Dentro de “La regional” se percibe el olor agrio de la copa vieja y la milanesa frita. La cantina de sus compadres, en Niño Perdido es una especie de club, oficina y refugio para “Mantequilla”. Ah’i esta tranquilo, en su medio, con los suyos. Se dicen muchad cosas, pero ‘el bebe poco. Le gusta cocinar, charlar.
 
–Vas a pelear contra John Stracey? Es un chavo de 24 a;os, puede ser tu hijo. 
 
–Pues no se como ande la mamita de ese, veldad? Y se rie enormidades por su chiste. Pues si quiere, pues si quiere…
 
Llega la pelea y en la Plaza de Toros México un trompetista no deja de tocar el alacr’an, el alacr’an; el alacr’an te va a pic’a. Carajo, como chinga el de la cornetita. 
 
Comienza la pelea, se inician las hostilidades, dice un cronista de la televisión. “Mantequilla” se dispone a flotar en el centro del cuadro. Hace un par de fintas con todo el cuerpo, Stracey se traga el anzuelo y lo siguiente es tragarse una izquierda perfecta y luego un remate de derecha y vámonos para abajo, vamos a mirar la nube desde la lona. 
 
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,ocho… límpiate los guantes, ok? Puedes seguir? Yes, dice yes. Y en ese momento la regla comienza a cumplirse. 
 
Fuerza y técnica para tirar a un novato en el primer round, pero debilidad y vejez para no rematarlo en el resto de la pelea. Y el muchachito entra a la guardia, se mete como puede y golpea una, dos, tres veces en las débiles cejas del fatigado campeón. Ahí viene la nube roja, Ay!, carajo, no veo nada y no veo nada con este ojo, y ahora el otro, la puta madre!, no veo.
 
–Al ojito!, “Mantecas”, te gritaban cuando los masacrabas con el tino de una esgrima. Al ojito. Ahora son tus cejas, ahora son.
 
Zas!, zas!, suenan los pasos en la lona. Izquierda, jab, “Mantecas”, sácalo, sácalo, no lo dejes entrar, escucha, escucha. El alacrán, el alacrán…
 
Ya se acabó el pleito. Ya perdiste, ya te ganó este caguengue. Y lo habías tirado en el primero. 
 
–No veía, pelié tres “launs” ciego, cabrón, ciego, nomás oyendo. Y no me tumbó, no me tumbó.
 
Hoy me entero una vez más de su desgracia, de sus tristeza sin cuerdas y su anorexia, su depresión, su última pelea, la única para ganarla de a deveras la pelea contra la vida, contra la muerte. 
 
Todos acabamos al fin, “Mantecas”, pero por ahora dile algo fuerte a la cabrona vida, no? 
 
— Que te gane, pero no dejes que te tumbe.

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