Hugo L. del Río
Varios lectores regiomontanos me lo han comentado: los guardias de Ternium no dejaron pasar a los socorristas porque así lo ordenaron los ejecutivos de la empresa.
Transcribo lo que me escriben algunos leyentes. ¿Fueron así las cosas? Lo ignoro. Se trata de un asunto muy grave, que se pudo evitar con un par de gramos de sentido común y humanidad. Las órdenes no son dogma: sobran ejemplos de subordinados que desobedecieron instrucciones equivocadas. Recuerdo ahora al general Von Choltitz, comandante de la guarnición de París a quien, en el verano de 1944, Hitler, personalmente, le ordenó destruir la capital francesa. El prusiano se negó a cumplir con la directiva e hizo bien. El mundo nunca le hubiera perdonado a Alemania –a Alemania, no a Hitler— semejante atrocidad. Hablamos de un general de Prusia, en plena guerra, quien incumple un mandato del jefe político y militar. Estos, dizque agentes de seguridad, ¿recibieron instrucciones en ese sentido por parte de Ternium? Sé que la compañía ha estado atendiendo a las necesidades materiales de los deudos y familiares de heridos. Enviaron a tres trabajadores a un hospital de Galveston especializado en tratamiento de quemaduras, y hoy harán lo mismo con otros dos. Eso está bien pero, ¿qué hay de los cancerberos y las órdenes que se les dieron? Ternium no se ha manifestado en este problema, y creo que por su propio bien, debería hacerlo. En tal contexto, resultan un tanto hirientes, molestas, irritantes, las declaraciones –Milenio, viernes 26– de Máximo Bedoya, presidente ejecutivo de la corporación, en el sentido de que los daños materiales no son relevantes. Qué carajos nos importan sus pérdidas: dinero les sobra. Aquí lo que discutimos son vidas humanas y una política que, en ese rubro, Ternium se ha negado a precisar y que, por lo tanto, arroja sombras de sospecha sobre estos inversionistas. ¿Vinieron a eso, a matar mexicanos? Por favor, ya con los narcos tenemos más que suficiente.
