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Carlos Ravelo Galindo, afirma:

No olvidamos lo que antaño se comentaba respecto a la administración oficial. Que lo repetían los abuelos, los padres y ahora los hijos: “qué país le vamos a dejar a nuestros hijos”  Lo volvemos a escuchar, sin que se pueda hacer algo. Todo sigue igual. La Nación resiste pésimos gobiernos que nos han dejado, perdóneseme la comparación, daños irreparables o casi, como  los huracanes, ciclones, tempestades que acaban de abatirse en todo el territorio mexicano. Torrentes de lágrimas aumentan el caudal de los ríos que inmisericordes inundan todo, rompen vidas, propiedades, esperanzas, anhelos. Nos hacen olvidar, por un tiempo, lo que nos colapsa también a todos, sin indulgencia, con disimulo y complacencia estatal: demasiada sangre, asesinatos; demasiada pobreza, demasiados secuestros, demasiados balazos, demasiados robos, demasiado narcotráfico, demasiada impunidad, demasiada corrupción. Demasiada hambre que hoy comprueba todo el señor Presidente, en el mismo sitio de la hecatombe, y a la que el pueblo contribuye a paliar en un acto de unidad ante el flagelo de la naturaleza. Prevalece la interrogante de los viejos por el proceder de políticos que insisten en dejarnos más y más pobres. Que se esmeran en querer vender todo. En cambiar y aumentar la carga al hombre que trabaja, suda, se esfuerza por alimentar a su familia y también  contribuir al salario de quienes dicen gobernarnos. Los tres poderes, ejecutivo, legislativo, judicial, no nos oyen, no nos ven, no nos hablan. Por ello sigue válida la pregunta de nuestros viejos: “Qué país le vamos a dejar a nuestros hijos”.

Aunque la edad nos quiera pasar implacable su factura, podemos usar estrategias que nos proporcionen dignidad hasta el momento de la despedida. La experiencia nos permite compartir algunas sugerencias, vaya, viejos, consejos. Como ahorrar un poco para ser siempre financieramente independientes.  No necesitamos mucho. No comprometamos  el placer que el dinero pueda dar en razón de un tiempo mayor de envejecimiento. Dejemos de preocuparnos  con la situación financiera de hijos y nietos; no nos sintamos culpables de gastar nuestro  dinero. A ellos ya les ofrecimos lo que fue posible en la infancia y juventud como una buena educación. Ahora por tanto, la responsabilidad es de ellos. Seamos  un poco egoístas, más no usureros. En la vida los buenos momentos deben ser recordados. Los malos rápidamente olvidados. Independiente de la edad, mantengamos  vivo el amor que rejuvenece. Leer libros y periódicos, oír radio, ver  televisión, ingresar a internet. Llamemos a los amigos. Mantengámonos siempre actualizados. Respetemos la opinión de los jóvenes a pesar que a veces pueden estar equivocados. Jamás usemos la expresión “en mis tiempos”. Nuestro tiempo es hoy. Seamos  dueños de la casa por más simple que sea, pues allí mandamos. No debemos caer  en la tentación de vivir con los hijos o nietos. De vez en cuando acudir como invitados.  Debemos reír mucho, de todo y, por qué no, de todos. Incluso, de nosotros mismos. Debemos reconocer que la suerte nos ha favorecido con una buena vida, una larga vida, y la muerte, al llegar,  será una nueva etapa incierta, así como incierta toda la vida. Si alguien nos  dice que ya no hacemos  nada de importancia, no  preocuparnos: Lo más importante ya sucedió: somos historia, buena o mala, pero ya sucedió. Preguntemos siempre, como lo hizo Jorge, mi hijo, hoy: “qué país le vamos a dejar a nuestros hijos”. Tiene razón, como la teníamos nosotros, al suplicarles: “No te rindas, por favor no cedas aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo nuevo, porque ésta es la hora y el mejor momento”.

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