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De Juan Gil a José Calzada

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LA COSTUMBRE DEL PODER: 

  • En este país cualquier funcionario público ascendido a secretario de despacho o gobernador, de inmediato se considera con merecimientos para dar el salto a la grande, a pesar de carecer de los espolones que lo convertirían en gallo
 Gregorio Ortega Molina 27 Abr 2016 – 00:14 CET

 

columna26abrilLa templanza debiera ser una virtud dentro del arsenal de capacidades y actitudes de los políticos, pero la ambición por el poder obnubila la razón e impide al actor principal discernir las consideraciones que ha de hacerse sobre él mismo.

     Juan Gil Preciado, profesor como Carlos Hank, fue modesto dueño de una tienda de abarrotes ubicada en Polanco, cuyo nombre era Salchichonería México. Él mismo empleado de mostrador en su negocio. Llegué a verlo con el delantal, del que prescindió hasta que en su destino se cruzaron Francisco Galindo Ochoa y un modesto pero inteligente columnista político y reportero de El Universal.

     Lo convirtieron en diputado federal, presidente municipal de Guadalajara y Gobernador de Jalisco; después, por él mismo y su relación con Gustavo Díaz Ordaz, llegó a la Secretaría de Agricultura, desde donde creyó poder dar el salto a la silla del águila, considerando que a él no le sucedería lo ocurrido a Gilberto Flores Muñoz, quien se retiró de la política para vivir en la amargura y morir asesinado por su nieto.

     Pero ni Gilberto Flores Muñoz ni Juan Gil Preciado fueron ingenuos como ahora demostró serlo el secretario de Agricultura, José Calzada Rovirosa, el único político y analista y mexicano en creer lo dicho por su patrón, EPN, en sus declaraciones a Excélsior y El Universal, cuando les pidió que se movieran.

     Como resultado obtuvo la regañada críptica y el palmetazo sobre la mesa, porque el ingenuo secretario decidió, en sus desmedidas ambiciones políticas, presentar su tres de tres, que en nada compromete y a nada conduce, a menos de que dicha confesión pública lleve a secretos de fortunas y/o complicidades insospechadas.

     Pero claro, en este país cualquier funcionario público ascendido a secretario de despacho o gobernador, de inmediato se considera con merecimientos para dar el salto a la grande, a pesar de que todavía carezca de los espolones que lo convertirían en gallo.

     Presentar la tres de tres indica que José Calzada Rovirosa perdió toda templanza en sus ambiciones de poder, o quizá nunca la tuvo, y en cuanto escuchó consejos a los que no debió poner atención, pues metió algo más que la pata y, por el momento, canceló su proyecto personal de llegar al poder.

     Ahora dedicará sus desvelos para esforzarse en determinar en qué momento se equivocó, a quién no debió escuchar y a quienes debe cesar, porque sus ambiciones de poder se derriten a la velocidad con la que el hielo se hace agua a una temperatura de 50 grados centígrados a la sombra, con esa rapidez.

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