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Los proxenetas

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En las nubes

Carlos Ravelo Galindo, afirma:

Hasta ahora, luego de cientos de años de existir en la ciudad de México, en toda la República Mexicana y el mundo, el ombudsman capitalino descubre a quienes practican el oficio mas viejo del mundo: las meretrices.

 Se alarma de que pululan por doquier con el beneplácito de nuestras autoridades, locales y federales. Pone el grito en el cielo, y como si fuera medida de distracción, proclama que  combatirá ese mal necesario. Los sepulcros blanqueados se sonrojan al “enterarse” de las hetairas. Pero los más avezados, sonríen en complicidad de quienes detentan ahora el poder en cualquier parte del país. De vez en vez, cuando conviene llamar la atención para distraernos de otros males peores, vuelven al tema de los y las que practican esta profesión y la ejercen sin título autorizado oficialmente. Quién, podríamos preguntar, ignora tal comercio corporal, ilícito porque no paga impuestos al fisco, pero muy legal para quien contribuye generosa y cotidianamente a que florezca y aumente su tráfico y tránsito en casi todas las calles al menos en el Distrito Federal. Está prohibido, dicen, no como en otros países de avanzada que crean zonas restringidas para su desarrollo, sobre todo en Europa del Norte, países bálticos,  donde también la mariguana, sembrarla, fumarla, venderla, está permitido. Se afirma que la fiscalía especializada del tema tomará cartas en el asunto, para proteger a las  mujeres y “hombres” alegres, que son víctimas de sus administradores, antiguamente conocidos como “pachucos”. Hoy, y antes también, se les aplica otro adjetivo calificativo más despectivo, pero preciso: proxenetas. Dice la autoridad que ya encontraron las  casas en donde se resguarda a las mujeres y hombres que a cambio de dinero entregan el cuerpo. Lo interesante es que todo el tiempo han sabido en dónde se ubican y al que asisten en demanda de servicios gratuitos y paga por hacerse desentendidos. Resulta de risa lo que nos anuncian quienes manejan las delegaciones en la ciudad capital sobre la esclavitud de las damas y los “damos”. Saben perfectamente el número, en que cruceros, calles, avenida, cafés, restoranes, cabaretes, casas alegres, colonias,  etcétera trabajan libremente. Y que, si quisieran, abandonarían esta “esclavitud”. Detener a los que administran a unos y otras podrían hacerlo dentro de las mismas oficinas oficiales, pero se hacen guajes, porque todos, los de adentro y los de afuera, están coludidos.  Ello evoca la sátira mordaz que esgrimía sobre el tema desde los años del mandato de Miguel Alemán Valdez, y antes, el ilustre periodista don Luis Vega y Monroy. Al referirse a Ramón Beteta entonces recaudador de rentas del gobierno federal, que visitó una casa non santa lo narró así: “Fue a conocido lugar un fiscal de mucha cuenta, a fin de calificar, lo que se había de pagar de impuesto sobre la renta. Y le dijo una beldad: allí en sus datos concentre que al fisco, por equidad, le daremos la mitad de todo lo que nos entre”. Ejemplo clásico de lo que acontece en la actualidad. Y muchos, por supuesto, desde los de muy arriba y hasta los de muy abajo, aceptan con humildad. Nadie, nadie, pero absolutamente nadie, acabará con el oficio más antiguo del mundo. Tan vilipendiado por unos y tan necesitado por otros. Y menos hoy con tanta hambre, aunque se proclame que ya no la hay.

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