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Francisco Gómez Maza

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Los políticos que ejercen de economistas siempre, desde que este escribidor adquirió razón periodística, allá por los años macabros de Gustavo Díaz Ordaz y la matanza en Tlatelolco, siempre han tratado de explicar con enredos lo que puede explicar un mortal que sufre las consecuencias del subdesarrollo. Ha trascurrido por lo menos cuatro y media décadas y los sucesores de aquellos próceres de la “cienciología” economicista siguen dando la misma cátedra, sólo digna de un sofista de la antigüedad clásica.

 

A la economía de México y, por consiguiente, a la mayoría de los habitantes de este gran Cuerno de la Penuria (contra de aquella gran mentira de el Cuerno de la Abundancia) se los está llevando el carajo. Ya lo advirtió con palabras claras, el pasado martes, Rodolfo Navarrete, director de análisis y estrategias de inversión de Vector Casa de Bolsa, Rodolfo Navarrete:  después del periodo de expansión de la política fiscal, tras la crisis de 2009, la economía mexicana ha perdido fuerza y se dirige hacia una recesión. 

Estamos dirigiéndonos hacia una recesión y eso obligó a las autoridades a revisar a la baja el crecimiento. Una revisión a la baja del avance económico necesariamente implica una baja en los ingresos públicos. Y una reducción de los ingresos del fisco conlleva obligadamente a una caída sostenida de la producción de bienes y servicios, contabilizada en lo que los brujos llaman Producto Interno Bruto. O sea que nos está llevando el carajo como siempre.

Aunque las mayorías de mexicanos no necesitan – ni les importan – las explicaciones seudomatemáticas de los economistas, porque la caída de la economía la explica muy dolorosamente el desempleo, la pobreza, el hambre, los economistas del banco central y de hacienda no lo entienden desde la perspectiva de los pobres, y tienen – por ir por la vida en estado inconsciente – que acudir a las ecuaciones, al trazo de gráficas, a las interpretaciones, a los cruzamientos, para llegar a la conclusión que llegó ha tiempo el hombre y la mujer que viven un presente desgarrador y del futuro sólo abrigan la certidumbre de la muerte.

El señor economista Agustín Carstens, de licencia en el FMI para fungir como gobernador del Banco de México,  de los infortunios que desgracian la vida de los mexicanos tiene la culpa el entorno internacional, la volatilidad de los mercados europeos, la debilidad de las economías del mundo. Él y los otros rectores de la economía nacional, los economistas hacendarios, son blancas palomas. Ellos sólo controlan lo fácil de controlar, el circulante monetario, los salarios de los trabajadores, los impuestos con los que sangran a los trabajadores, y están dedicados a privilegiar al capital, a los grandes peces del empresariado, cuya estabilidad financiera es inmune a cualquier caída del producto.

Enfocan sus baterías en las reformas estructurales, que cada equipo de gobierno, de cada sexenio, desde los pactos delamadridistas, ha “implementado” y han servido para un carajo. ¿O ha servido de algo la reforma a la Ley del Trabajo? Hay que ser honestos. Sólo han servido para que florezca las empresas tercerizadoras, o el empleo informal porque la economía no es capaz de satisfacer la demanda de puestos de trabajo.

Me lo explicó mejor que el señor Cartens o el señor Videgaray el taxista que me condujo ayer a la Plaza de la Constitución: No hay dinero, señor. El gobierno no está invirtiendo. Pero si no lo está gastando, dónde está el dinero. Y menos dinero que habrá porque ya no hay más de dónde pagar los impuestos. Pobres mexicanitos, siempre en recesión.

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www.analisisafondo.com

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