Hugo L. del Río
Pocas, muy pocas, de las decisiones e indecisiones de Rodrigo Medina, en tanto gobernador de Nuevo León, me parecen correctas, si atendemos al interés de la mayoría de los nuevoleoneses. Ayer, para no ir lejos, critiqué en forma negativa su política –je je—de seguridad pública y su proclividad a gastar nuestro dinero en realzar su imagen personal.
Reservé lo más ácido de mi humilde escrito para los policías de Fuerza Civil. Pero a los profesionales no nos orientan ni la simpatía ni las diferencias. Por ello, hoy me siento obligado a reconocer el acierto que se anotó Medina al ordenar al Registro Civil que acate el amparo de un juez radicado en Coahuila y proceda a dar carácter legal al matrimonio entre dos mujeres. Ignoro cómo se sentirán los diputados locales del PRI cuando su gobernador y comilitante los desautoriza en una forma tan tajante. Y lamento la simbiosis entre el tricolor y Acción Nacional. El Institucional, creado por Calles, uno de los más feroces anticlericales de toda la Historia mundial, había sido, con todas sus fallas y corruptelas, una ciudadela del Estado laico. Su matrimonio de conveniencia con el panismo pone en duda su compromiso de respetar la separación entre el Estado y la Iglesia. Es evidente que la oposición a las bodas entre personas del mismo sexo –la Real Academia hizo cambios y nos dice que en estos casos resulta inapropiado usar la palabra “género”— abraza sus raíces con las rizomas profundamente hundidas del árbol de la Iglesia de Roma. Pero la religión –todas dignas de respeto— no tiene por qué imbricarse con la Ley. Al margen de su orientación o preferencia sexual, el ser humano tiene derecho a buscar la felicidad. Y si este regalo de los dioses lo encuentran en la compañía de su pareja, bienaventurados sean: no existe razón para cerrarles el camino. Quienes se empeñan en levantar los muros de la intolerancia son, casi siempre, seres de doble moral. De las mujeres hundidas en el fanatismo no sé. Pero puedo decir que la inmensa mayoría de los varones homofóbicos tienen al gai luchando por salir del armario. La homosexualidad forma parte de la especie humana: se calcula que el diez por ciento de la población masculina y el once por ciento de la femenina escogieron esa forma de vida, o bien nacieron con un desequilibrio hormonal. Tuve el privilegio de conversar muchas veces con el maestro Carlo Coccioli, quien me comentó –y lo publicó muchas veces—que así nació. Su homosexualidad no le impidió alcanzar altas cotas en la literatura y el periodismo, ni disminuyó su heroísmo como guerrillero antifascista. Aceptemos que asiste al individuo la facultad de decidir sobre su vida. Homosexuales y heterosexuales queremos días de sol y jornadas de concordancia espiritual. Escribe José Emilio Pacheco:”todo en paz, todo en calma/Todo placer y armonía/Sin lugar ni para el odio ni para la crueldad/Sin opresión, violencia ni amargura”.Sor Juana Inés de la Cruz plantea, ¡en aquellos tiempos y en sus circunstancias¡ sus dudas ante la cerrazón del dogma:”¿Es alguno de los principios de la Santa Fe, revelados, su opinión, para que la hayamos de creer a ojos cerrados?”.
