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Mejor regrese a los barcos

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Hugo L. del Río 

Ignoro si en la H. Escuela Naval Militar se imparten cursos sobre vialidad, seguridad pública y relaciones entre el Ayuntamiento y el comercio, tanto establecido como ambulante o semifijo. Si la respuesta es afirmativa, apuesto a que el almirante Augusto Morales Cruz salió reprobado.

 

Vamos por partes, como dice Jack el destripador. No más tres ejemplos por hoy. En Simón Bolívar y Madero no han ocurrido accidentes porque Dios es muy grande. Cruzar, a pie o en vehículo, esa esquina es tan peligroso como desminar zona de talibanes en Afganistán. Los semáforos están sincronizados, pero sin flechas que den preferencia al paso de caminantes o conductores, de suerte que a medio camino se viene encima una avalancha de automotores que ya la quisiera ver el viejo Ford en sueños. Claro, la peor parte la llevamos los de a pie, porque una colisión entre carros es más o menos pareja, pero no hay equidad en el golpe de una máquina de una tonelada o más de peso –con la velocidad que acostumbra el regiomontano—contra la fragilidad de un cuerpo humano. Luego tenemos ese espacio de Félix U. Gómez, frente a los Constitución, donde se encuentra un complejo hospitalario y administrativo del IMSS. Ahí hay hileras de taxis, autos estacionados en doble fila y parada de camiones. El usuario, para abordar los féretros con llantas, tiene que colocarse casi a media calle, con la oración en labios y corazón para que el busero tenga buena entraña y se detenga a levantarlo. Voy con mucha frecuencia a la Clínica Dos y nunca, pero nunca, he visto por ahí a un tránsito que trate de proteger a andantes o choferes. Luego está el tramo de la muerte. Enrique C. Livas, de Tercera Avenida a Paseo de los Leones. En los últimos veinte o treinta metros de este tramo hay una isla y en la esquina más o menos funciona un semáforo. Pero hablamos de un espacio de más de 400 metros, donde la única protección para los transeúntes es una ridícula raya amarilla que nos protege tanto como Judas Iscariote protegió al Cristo. Y es una avenida de seis carriles donde toda clase de máquinas de motor circulan a alta velocidad. Ahí no hay semáforos ni señales de nada. Por si fuera poco, choferes y automovilistas dan vueltas prohibidas, se meten en contra y hacen lo que les da su regalada gana. Conozco bien el rumbo porque voy con frecuencia a la pizzería La Stazione. En una de esas, cuando iba relamiéndome los bigotes, me arrolló un joven que entró al carril que no le correspondía. Por cierto, estuve tirado cosa de media hora y llegó todo el mundo –policías municipales y de Fuerza Civil, soldados y marinos y hasta judiciales. Los que nunca hicieron acto de presencia fueron los tránsitos. Almirante: usted no tiene capacidad profesional para desempeñarse en estas áreas. Regrese a los barcos, que son lo suyo. Aquí no tiene nada que hacer, salvo demeritar el uniforme.

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