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Se acabaron los gitanos que iban solos por el monte

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hugo L. del Río 

La plutocracia regiomontana se adueñó de los campos, antes libres, de la cultura y la educación.

 

Uno de los aciertos del Sistema creado por Calles y perfeccionado por don Lázaro Cárdenas fue organizar una maquinaria que garantizaba la instrucción, gratuita, laica y científica, desde la Primaria hasta el Doctorado. El hijo de un barrendero podía graduarse en Astrofísica sin imponer grandes sacrificios a sus padres. Durante décadas, nuestra Universidad fue un ejemplo si no para el mundo, por lo menos para Iberoamérica. Con rectores como Rangel Frías, Roberto Treviño, el maestro Rangel Guerra, el arquitecto Joaquín A. Mora y el inolvidable José Alvarado, nuestra máxima Casa de Estudios tenía peso y presencia en la sociedad y en el mundo de la cultura. Don Raúl, ensayista de primera línea; el ingeniero Treviño, de lo mejor en su oficio y Gran Maestro Internacional de ajedrez; Rangel Guerra, el mejor alfonsista de México, autor de libros y ensayos; el arquitecto Mora, pintor; y de don Pepe no hay necesidad de decir nada. Estos hombres de talento eran modestos, sencillos, accesibles: en mis tiempos el rector ocupaba en el Colegio Civil una oficina que el rector compartía con dos secretarias. Pero, lo más importante: la Universidad tenía alma y fuego. Se hacía sentir en todos los problemas sociales. Vida Universitaria, su órgano, bajo la dirección del maestro Alfonso Reyes Aurrecoechea –magnífico dibujante y diseñador, además— publicaba al señor Christlieb Ibarrola junto con el abogado Lombardo Toledano. Universidad quiere decir, entre otras cosas, universalidad. Siempre hubo grilla, choques de grupos y todo eso, pero la preocupación era más del orden ideológico que de materia económica. Hoy, la institución que nos despertaba orgullo cobra casi lo mismo que una Universidad privada: las familias humildes o modestas ya no pueden ni siquiera soñar en que uno de sus hijos reciba un título profesional. Se acabó. Los dueños de la riqueza y el poder controlan también el arte: los museos son de ellos y, como si les faltara dinero, exigen y obtienen subsidios del gobierno del estado. Los cresos locales enfermarán de ictericia o algo peor si algún día ven los grandes murales de Palacio Nacional, el INBA, la SEP, etc. Esa, para ellos, no es pintura: es subversión. En sus museos nos ofrecen un arte “light” que no conmueva ni despierte el pensamiento. ¿Lucha de clases? Guácatelas. Y de Primaria y Secundaria, ¿qué decimos? Se acabaron los gitanos que iban solos por el monte, escribió García Lorca. ¿Dónde están los grandes maestros como Ramos Lozano, Atenedoro Colunga, mi suegro don Ernesto de Villarreal Cantú  y toda esa generación? Escuelas sin sanitarios ni bebederos donde el director condiciona la entrada del alumno al pago de cuotas y al vestir del uniforme que vende en consuno con este o aquel comerciante. ¿Qué tiene qué hacer Jesús Ancer frente a Rangel Frías? ¿Puede Juana Aurora Cavazos soñar en compararse con Ramos Lozano? “Es tiempo de canallas”, asentó Lilian Hellman.

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