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Matusalén caribeño

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Agora Política

Jesús Yáñez Orozco

Me movió entraña, pensamiento y corazón, mirar la imagen que se observa en la fotografía  publicada en la prensa nacional, en el marco de la Cerelac –o como se llame, donde resalta la magnífica decrepitud de Fidel Castro, en ropa informal, hirsuta barba, matusalén caribeño, cuya historia de triunfante revolucionario –enfundado en traje verde olivo, metralleta en ristre e iconoclasta barbón en 1959– permeó la cultura del planeta hace más de medio siglo.

 

Contrastó con la insignificante, diminuta, de su Alteza Serenísima, juvenil sonrisa socarrona, perdonavidas de personaje de guacatelenovela de Televisa, enfundado en lujosos trapos, traje oscuro y corbata.

Mas reconforta pensar que el líder cubano morirá de vieja vejez y no de uno de los 634 atentados que ha sufrido por el maquiavélico cerebro de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) del país de las Bardas y las Estrellas.

Van desglosados, según versiones periodísticas, los 634 intentos de asesinar a Fidel por órdenes de presidentes estadounideses: Eisenhower 38, John F. Kennedy 42, Lindon B. Johnson 72, Richard Nixon 184,  Jimmy Carter 64, Ronald Reagan 197, Goerge Bush (padre) 16 y Bill Clinton 21. 

Haber sobrevivido a ellos es el mayor mérito del dirigente isleño. Tiene una pátina indeleble de inmortalidad a sus 87 años de edad.

Que ni qué.

Esa foto me despertó sentimientos encontrados. Castro, la mirada –dos filosos puñales centelleantes—clavada, hurga en el alma de su interlocutor, que semejaba muñeco de ventrílocuo, sentado al filo de la silla, manejado por una mano invisible ante un vetusto ser totémico.

Más me impactó la imagen porque me une una entrañable historia con el pueblo cubano que, gracias a él –porque él lo pagó y no el gobierno– fui becado el último trimestre de 1985 por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Viví una de las experiencias de vida y profesional más grata que recuerdo, ahora ya casi sexagenario, durante 90 días.

Me alojé en lo que fue la sede de la embajada de Brasil, en la zona de El Vedado. En la Calle G. Por ella baja un ancho camellón, de 20 metros, y casi dos kilómetros de largo que descendía hacia el malecón, cicatriz de asfalto.

Todas las mañanas, cuando íbamos a correr con los demás becarios de 10 países, olía a olor de rosas y bugambilias bañadas por la metálica brisa marina y a perfume de pasto de verde irremediable que sólo por estas tierras nace.

Resulta impensable pensar  que pese a todas las adversidades habidas y por haber –sobre todo al crapuloso bloqueo económico de Estados Unidos impuesto desde 1961– a que se enfrenta Cuba, sea una de las naciones de América Latina que mayores satisfactores sociales brinda a su pueblo –que como contradicción marxista no abona a los políticos, sobre todo libertad de expresión, que está encarcelada, ni económicos– de poco más de 11 millones de habitantes.

En el lenguaje corporal que se adivina de ambos, su Alteza y Castro, me llega una inevitable lectura de la historia de dos revoluciones armadas, que dejaron honda huella en el pensamiento político de América Latina.

Antítesis una de la otra, pese a tener partidos de “Estado”, en cuanto a su sistema económico: la cubana- socialista, que triunfó en 1959, y la mexicana-capitalista-subdesarrollada (devorada por la corrupción) que inició en 1910 y culminó en 1921.

Ambas, a fuerza de ser sinceros y de acuerdo a lo que heredamos de esa historia son, neta, blandas dictaduras.

Todavía no llegan a endurecerse como las de Chile o Argentina, de la década de los años setenta-ochenta. Por ejemplo durante seis años de la Junta Militar argentina hubo nada más y nada menos que 35 mil muertos desaparecidos en la búsqueda de erradicar una palabra, pestilente tufillo azufroso, que encarnaba el demonio: marxismo.  

Gelatinosas, digo yo –“dictadura perfecta”, lapidó un día Mario Vargas Llosa, refiriéndose a que el PRI era –y es para mí—la “dicta blanda” por la forma en que, mediante la compra del voto –verbi gratia Monex–, los Ratones Verdes tricolores, ungieron en el poder a su Alteza Serenísima.

Después de 12 años en compostura, de 2000 a 2012, cambiaron el motor de la aplanadora priista y volvió con saña implacable para doblegar a un roble.

Una, la nuestra, está enmascarada en una supuesta democracia, de la mano de una “revolución institucionalizada”, desde 1929, que significa un inmovilismo aberrante: crecimiento económico de 1.4 por ciento –cuando la expectativa era de 3.4— en 2013, que lo equiparan con Haití, uno de los  pobrérrimos países del mundo, además de uno los más reprobados, réprobos, en cuanto a su educación.

En 1968, por ejemplo, 20 bolillos costaban dos pesos. Ahora uno vale un peso 60 centavos en promedio. Es decir, casi un tompiate.

A ello hay que sumar que más de 11 millones se, literal, muere de hambre mientras escribo estas palabras, así como un deficiente sistema de salud que enferma al más sano.

Y quizá el dato más alarmante, que quiebra el sentido común más agudo, es que los últimos seis años de gobiernos prianistas han muerto más de 120 mil personas en México a consecuencia del combate a la organizada delincuencia.

De 2000 a la fecha el crecimiento anualizado en la Isla es de 1.2, que le basta para lograr bienestar social. 

De Cuba, no digo que esté en jauja. Pero, pese a que también tiene el equivalente al PRI, como partido de Estado, con el Partido Comunista, ha aplicado, ahí sí, el sentido común para sacar adelante al país.

Allá hay planes quinquenales que son sustento de la economía nacional de todo país socialista. México es reinventado cada seis años.

Ahora son las cacaraqueadas reformas estructurales.

Resulta loable que Cuba ocupe el primer lugar del planeta, la neta, en gastos de educación en relación a su Producto Interno Bruto (PIB) con el 12,9 por ciento, seguida por países del primer mundo como Dinamarca, 8,7 por ciento, e Islandia, 7,8 por ciento, entre los que más recursos porcentualmente dedican a este sector.

En días pasados, la Unesco calificó a la Isla como la mejor nación en el rubro educativo de América Latina y el Caribe, incluso por encima de los Cara Pálida.

Recuerdo que durante mi estancia en La Habana, y quién sabe si era leyenda urbana o no, se decía que Fidel ironizaba que los mexicanos conocíamos más de Micky Mouse que de Benito Juárez.

Cierto o no: de esa generación a la que, creo yo, hacía referencia, surgió su Alteza Serenísima quien desconoce el título de tres libros, entre otras minucias relacionadas con el lenguaje.

En cuanto al deporte contrasta  que Cuba ha ganado 208 medallas a lo largo de sus participaciones en Juegos Olímpicos, mientras que nuestro país tiene 62 colgadas en el pecho del fracaso.

Deporte como reflejo de lo que es una nación. 

Al momento de escribir esta columna, me viene a la mente un comentario embajador de Japón en México Takesi Naito a quien entreviste para el diario El Nacional, publicada a ocho columnas, a finales de los años 80s con una declaración lapidaria:

“Si mi nación tuviera los recursos naturales con que su país cuenta, hace muchos años que Japón sería la principal potencia del mundo.”

Casi 110 mil kilómetros cuadrados, son los que tiene Cuba, en contraste con los casi dos millones del territorio nacional, a 90 millas de distancia de Miami, resulta inconcebible tanta miseria nacional en todos sentidos. Que se explica, en gran medida, por la corrupción galopante a todos niveles.

Mientras una, la Isla, evoluciona pese a su perene pobreza que se mira en la cara de sus calles donde parece congelado el calor caribeño en sus metálicos autos modelo de los años 1950, padece la orfandad de modernos edificios, vertiginosas calzadas, segundos pisos, escalera al cielo, y carreteras que, por gracia, no llevan a desgracia alguna.

Es como mirar la película yanqui El Día que se Detuvo la Tierra, de la los años 50s. Pero aquí no hay extraterrestres.

Mas tiene una virtud: es una de las naciones con mayor bienestar social, que no económico ni político, insisto, pese al crápula bloqueo económico gringo.

 

La otra, sellada con la macabra marca indeleble del Partido Revolucionario Institucional, involuciona en una coraza de falaz desarrollo: edificios ultramodernos, autos último modelo, ropa de marca, costosos perfumes, maquillaje Marx Factor.

Espejismo puro.

Y la enésima contradicción, la del subdesarrollo, tiene uno de los hombres que varias ocasiones la revista Forbes lo ha encumbrado como el hombre más rico del mundo: Carlos Slim Helú, a quien considero mi “socio” –en 2005 una tarjeta Telcel resultó apócrifa y como no hubo el reembolso correspondiente de 300 pesos, decidí hacer público mi regalo de esa cantidad el poderoso empresario egresado de la UNAM, mi mayor orgullo nacional y educativo.

Ambos países tiene profundas similitudes que los hacen diferentes: Los hermanos Castro, Fidel y Raúl, en el poder hace 55 años, y el PRI, desde 1929, –salvo la llamada docena trágica panista 2000-2012.

Ambos países, México y Cuba, tienen plagadas sus cárceles por diferentes motivos, pero similares, en populares armaduras de desesperanza e indefensión.

En la Isla se intenta acallar al pueblo –“con la revolución todo, contra la revolución nada”, reza el dogma castrista, castrense, castrante—con presos de conciencia sólo por hablar mal de los hermanitos Castro.

Cero libertad de expresión.

Hay testimonio de que quienes han osado hacerlo han sido presos cuatro años.

En México sus prisiones están llenas por internos acusados de delitos menores, reflejo de que las políticas sociales, sobre todo de empleo y educación, son un fracaso hace casi 75 años –por el robo de un pan, chamarra, knor suiza, poseer un churro de mota, y la ignominiosa reciente excarcelación de una mujer en San Luis Potosí, presa dos años por pagar con un billete apócrifo útiles escolares.

Había sido sentenciada a seis años.

Casos como el de ella sobran en las prisiones mexicanas.

La película Presunto Culpable es otro ejemplo. Pero de nada sirvió la crispación social que provocó su proyección. Todo sigue igual o peor, ante el discurso oficial triunfalista.

“No pasa nada”.

Después de haber vivido tres intensos meses en La Habana, más que buscar una calificación académica como becario, quise tener una experiencia de vida en las entrañas entrañables de la sociedad isleña.

Aprendí de qué lado masca la iguana. En La Habana supe historias aterradoras: como la peculiar leva castrense: llevarse –los militares— a jóvenes, de la noche a la mañana, sin decir agua va, para a combatir en la Guerra de Angola o Afganistán.

Supe del caso de un joven, que quién sabe si haya sido también mito o realidad que, por echarse un flato durante un mitin de Fidel, en una comunidad cercana a la provincia de Santiago, fue encarcelado.

Argumento: intento de boicot a Castro.

La mayoría de los jóvenes con los que traté en aquel entonces, ahora ya cincuentañeros, deseaban huir a Florida, Miami, a la voz de ya, en particular, en busca del American Dream.

Estaba fresco el éxodo de Puerto Mariel donde mediante salvoconducto huyeron al país de las Bardas y las Estrellas unos 125 mil cubanos.

Fidel Castro hábil él, alto de miras, excarcelo deficientes mentales, enfermos terminales, y asesinos que cumplían condenas perpetúas mandándoselos en ese fugaz éxodo marino.

Llamados Marielitos eran considerados indeseables y un “peligro para la sociedad”. Sucedió en abril de 1985.

La mayoría no habían vivido el tránsito de la dictadura de Fulgencio Batista a la consolidación Revolución Cubana, tras el triunfo del 59. 

Para derrocar a Batista, pocos saben –yo lo ignoraba ignaro, Fidel tuvo el apoyo de la mafia estadounidense –hay una parte de la Novela de El Padrino de Mario Puzzo que deja entrever esa relación– y de la CIA.

Recibió irrestricto apoyo tecnológico de comunicaciones, radiotransmisores  y sofisticado armamento.

Después diluyó su compromiso con ambas organizaciones. Incluso, al triunfo de la Revolución, encarceló varios mafiosos, que controlaban drogas, apuestas y prostitución, liberándolos después.

Fidel y su Alteza, dos caminos, una misma realidad: mísera antidemocracia.

E-mail: [email protected] y Facebook: @kalimanyez

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