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Comadreo Salinas-Camacho

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Salinas y Camacho

Acento

Salvador Flores Llamas

A las acusaciones de Salinas de Gortari y las respuestas de Camacho Solís, dos personajes que dominaron el escenario político hace 20 años,  puede aplicárseles el decir popular del pleito de comadres y, para su desgracia cayeron de la gracia del respetable.

 

En el sexenio de Salinas, junto a grandes reformas, como el reconocimiento de la Iglesia y el TLC, hubo serios problemas de corrupción, empezando por la del hermano incómodo, la venta de bancos y paraestatales a los amigos y las finanzas prendidas con alfileres, que obligaron a una devaluación muy grave al sucesor y la impericia del secretario de Hacienda Serra Puche llevó al máximo.

Fue también el régimen de los asesinatos políticos: del cardenal Posadas, Colosio y Ruiz Massieu, que por no haberlos aclarado y estar aún impunes, el pueblo cree que fueron ordenados desde arriba, y su sentencia no parece  equivocada, por lo menos esta vez.

Como tampoco se equivocó al convertir a Salinas en el villano favorito al  dejar el poder, hecho fomentado –también hay que decirlo– por Zedillo, no por autodefensa (término hoy de moda) sino con justicia; por eso los salinistas lo consideran vengativo.

Camacho, a su vez, no oculta estar dolido porque su examigo no le heredó la Presidencia que le prometió desde jóvenes, según él, y no asimila aún su derrota ni oculta su amargura

Manuel se creyó en los cuernos de la luna y hacía malabarismos para atraer la atención de su jefe y amigo de alma, y crear problemas –según se sabe– para resolverlos y aparecer como el gran negociador político de su cuate.

Así, entre otros partos, tuvo el del Peje, a quien trajo dos veces de Tabasco con sus huestes y los plantó en la plancha del Zócalo en vísperas de alguna fiesta nacional o cívica, para luego negociar que se fueran, a cambio de colmarlo de millones y ponerle autobuses para regresar al terruño.

En eso, como en otras hazañas, lo auxilió su hijo político Ebrard, que era su brazo derecho en el departamento de DF, y por eso no extrañó que con el tiempo le cobraran el favor a Andrés Manuel y éste encumbrara a Marcelo en el gobierno de la ciudad.

Otro engendro camachista fue el Subcomandante Marcos. Ahí tuvo por aliado al obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz, a quien invitó de inmediato, cuando Salinas lo nombró su negociador ante el EZLN, a que lo ayudara a arreglar el entuerto, que dio por resuelto, pero lo dejó igual o peor, porque ya estaba empeñado en desbancar a Luis Donaldo por haberle ganado la candidatura presidencial.

Manuel conocía mucho Chiapas y tenía buenos contactos, pues fue yerno del exgobernador Manuel Velasco Suárez, el eminente neurólogo,  abuelo del actual mandatario chiapaneco, a quien Camacho proyecta para ser Presidente, en desquite porque él no llegó y por ver frustrado el sueño guajiro de su alfil Ebrard Casaubón.

Carlos y Manuel añoran hoy las candilejas y Salinas, en otra de sus salidas mediáticas tradicionales, habló de las “invenciones fantasmagóricas” de su examigo sobre el EZLN.

Este, desde luego, le reviró –en El Universal- y dijo que “padece amnesia, de pérdida parcial de memoria…por su soberbia”, y recordó que le denunció hechos graves de corrupción, como los de su hermano Raúl. Aunque esto parece improbable, porque Manuel no iba a exponerse a quedar mal con la familia presidencial, acusando al primogénito, si su anhelo vital era ser Presidente.

En una carta-respuesta, Carlos dijo que el regente Camacho Solís ofreció “garantías a la familia Salinas” a cambio de la Presidencia.

Manuel apuntó que la soberbia de Salinas se impuso sobre “su habilidad política”, y que volvió a hablar para aparecer como hombre de gran poder, réplica actual del jefe máximo; lo que ni durante su mandato logró ser.  

Como Carlos afirmara que Manuel “ya era un personaje irrelevante en el conflicto de Chiapas”, éste le respondió que “si fuera irrelevante, no me hubiera dedicado la entrevista”, y que el propio Salinas fue el primero en destruir su propia imagen de reformador.

Y que con eso quiso advertir al presidente Peña Nieto que se cuide, porque siendo un gran reformador, puede ser víctima de sus enemigos.

Camacho remata que no tiene sentido que su ex jefe trate de reconstruir hoy, en la era de la pluralidad, su autoridad política.

Aquí no viene al caso aplicar la sentencia de que los niños y los borrachos dicen las verdades, porque a ninguno de esos actores le conocemos afición etílica.

Como bien dice el pueblo: calladitos, se verían más bonitos, y más si ambos carecen de calidad moral para darnos lecciones de civilidad y erigirse de nuevo en héroes políticos del país ni podrán cambiar el juicio inapelable de la historia.   

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