Hugo L. del Río
El maestro Luis Villoro nació en España, inició sus estudios en Bélgica y encontró su vocación en México: promover el derecho del indio a defender su dignidad. Historiador, analista del poder, abanderado de la disidencia, investigador de los problemas que plantea la ética, don Luis falleció en la ciudad de México a los 91 años.
Catedrático de la UNAM, autor de libros de los cuales considero “Los grandes momentos del indigenismo en México” como el más importante, don Luis engendró a Juan, digno hijo suyo: ambos compartieron la robustez y belleza intelectual de la confrontación de inteligencias y cultura en El Colegio de México. En el centro del universo del maestro oriundo de Barcelona encontramos la figura del indio: la doble moral del Estado mexicano le erige estatuas y da su nombre a ciudades y avenidas, pero le niega la justicia y a fuerza de humillaciones se empeña en despojarlo de su orgullo. Somos un pueblo mestizo que odia al español y desprecia al indígena: los siervos de la República imperial así nos educaron en la deformación espiritual y en la pérdida de la identidad. El maestro Villoro desplegó una intensa energía en sus libros y su cátedra para combatir las perversiones que durante generaciones han envenenado al mexicano. La rebelión de los mayas en Chiapas canalizó su pasión y abrió un horizonte no esperado: su intercambio epistolar con el subcomandante Marcos. El intelectual, el verdadero intelectual, es hombre que para crear y dar expresión a su pensamiento necesita desligarse de los poderes. Escribió el maestro:”Frente al pensamiento utilizado para integrar la sociedad y asegurar su continuidad con esa misma sociedad, el pensamiento filosófico es de ruptura, de otreidad”. Chiapas es el caldero donde hierven las contradicciones de un pueblo tan flagelado que casi ni siquiera se atreve a soñar. En este año de gracia de 2014, después de tanta sangre derramada, en San Cristóbal de las Casas se sigue denigrando al nativo. El guerrillero de la pipa y el pasamontañas peleó –hora de lucha sagrada— a favor de “que sean vidas las que los muertos nos hereden”. El pensador del altiplano así lo comprendió. Pero la batalla es desigual y será muy larga. En El País, Pablo de Llano nos regala su visión del alma y el intelecto del catalán que se encontró en México, y de la cordillera de obstáculos que estaba escalando: “Articulador del pluralismo indígena, con una conciencia lúcida del desarraigo poscolonial que pervive todavía en las democracias latinas del siglo XXI”. Juan, su hijo, piensa que don Luis “aprendería a no tener familia, ciudad, país concreto”. Me permito disentir: hermanos en la ira provocada por la injusticia, millones de mexicanos, españoles, iberoamericanos y hombres, en general, habitantes de todas las latitudes y coordenadas somos su familia, su ciudad, su país concreto.
