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Anécdotas de Ruiz Cortines

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A c e n t o

 

Salvador Flores Llamas

 

Del presidente Ruiz Cortines (ARC), sucesor de Miguel Alemán Valdés, hay anécdotas que lo pintan como viejo zorro o costal de mañas para dirimir intríngulis políticos.

 

Hay una sentencia suya muy significativa: si quiero resolver un problema, lo ordeno de inmediato; si no, creo una comisión que lo estudie, y viene como anillo al dedo a los diputados que para todo inventan comisiones y chupan más dinero del erario.  

Humberto Romero, secretario particular de López Mateos, fue jefe de prensa de D. Adolfo, quien se lo coló a su secretario del Trabajo, ALM.

Este convino con ARC que el Chino Romero fuera enlace entre ambos, durante su campaña presidencial.

Al tocar Sinaloa ALM no se reportó un día. Al otro, ARC  preguntó al Chino por el candidato; respondió que no había llamado, pero que lo haría en esa fecha.

Pasaron días y nada; hermético al principio, ARC dijo al quinto: cuando los hombres se sienten seguros olvidan a sus amigos, en clara alusión a ALM, y Romero trató de explicarle que quizá éste tenía contratiempos.

Esa noche al fin llamó ALM; Humberto le contó la turbación del Jefe y le sugirió meditara bien lo que le diría, pues el horno no estaba para bollos.

ALM volvió a hablar en 5 minutos, Romero dio la noticia al Presidente y le pasó el teléfono.

Terminada la llamada, ARC dijo a Humberto: nuestro hombre piensa que me chupo el dedo con que le recargaron las visitas a los pueblos y apenas tenía tiempo para desplazarse. Sin duda las mujeronas sinaloenses y el alcohol son un disfrute excelente; ya enfrentará los conflictos del cargo.

ALM no ponderó que el Viejo recibía un reporte diario del jefe seguridad de su campaña, a través del Estado Mayor Presidencial.

En otras cosas: un día ­-cuando empezaban las menciones de los prospectos para la elección de medio sexenio– llegó un compadre a ver a ARC y pedirle lo hiciera diputado federal.

Pasadas la auscultación y asambleas del PRI, el gallo priísta resultó otro.

Indignado fue a ver al Presidente y éste, al verlo entrar se levantó, le dio un abrazo apretado y le espetó: “nos chingaron, compadre, ni modo”.

Suerte distinta corrió el teniente revolucionario Tomás Zataráin, su amigo. Cerca de medio sexenio visitó al Presidente, se quejó de que su raquítica pensión no le alcanzaba para mantener a su familia y le pidió lo ayudara.

ARC le prometió que lo haría con gusto y que se fuera sin pendiente.

Pasaron meses y como Zataráin no veía claro, volvió a visitarlo: oye, Adolfo, no me vaciles, ya no aguanto, se quejó

ARC le respondió calmado: no te apures, ya te apunté. Entonces ¡dispara¡, contestó el militar.

Al poco tiempo Zataráin salió en la lista de candidatos del PRI a diputados, y fue a agradecerle a su amigo.

Pasada la campaña, triunfó y el día que iba a presentarse en la Cámara, se acicaló muy bien con traje, zapatos nuevos y corbata. Uno de sus hijos, que nunca lo había visto de traje, le preguntó: ¿papá, qué te pasa?

La respuesta lacónica: ahora sí vamos a salir de brujas, mijo.

Abundan decires de cómo manejó a los tapados: Ignacio Morones Prieto, secretario de Salubridad; Antonio Carrillo Flores, de Hacienda; Gilberto Flores Muñoz, de Agricultura; Adolfo López Mateos, del Trabajo, y Ernesto P. Uruchurtu, jefe del Departamento del DF, para su sucesión.

D. Rodrigo de Llano, director general de Excélsior, fan de Flores Muñoz se aceleró indebidamente, pues como director del mejor diario del país no tenía por qué tomar partido, pues “el bueno” lo buscaría tras el destape.

Próximo éste, De Llano visitó a ARC, y le soltó: señor Presidente, sé que no le gusta hablar de los gallos para sucederle; sólo le pido el favor de que me oriente sobre las cualidades de cada uno.

El Viejo se las olió, dio un repaso sobre los tapados: Carrillo Flores no puede ser, porque la gente rechaza a los cobrones. Cómo se parece Morones Prieto al Benemérito. Ernesto sería buen presidente los 12 primeros años. Sabedor de la inclinación de De Llano a Flores Muñoz, dijo: hay que cuidar mucho al Pollo (así le decía) para que aguante el paso.

Y olvidó referirse a López Mateos. Pero D. Rodrigo se lo mencionó. ¿No le parece que está muy joven?, preguntó D. Adolfo.

Tarde se le hacía al periodista salir de Palacio Nacional, y en cuanto halló un teléfono de alcancía (no había celulares) citó a Flores Muñoz a comer; no se contuvo y le dijo: ya chingamos, compadre.

Y su esposa, Dña. Ma. Izaguirre lo ayudó a embelesar a los Flores Muñoz. Invitó a la señora Asunción Izquierdo de Flores Muñoz a visitar Los Pinos, le mostró la residencia e insinuó que pensara en los cambios posibles. Con eso el político nayarita confirmó que sería el sucesor.

Una mañana iba D. Adolfo de Los Pinos al Palacio Nacional con Dña. María al lado. Al llegar a la esquina de Juárez y San Juan de Letrán el chofer quiso pasarse el alto, pues llevaba al mero jefe.

Al pararlo un Tamarindo, el chofer le gritó: ¿Qué no sabes que al Presidente de la República no se le para en la calle?

Y tampoco en la cama, ¿verdad, Viejito? Dijo, socarrona, Dña. María.

Sabida fue la afición de ARC por el dominó. De Presidente llegó un día al bar del hotel Diligencias del puerto de Veracruz, y se puso a jugar con el dueño, su amigo. Como éste le ganó una mano, no cabía de gusto y le presumió: Ya vio que no soy mejor que usted en el dominó.

Sí, pero eres muy mal político, cómo le ganas al Presidente, ripostó el Viejo.

Unos dicen que ARC fue buen presidente, pues puso en orden las finanzas del Estado tras los dispendios y rapiña del alemanismo; otros que, con tal pretexto, nadó de muertito y no hizo las obras que el país necesitaba, como mucha infraestructura.

En Veracruz y Oaxaca le critican por frenar un importantísimo programa del Río Papaloapan, que evitaría inundaciones, daría riego y electricidad a gran parte del sureste y crearía mucha mano de obra; mas lo paró y se perdieron fuertes inversiones ya hechas.

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