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Buendía, mi maestro

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A c e n t o

Salvador Flores Llamas

 

Al cumplirse hoy 30 años del asesinato de Manuel Buendía, uno de los periodistas mexicanos más destacados, lo recuerdo como mi maestro en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García en 1959, con destellos del hombre y el amigo, que me dispensó.

 

Con el lazo común de la michoacaneidad: él nació en Angangueo  (gustaba decir que en Zitácuaro) yo en La Piedad; al llegar a la Septién el primer día de clase, me llamó aparte. ”Salvador, tú y yo somos amigos, pero te pido por favor que por respeto a la cátedra me hables de usted en clase”.

Como en la escuela de periodistas paradójicamente sólo había una máquina de escribir (la de la secretaria), al presentarse ese primer día, puso sobre la mesa su Olivetti portátil, y pidió a quienes tuvieran una, que la llevaran los miércoles y viernes, días de su lección, para convertir el salón en sala de redacción.

Así fue, y tras una breve exposición teórica, tomábamos los vespertinos del día o boletines que él llevaba de “La Prensa”, de la que era director, y abría un certamen para ver quién redactaba la mejor nota, que nosotros mismos calificábamos, al leerlas allí.

Recorría el salón haciendo observaciones, y corregía sobre la marcha las fallas de redacción en las notas. Especialísima inflexión dio a la redacción de lides (entradas): decía que si la noticia era la materia prima del periodismo, el lid es el meollo de aquélla, clave del encabezado (“cabeza”) y jalaba al lector.

Todos apreciamos su enseñanza y lo conceptuamos como el mejor maestro, dicho esto sin paisanaje provinciano.

El último día de clase me llamó y propuso: si quieres, te dirijo tu trabajo final (especie de tesis). Pero si aceptas, te advierto que “te voy a chingar”, porque voy a ponerte a trabajar, pues la tesis que yo dirija debe sacar el primer lugar, y la leerás en la ceremonia de graduación. Así fue, gracias a él.

Claro que acepté. Entonces avísale al Sr. Director que yo te dirigiré y ya no vendrás a la escuela, porque todas las noches te veré en la redacción de “La Prensa”.

Así fue, primero le presenté y discutimos el esquema del trabajo; después,  diario me daba órdenes como a un reportero, y era estrictísimo en que las cumpliera.

Como el tema de la tesis fue la juventud, me mandó entrevistar a Agustín Arriaga Rivera, director del Instituto Nacional de la Juventud, político michoacano que le pidió su apoyo porque aspiraba a ser gobernador del estado, y el destape estaba próximo.

Temprano me presenté en sus oficinas del Injuve y solicité verlo, de parte del señor Buendía, Director de La Prensa (fue la instrucción). El secretario particular salió con lo de siempre: su jefe estaba muy ocupado, ya me avisaría si me recibía.

Al día siguiente me puse en el sitio donde Arriaga se bajaba del coche y le reiteré personalmente mi solicitud. Con idéntico resultado.

Esa noche, Manuel me pidió cuentas; le informé, de inmediato tomó la red, le marcó a Arriaga y sin más le espetó: Te envié un reportero de La Prensa a que te entrevistara; no lo recibiste, pese a su insistencia y a que iba de mi parte.

Así no puedo ayudarte a ser gobernador, pues no dejas que te promovamos Ya no cuentes conmigo, y colgó.

De inmediato repiqueteó la red; era Arriaga, le ofreció disculpas, prometió recibirme, y lo hizo de inmediato. Buendía me ordenó redactar una nota de cuartilla y media para publicarla en La Prensa con mi firma.

Cuando me ofrecieron dirigir un periódico en San Luis Potosí, le consulté, y me dijo que ni lo dudara, porque era una gran oportunidad para un joven periodista, y que le enviara notas políticas y policíacas de primera plana.

Le agradecí el consejo, pero le advertí que me la ponía difícil, pues primero tenía que cumplir como director y, segundo, yo no iría como corresponsal suyo; por eso no me comprometía a cumplirle. Sonriente, me dijo: cuando haya algo bueno, pones al reportero de guardia que se lo pase al mío. Así lo hice.

Un día me habló por teléfono: Salvador, mandé a un joven reportero de La Prensa, nativo de  San Luis, a trabajar lo del extravío de una avioneta en la Huasteca Potosina, según  parece, cargada con droga. Le indiqué que si algo necesitaba, recurriera a ti. Después nos arreglaríamos tú y yo.

Nada necesitó de mí aquel reportero, a quien tuve oportunidad de conocer: era Fausto Zapata, futuro subsecretario de la Presidencia, encargado de la prensa de Echeverría.

Mi sueño duró 6 meses. Los dueños del diario creían que éste era como sus negocios, que desde el primer día iba a darles peso sobre peso. No sucedió y ni las gracias me dieron, pese a que, sin modestia, Esteban Zamora, el jefe de redacción, y yo elevamos considerablemente el tiraje en lapso tan breve.

Ya en México, fui a saludar a Buendía. No le pedí trabajo (creí que al ver que no lo tenía, me lo daría) ni él me lo ofreció; me pidió lo visitara, me invitaba a cenar y hasta al teatro, pero nada de chamba.

En octubre de 1977, cuando el presidente López Portillo visitó España, para reanudar las relaciones y visitar Caparroso (tierra de sus ancestros) Manuel fue de invitado, yo como reportero de la fuente presidencial.

Un día, en Madrid, me invitó a charlar; sin preámbulos me dijo: quizá estés molesto conmigo porque no te ofrecí trabajo cuando te quedaste sin él en SLP. No lo hice, porque andábamos en problemas en La Prensa y me jugaba el cargo.

Me propuse invitarte, si lo conservaba; porque si no (como ocurrió) habrías quedado con el sello de partidario mío, y te habrían corrido a las volandas.

Le agradecí la explicación; no guardaba nada contra él, porque me coloqué muy bien en “Ovaciones”. Mas su gesto fue para mí otra lección muy significativa, y lo definió como amigo y hombre de valía, como siempre lo consideré.

Me echaré un poco de incienso a su salud: el 7 de junio de 1984, ocho días después de su muerte, me fue otorgado el Premio Nacional de Periodismo en Noticia, y mentalmente lo ofrecí a Manuel Buendía, pues sin su cátedra periodística, tan personalizada, no lo hubiera logrado.         

 

 

Estimado Salvador:

 

Celebro mucho que hayas difundo este relato de tus experiencias con Manuel Buendía. Me hubiera gustado tener un maestro así, y lo digo sin detrimento de los muy buenos que me tocaron en “la Septién” y de los cuales Anita te habrá comentado además de que tú los conociste, aún –tal vez– sin haber recibido clases de ellos.

 

Por favor sigue escribiendo sobre temas de nuestro oficio-profesión; hace falta reunir esas pequeñas piezas de todos los colegas que tengan algo que narrar, para armar (ojalá que alguien lo hiciera) el gran rompecabezas de la historia del periodismo contemporáneo mexicano. Por mi parte, agregaré tu artículo a todo lo que tengo en archivos sobre nuestra actividad profesional y sobre los colegas en lo individual.

 

Un abrazo, A.

José Antonio Aspiros Villagómez

Licenciado en Periodismo

[email protected]

 

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