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Así de fácil

Despedida

Juan Chávez

Muy joven ingresé a las filas del periodismo. No cumplía aún los 16 cuando mecanografiaba ya las tiras pegadas al esquema de los telegramas del enviado de El Nacional a las giras del presidente Miguel Alemán.

 

Corría el año de 1949 y era una de las formas de hacer escoleta y también la manera de encontrarle la punta a la madeja del apasionante oficio que se convierte en pasión por jalar todos los días de la hebra. Para eso se nace y se muere porque el carrete es eterno.

Mi escoleta fue rápida y breve. El 25 de diciembre del mismo año recibí el oficio de mi director Guillermo Ibarra que me otorgaba la plaza anhelada.

“¡El mejor regalo de Navidad!”, exclamó alegre mi mama cuando se lo mostré.

“¡Lo mejor de mi vida!”, le añadí.

He transitado, desde entonces, la desencantadora vida de atestiguar el ejercicio gubernamental de presidentes prometiendo el oro y el moro, y no sacar del estancamiento al país que parece hundirse cada vez más en el fango de la pobreza y sin la esperanza de mejor vida para los 120 millones de mexicanos miserables y clasemedieros, golpeados siempre por el alza del costo de la vida, con mayor severidad siempre.

México vive de prestado. Sus fuentes de ingresos principales son el petróleo y las remesas de los 11 millones de mexicanos que se parten el alma allá afuera.

Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y ahora Enrique Peña Nieto, son los presidentes a los que he escuchados su rollos de casi todos los días, como si anduvieran todavía en campaña.

Promesas y promesas, reiteradas una vez y otra más. Estilos machacados, como que sin hablar, un mandatario no fuera tal.

Hecho este efímero repaso, nacido de la emoción con que siempre le he pegado a la tecla digo, más emocionado, que este último viernes de junio de 2014, bajo la cortina.

He plasmado mi modesta opinión política en los últimos años como ejercicio terapéutico, digo yo, para no frustrarme y seguir ocupado en lo que aprendí.

Lo evidente es que no puedo seguir en la talacha que no representa ningún ingreso aliviador a mi exigua economía.

Agradezco a mi editor haberme consecuentado y apreciarme con el espacio abierto para mi modesta colaboración en su portal. Entiendo y comprendo como él, también, anda rasguñando dineros adicionales. Estos, lamentablemente, no se dan y no quiero abandonar mis espacios exteriores sin que mi espíritu brote a plenitud. ¡Que mi espíritu mantenga erguido al cuerpo, a la materia pues!

Voy a consagrarme al cuento, a las leyendas y anécdotas, de los que fui testigo, de los actores de ese “México nuevo”, del que se “mueve”, del que han intentado construir esa docena de presidentes que he visto actuar en la cúpula del poder… y no sacar al país de sus atolladeros.

Como reza el adagio popular, más vale a tiempo que esperar a que te digan que vales lo que se le unta al queso grande: ¡chile!

O como no me canso de aseverar: la experiencia no es reconocida ni pagada. ¡Lástima Margarito!

A todos, en esencia a los que me leyeron, mi reconocimiento. ¡Gracias!

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