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Agora Política

Jesús Yáñez Orozco

A riesgo de hacerle al Inspector Chino –‘intrigoso y ‘tontejo’— llamó mi atención el video de 24 minutos difundido la semana pasada por Carmen Aristegui a través de MVS. En él se ve y escucha a dos reporteros –Eliseo Caballero, corresponsal de la telementira, Televisa, durante 26 años, y José Luis Díaz, dueño y director de la agencia de noticias Esquema—,  a cambio de dinero, sugiriéndole a la Tuta, Servando Gómez Martínez, cómo tener un mayor impacto mediático, a través de mantas, por ejemplo, para reforzar la presencia en Michoacán del grupo delictivo que él comanda, Caballeros Templarios.

 

Por ello, van algunas consideraciones personales, a botepronto, luego de 36 años como reportero, la mayoría de ellos, especializado en deportes, porque es un mayor reto profesional no depender de los boletines oficiales.

También cubrí información general: Presidencia de la República, diplomáticas –embajadas y secretaría de Relaciones Exteriores– economía y finanzas, partidos políticos, entre otras fuentes.

Hago esta aclaración porque poca gente conoce mi trayectoria profesional y se preguntará ¿quién soy? para opinar así.

Me parece –salvo la mejor opinión del agorero lector— que, reitero, me asiste el valor moral y ético para emitir un juicio, más bien reflexión, sobre este tema, con base a mi experiencia –Premio Nacional de Periodismo, José Pagés Llergo, en 2005, por un reportaje sobre una liga de ciegos en la ciudad de México, y la publicación de un libro, Política y Mafias del Futbol, editado en 1994 por Planeta.

Amén de haber pasado por redacciones de algunos de los medios más importantes a nivel nacional, luego de cursar la carrera de periodismo y comunicación colectiva en la FES-Acatlán-UNAM, de 1977 a 1981:

Revista Proceso, diarios El Financiero, El Universal, TV-Azteca, Notimex, entre casi una veintena. Y becario, en 1985, durante tres meses en La  Habana Cuba, por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Después del autocebollazo, no por eso quiere decir que tenga la razón. Porque las verdades absolutas matan, las dudas dan vida.

Porque, además le existencia de cualquier ser humanos es dogma de fe: cree en lo que quiere creer y nunca dudar.

Reflexiono en base a mi experiencia. Y como tal es subjetiva. Estas letras invitan a la reflexión.

De entrada, considero pecata minuta –y no “misil”, periodísticamente hablando, como calificó uno de los colaboradores del noticiero de Aristegui, más bien es ‘buscapiés’– lo que sucedió con los dos reporteros en el video donde se entrevistan con La Tuta, si comparamos la perversa relación Televisa-PRI que existe hace casi 50 años.

Escasos  minutos después de la información difundida por Carmen Aristegui, fue divulgado un lacrimógeno boletín de prensa de noticieros Televisa donde anunciaba el rompimiento laboral  con Eliseo Caballero –¿Templario?–.

“No tiene cabida en esta organización quien viole la confianza y vulnere la credibilidad (sic) que el público día a día le confiere a Noticieros Televisa”, argumentaba el comunicado que me desternilló hasta partirme los labios.

Porque la empresa, erigida en telepatria, se victimiza. Y no hay peor villano que quien se hace la víctima. Porque los malos siempre son y serán los demás. Ella es, en sentido estricto, alma de la caridad.  

En su página web, en su “misión” la empresa televisiva  asegura “satisfacer las necesidades de entretenimiento e información de nuestras audiencias, cumpliendo a la vez con nuestras exigencias de rentabilidad (sic –puro negocio–)

a través de los más altos estándares mundiales de creatividad (sácale las babuchas) y responsabilidad social” (re-sic).

Vale recordar, en este contexto, que ya ha habido un episodio de larga duración judicial en Nicaragua vinculado a la delincuencia organizada. En él se acusó a mexicanos con credenciales de prensa al parecer avaladas por esa empresa, usar vehículos con colores y emblemas de la compañía de Azcárraga para trasladar dinero y drogas en Centroamérica.

Porque es conocido y reconocido en ciertos sectores sociales, círculos políticos y mediáticos que la Telemierda se especializa en hacer verdades de mentiras y mentiras de verdades.

Neofascismo puro.

Son, literal delincuentes de cuello blanco. Y no hay mucha diferencia entre la empresa de Chapultepec 18, el PRI y la delincuencia organizada.

Esa es su mayor estrella: la mendacidad, así como fomentar la pandémica obesidad, entre otros males, a través de los comerciales.

Incluso, peor: Porque se caracteriza en manejar una doble moral. Algo que jamás, que yo recuerde, hacen los grupos delincuenciales ni a sus líderes. Se asumen como asesinos, secuestradores, narcotraficantes, asaltantes, sicarios…

Salvo, claro, excepciones.

Hace casi tres décadas el feroz Tigre, Emilio Azcárraga Vidaurreta, se ufanaba ser “soldado” del partido tricolor, hacer televisión para los “jodidos”, especializada en “vender aire”, y se autodefine, históricamente, como una empresa Guadalupana.

Todos los años sus cantantes llevan mañanitas a la Virgen Prieta, como la llama en sus novelas el desaparecido Jorge Ibargüengoitia.   

Ahora, según declaraciones del actor Héctor Suárez,  después de una charla con ejecutivos del Canal de las Estrellas, dice que le dijeron que hacen televisión para “indios”, por lo que no se requiere calidad, mucho menos crítica social en los programa de humor que siempre lo han caracterizado.

Porque lo sucedido en el video de marras es reflejo que los periodistas somos el hilo más delgado del grueso cordel de corrupción que caracteriza a los medios de comunicación en México, por la indefensión laboral y salarial en que realizamos nuestro oficio.

Los periodistas padecemos el Síndrome del Kléneex: úsese y tírese.

Equivalemos al jamón del sándwich: estamos entre las garras del poder y las balas de la delincuencia organizada. Muchos se venden al mejor postor, por los pírricos salarios que se devengan en los medios. O por afanes protagónicos. Incluso, desmedida ambición de dinero.

O todo junto con pegado.

Algunos, con amenazas, son forzados al silencio. Pocos, contados con los dedos de una mano, realizan un periodismo comprometido: son los ojos y oídos de la sociedad. Cuando persisten en su labor, son coaccionados,  caen en la autocensura. O, en casos extremos, buscan exiliarse en otras entidades, incluso fuera del país.  

Esa es la parte medular del porqué, de 1971 a la fecha, han sido asesinados alrededor de 250 comunicadores en todo el país. De ellos, de enero de 2000 al 31 agosto de 2014, se reportaron 102 homicidios y 24 desapariciones de periodistas, de los cuales dependencias federales  investigan 30 asesinatos y 12 desapariciones.

De acuerdo con la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) –último informe estadístico–, explica que cuando la dependencia comenzó a operar, 5 de julio de 2010 al 31 de agosto de 2014, inició 596 indagatorias por delitos contra periodistas y medios de comunicación.

El 35.4 por ciento (es decir, 211) son amenazas.

Llamo la atención más el descaro argumentativo del deslinde de Televisa de su reportero –Judas negando a Cristo– que el tema de la corrupción –chayo, chayote, embute, dádiva, cochupo— que  sucede en todos los medios de comunicación, en mayor o menor medida, por la indefensión laboral y salarial de los periodistas de a pie. 

Sin  excepción.

Sea Televisa o la Revista Proceso.

Son  extremos que se tocan por el delgado hilo de la deshonestidad o carencia de ética, corrupción, ambición desmedida.

Lo sucedido con el video donde aparecen dos reporteros es sólo la punta de icerberg de la forma cómo se hace periodismo en México, en algunos sectores.

Obvio, no en todos. 

Por ejemplo, cómo explicar que la Secretaria de Hacienda, cuyo secretario es el brillantísimo Luis Videgaray,  haya condonado tres mil millones de pesos a la telementira, propiedad  de Azcárraga Jean.  

Sólo se entiende, entre otras cosas, porque a esa empresa debe la presidencia de la República, Chavita, el salvador de México.

Una forma de pagar el derecho de piso.

Tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata.

Y sucede hasta en las mejores familias. En 2004 y principios de 2005 me sumé como colaborador y columnista de deportes a una revista que era dirigida por un reconocido ex reportero de la Revista Proceso –de quien me reservo el nombre por obvias razones— propiedad de un prominente priista, quien llegó a ser líder nacional del partido.

Un día, con un café veracruzano sobre la mesa, platicó sin rubor alguno cómo había recibido un chayo.

Narraba que en ese entonces, debido a que todavía no rentaba departamento, pues venía de provincia, se hospedaba en el Hotel Diplomático, sobre avenida de los Insurgentes, al sur del Distrito Federal, a unos 200 metros de la sede de dicho semanario, en Fresas 13, Colonia del Valle.

Realizaba un reportaje sobre el estado donde era originario. Era, un ‘periodicazo’, como se dice en el argot reporteril, en contra del gobernador en turno.

Cuando el político lo supo instruyó a su jefe de prensa como emisario. Se apersonó con un portafolio y dinero dentro  ante el periodista –que nunca mencionó cifra alguna— pero eran miles de pesos, supongo.

Y cuando el texto apareció ya iba ‘cepillado’: el “cabronazo” en contra del gobernador, se convirtió casi en “caricia”.

Porque la filosofía, ley no escrita, en torno al embute en el semanario Proceso es: Si no altera tus escritos o cambia tu nivel de vida y no te corrompe, acéptalo. No hay empacho alguno en recibirlo.

Así de fácil. 

Recuerdo que allá por 1978 cuando me iniciaba en el oficio como albañil de la palabra en ese semanario, había una versión, que nunca me constó entre los mismos periodistas.

Era esta: a la salida del director de Excélsior, Julio Scherer García, y un grupo de comunicadores, por el golpe del Echeverriato contra ese diario, –y de que en los cuatro meses que tardó en aparecer Proceso, de julio a noviembre de ese año– recibía embute del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Y que su secretaria, en esa época, era la encargada de recogerlo en las oficinas de avenida Reforma.

Si eso sucede en la revista de mayor prestigio a nivel nacional qué no pasará en los demás medios de comunicación.

Esta historia por considerarla rudeza innecesario no apareció en mi testimonio titulado Proceso, el Mito, publicado en junio pasado la revista Etcétera, que dirige Marco Levario, así como en la página digital Análisis a Fondo, cuya titularidad es de Francisco Gómez Maza.   (http://analisisafondo.com/index.php/educacion-y-cultura/item/12757-proceso-el-mito)

Mas es válido en el actual contexto.  

Incluso, recuerdo la portada de Proceso, hace unos tres años, donde Scherer aparece con una cálida sonrisa al lado del rostro bañado de satisfacción de Ismael Mayo Zambada, líder del cartel del Pacífico, y su característico bigote.  

Hace más de una década sucede un fenómeno curioso en los medios de comunicación en México. Hay casos, cada vez más recuentes, donde los reporteros son literal, asaltantes con charola, pues –debido a que en el medio donde laboran no reciben salario alguno— ‘negocian’ notas, entrevistas y reportajes con los personajes de las historias a contar o jefes de prensa o directores de comunicación social.

Sucede –contado por los propios reporteros– en los periódicos Estadio –propiedad de la familia Maccisse, de origen árabe radicada en el Estado de México, y estrechamente ligada a El Terremoto Nacional que “mueve a México– y Unomásuno.

En mi caso, luego de más de un año, durante 2007, como colaborador y columnista del mencionado diario deportivo, jamás recibí un centavo, cuando el editor de deportes, Oswaldo Anaya, me prometió que “poquito”, pero lo habría pago.

Cuando decidí demandarlos por cerca de un millón de pesos, un amigo en común de Anaya y mío, Sergio Lagarde, intercedió por el editor, pues, de proceder la querella laboral, podría perder la chamba.

Desistí porque el encargado de deportes tenía una niña recién nacida y no iba a cargar en mi conciencia con un acto donde podría verse afectada la pequeña.

Incluso durante esos 12 meses que colaboré, sufrí censura, característica de todos los diarios en esa entidad, pues todos reciben publicidad oficial del PRI.

En una ocasión borraron el nombre de Carlos Salinas de Gortari, de una de mis ágoras deportivas y en otro quitaron le dedicatoria solidaria a la periodista Lydia Cacho, tras su privación ilegal de la libertad donde estuvieron involucrados el mísero Rey de la Mezclilla, Kamel Nacif, y el “gober-precioso” de Puebla, Mario Plutarco Marín Torres.

Soporté el no pago, más no la censura.  

Delincuentes más temibles que los Caballeros Templarios, no se encuentran en Michoacán, sino en Chapultepec 18, en la ciudad de México.

Al amparo gubernamental y a la vista de todos.

 

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