Columnaria
Juan Chávez
Antes de que caiga el muerto, ya le lloran. No es como antes que cayendo el muerto y soltando el llanto.
El padre Refugio Matías, de la parroquia de San Pedro Apóstol, priista redomado, por cierto, clamó, en uno de sus dos oficios de mitad de semana, uno en la mañana y otro en la tarde, que no fueran “a quitar a don Lorenzo del INE”.
–Se le pasó la mano tratando a los indios como los trato, según la prensa amarillista que manejó el espionaje telefónico de que fue víctima don Lorenzo, añadía el cura en sus plegarias.
Pero la raza autóctona no vale, como lo piden algunos críticos políticos, que “don Lorenzo vaya a ser echado a la calle”.
La verdad que ese religioso nada más habló por hablar. Cierto es que no han faltado quienes pidan la cabeza del presidente consejero del órgano electoral, pero ni va por ahí la cuestión ni es el momento apropiado para hacerlo.
Eso sí, puede usted jurar que meses después del brinco de las elecciones federales intermedias y la estatales concurrentes del 7 de junio, Lorenzo Córdova deberá empezar a preparar sus maletas porque una ofensa como la que dejó caer en el teléfono espiado contra la población indígena de México, no debe ser perdonada.
¿Con qué confianza la ciudadanía entera despacharía los 3 años siguientes en que deberá ser concretada la sucesión de Enrique Peña Nieto en la Presidencia de la República?
Tal pregunta no sólo será manejada por la clase política, principalmente por Morena y sus adláteres y, por supuesto, PRD y PAN, sino también por los radicales que abundan en el país.
La jicotera está desatada; contenida únicamente por el proceso electoral que desembocará en las urnas el primer domingo de junio.
Luego de los días de depuración de votos, de cantar los triunfos y entregar las constancias de mayoría a los que ganen, Lorenzo deberá preparar su partida. Triste, desde luego, porque más de uno, su servidor entre ellos, dábamos por hecho que él sería el árbitro electoral de 2018.