Columnaria
Juan Chávez
Fue el último jueves de verano y de museos con mis nietos, los dos más pequeños que tengo, de nueve en total.
El lunes, reanudan sus clases en la escuela primaria de los mismos rumbos coyoacanenses.
Un día antes, Fernandita, de apenas ocho años, había puesto en las manos de su mamá, una pintura del retrato de su Aby –así llamaba a su finada abuela–, logrado con lápices de colores.
Así que la visita al museo inaugurado por Guati Rojo en 1967 y consagrado a su hijo, nos cayó de perlas.
Disfrutamos la exposición permanente del Museo Nacional de la Acuarela “Alfredo Guati Rojo”, en la calle Salvador Novo, del hermoso centro histórico de Coyoacán.
La exposición está consagrada al agua convertida en arte y forjada en papel, piel de animales y otros objetos.
Una pintura me llamó la atención, la que Guati Rojo intituló “Predestinada” y que proyecta, en los colores acuarelistas del pintor, la tristeza de una mujer rodeada por su pobreza y exhibiendo su embarazo, sentada en el suelo.
La covacha es eso: una vivienda destartalada que refleja la miseria en que la mujer vive. Al frente una escoba nueva de pajilla, como símbolo de que su pobreza, no le da para más.
Es el cuadro en el que millones de familias mexicanas viven aún y que el pintor, con su excelsa virtud de acuarelista, dejó ahí, como testimonio de lo que parece será imperecedero en nuestro país.
Vale la pena llevar a la difusión masiva esa “Predestinada”, que pinta a la pobreza tal como es, lejos del símbolo del tenedor y cuchillo del plástico moderno bajo el cual Rosario Robles (Sedesol), lleva a cabo su campaña contra el hambre.