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¡Y Don Chico Voló!

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Volar fue la única pasión que le impulsaba en el día, a otro día, a otro mes, para seguir viviendo un año y otro año más. Si no fuera por el ansia del vuelo habría muerto de tristeza desde hace mucho tiempo… (Fragmento de Don Chico que vuela)

Tzel Grajales / NOticias

—Shh… Shh… ¡Respeten el rezo!

Con voz susurrante pero enérgica, la menuda mujer corrió a los fotógrafos que se acercaron a la caja donde Don Chico dormía. Debían esperar a que terminara la letanía, para tener constancia de la triste noticia con que despertó Chiapas: Eraclio Zepeda, su hijo predilecto, murió.

 

“Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo”…

En el velatorio, un grupo de monjas cantaban, rezaban el rosario y alzaban plegarias por el alma de Don Laco, ante la mirada atónita de algunas personas cercanas que lo consideraban todo –incluso marxista-, pero no un hombre religioso.

La familia, sobre todo hermano Manuel, contaba a los reporteros que Laco murió tranquilo, como a las 2:30 de la madrugada de este jueves, por un paro respiratorio. Y la noticia corrió como pólvora.

“Es una desgracia, simplemente eso, una desgracia”, repetía la dramaturga chiapaneca Dolores Montoya, directora y productora de las obras teatrales Bienvenido Conde Drácula y Don Juan Tenorio Chiapaneco, que iba y venía en la pieza olorosa a flores.

—Allá, ponla en la otra pared; hay un espacio ahí.

—No cabe ya, mejor en la parte de atrás.

En la segunda planta de Funerales Calas, uno de los establecimientos más antiguos de este tipo en Tuxtla Gutiérrez, había un problema: las coronas de flores no cabían. Era medio día y las paredes que rodeaban el ataúd ya estaban tapizadas de ofrendas. A esta hora eran más de 100.

Y es que la memoria prodigiosa de don Eraclio fue capaz de convertir un funeral en una pasarela, donde políticos, escritores, artistas, estudiantes, y funcionarios públicos desfilaron para decir adiós al cuentista de Chiapas, al creador de Benzulul que en diciembre de 2014 recibió del Senado de la República la medalla “Belisario Domínguez”.

Este no parecía un velorio. Era como una reunión amena en la que hablaban de sus cuentos y libros, de su gran sentido del humor; de sus viajes a Rusia, China y Cuba; de su vida combativa, de su amada Elba, de sus mascotas, sus contrariedades y su sencillez.

¿Sabía Laco que su funeral estaría lleno de cámaras y de reporteros?, ¿sabía que anunciarían su “vuelo” a través de Facebook y Twitter? Debía saberlo, porque no todos los días se adelanta uno de los grandes, dijo uno de sus tantos amigos, los de cabeza blanca, que por varias horas formaron una guardia de honor.

– ¿Va usted a volar, don Chico?

– Seguro, respondió.

– ¿Y… llegará lejos, don Chico?

– Lejísimo.

– ¿Y de altura, don Chico?

– Altísimo.

– ¿Al cielo llegará, don Chico?

– Al cielo mismo.

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