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Lampedusa al CEN del PRI

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LA COSTUMBRE DEL PODER:

  • Ya no somos como nos describieron, porque el mundo cambió y los mexicanos nos adaptamos a lo que ahora se nos ofrece como método de supervivencia
 Gregorio Ortega Molina 11 Ene 2016 – 00:14 CET

 

duplaLa simplificación en el análisis político, social y literario equivoca al lector. Reducir El Gatopardo a la necesidad de que todo cambie para que todo permanezca, es una mixtificación, descalificada por esa reflexión de Heráclito: nunca nos bañará el mismo río.

Persistir en la idea de que el modelo político emanado de la Revolución, primero, y de la mente de Plutarco Elías Calles después, conducirá a un cambio más radical y definitivo, aunque por los tiempos que vivimos tarde en llegar y, además, se practique sobre el cuerpo de los partidos políticos como una microcirugía sutil e indolora, es el más grande de los errores.

Lampedusa pone en el caletre de Fabrizio la siguiente reflexión: “Su malestar adquiría formas tan imprecisas que resultaba aún más doloroso: no se debía en absoluto a las grandes cuestiones que el plebiscito había empezado a resolver; los grandes intereses del reino (de las Dos Sicilias), los intereses de su clase, sus propios privilegios, habían sufrido, sí, graves lesiones, pero los acontecimientos no habían puesto en peligro su supervivencia; dadas las circunstancias, no cabía pedir más; su malestar no era de carácter político y debía de tener raíces más profundas, ligadas a una de esas causas que llamamos irracionales porque están hundidas en una abismal ignorancia de nosotros mismos”.

Lo anterior me hace reflexionar en las aportaciones de Octavio Paz, Emilio Uranga, Jorge Portilla, Salvador Reyes Nevares y Samuel Ramos al conocimiento del ser del mexicano; pienso también en las proporcionadas por el cine de la época de oro, el de los hermanos Rodríguez, el de Pardavé, el de Mario Moreno; sólo podemos concluir que dejamos de ser como en esos documentos nos describieron, porque el mundo cambió y los mexicanos nos adaptamos a lo que ahora se nos ofrece como método de supervivencia.

Me azora que los partidos no quieran o, de plano, se nieguen a entenderlo, pero más me preocupa la actitud de los priistas, que son los indicados para liderar un cambio urgente, que modifica su futuro individual, pero garantiza la viabilidad de su proyecto.

Le dice el príncipe al padre Pirrone:

-No somos ciegos, querido padre, sólo somos hombres. Vivimos en una realidad cambiante a la que intentamos adaptarnos como se mecen las algas ante el empuje del mar. A la santa Iglesia le ha sido prometida explícitamente la eternidad; a nosotros, como clase social (¿política?), no. Para nosotros un paliativo que prometa durar cien años equivale a la eternidad. Podremos preocuparnos acaso por nuestros hijos, por nuestros nietos quizá; pero lo que ya no podremos acariciar con estas manos no nos incumbe; no puedo preocuparme por lo que serán mis eventuales descendientes en el año de 1960. La Iglesia sí, debe inquietarse por ellos, porque está destinada a no morir. En su desesperación va implícito el consuelo. ¿Y creéis que si ahora o en el futuro pudiera salvarse sacrificándonos a nosotros, dejaría de hacerlo? Claro que lo haría, y estaría bien.

Pero el PRI no es el equivalente a la Santa Madre Iglesia, aunque venga Francisco.

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