Causa revuelo que se aborde en los medios y en las conversaciones el tema de la sucesión presidencial, que se mencione a los previsibles candidatos de los partidos políticos, porque quienes se alarman y azoran creen que las normas no escritas para participar en la contienda por el poder permanecen intactas, son inamovibles.

     Las reglas no escritas dejaron de ser las mismas desde el momento en que se inició un corrimiento de los factores de poder, y algunos grupos perdieron presencia, permanencia y representatividad; cambiaron en cuanto se determinó que México debía sumarse al proyecto geoestratégico de América del Norte y ser parte activa en la globalización.

     Variaron como consecuencia del resultado electoral de 1988, que nos condujo a la alternancia; se modificarán todavía más porque el PAN en el gobierno nada transformó, por lo que ahora se hace imprescindible la reforma del poder, eje rector que determinará la contienda de 2018 y la ansiada consolidación de las reformas estructurales, o su fracaso.

     Hoy nada significa la “familia revolucionaria”, ni existe el peso específico que ese grupo tenía en el quehacer político; la importancia que tuvieron los sindicatos y la burocracia dejó de tomarse en cuenta en cuanto se determinó que el salario mínimo debiera ser eso: mínimo, y en cuanto en la reforma laboral triunfó el outsourcing. Lo que queda del movimiento obrero como instrumento de poder político y fuerza electoral se redujo a una gerontocracia inútil para dar imagen de equidad en las relaciones obrero-patronales.

     La diversidad de grupos de poder que se desequilibraron y desestructuraron el quehacer político en México, se nuclearon en una única representatividad con intereses idénticos: los poderes fácticos, lo demás es ficción.

     Los morenos, en el colmo de la ingenuidad, creen estar construyendo grupos de presión social con esos explosivos adolescentes y jóvenes que desestabilizan durante las manifestaciones, o por sistema dicen no a todo, como los integrantes de la Coordinadora.

     Es en estos contextos que han de moverse los precandidatos, y es de entre los que se hagan presentes que los poderes fácticos palomearán a aquellos que deberán contender por la silla del águila. El caso de Morena es particular, Andrés Manuel López Obrador se palomeará él mismo, pero de allí a que le resulte fácil llegar, está por verse.

     El juego democrático se abrirá a la sociedad hasta el momento en que inicien las campañas políticas; antes, durante la evaluación para la selección interna en cada uno de los partidos registrados y deseosos de ser representados por un candidato, las reglas del juego serán otras, y éstas nada tienen que ver con las premisas universales y eternas que califican el valor humano e intrínseco del candidato como político apto para gobernar y servir, porque aunque no lo crean, todavía se considera el tema del servicio a la sociedad, aunque sea virtual, pero hacerlo así y hablar del tema es políticamente correcto.

     Sí, la sucesión presidencial está adelantada, pero no porque la sociedad o los contendientes aspiren a que EPN se vaya, sino porque las reglas del juego son otras, novedosas más que nuevas, y están en proceso de ajuste para ver si se animan a iniciar, ya, la reforma del Estado.

     La sociedad ni los medios los candidatean, son los poderes fácticos los dueños del tablero de ajedrez.