Columnaria
Juan Chávez
Hubo parafernalia en Palacio Nacional, pero no fue del calibre que Miguel Ángel Mancera hubiera querido.
Ahí, dicen las notas periodísticas, el presidente Peña Nieto encabezó la promulgación de la reforma política del Distrito Federal que ahora será llamado Ciudad de México.
En lugar de DF será CdMx y a los niños de las escuelas ya empezó a inculcárseles el cambio. Cambio, por cierto, de raigambre político-electorero.
Por lo menos, Mancera ya se lo arroga como su herencia a los 8 millones de habitantes de la capital de la República que sí seguirá siendo porque seguirá siendo la sede de los Poderes Federales.
El DF o CdMx no puede ni podrá ser “Estado 32”. Es, no hay discusión, la “entidad 32” con autonomía pero no con soberanía, como la ostentan los 31 estados que integran la República Mexicana.
Senadores y diputados que aprobaron la reforma para darle nacimiento constitucional al pasar luego a los congresos estatales, se desgañitaron inútilmente tratando de explicar que la Ciudad de México es una nueva entidad con plena autonomía, aunque no con total soberanía como los Estados de la Federación.
La reforma pues no entraño la “creación del estado 32”.
Simplemente propició el nacimiento de una nueva entidad. Una figura intermedia.
Mario Delgado perteneciente a la bancada del PRD en el Senado, pero “representante” de Morena, ha pedido a los actores políticos, sociales, económicos y académicos, en su carácter de presidente de la Comisión del DF, se adentren en los contenidos de la reforma y entiendan sus alcances.
El mismo legislador perredista, en golpe bajo a Mancera, señaló que “no podemos ser un estado porque no tenemos municipios y no tenemos municipios porque a la Ciudad de México no le conviene la municipalización en razón de que se daría una disgregación en los servicios públicos.
Lo que se acordó fue la integración de tales servicios en el gobierno central.
Peña Nieto, a lo mejor para insistir en la necesidad de entender la reforma, precisó que las delegaciones actuales serán denominadas alcaldías (y no presidencias municipales).
Total, una cucharada grande a Mancera para cerrarle el pico.