En medio del festival mediático y el remanso de optimismo propiciados por la visita papal, aparece y permanecerá, como un presagio de fin de fiesta o el anuncio del aceleramiento de la decadencia del modelo político, la cifra de los 49 muertos en Topo Chico.

     Quien conoce un poco de seguridad interna en los reclusorios, sabe con certeza que el motín que le borró la sonrisa del triunfo electoral a “El Bronco” Rodríguez pudo haberse contenido, porque los seres humanos confinados por mucho tiempo y en espacios reducidos delinquen encerrados como si permanecieran libres: para apaciguarlos se les tolera el abuso sexual de unos hombres sobre otros, o simplemente venden sus favores por protección, pero para tenerlos quietos, verdaderamente quietos, las autoridades dejan de ver el tráfico de estupefacientes que se mueve en los corredores de las cárceles.

     El Diario de Lecumberri de Álvaro Mutis describe con precisión el ambiente que enseñorea en esa cárcel cuando falta la “tecata”, como de igual manera pueden testimoniarlo las imágenes de las series televisivas que aspiran a denunciar la vida en las prisiones, como lo hacen los guionistas y el director de Sin tetas no hay paraíso.

     Hay dos maneras de explicarse lo ocurrido en Topo Chico. Quizá el descuido fue involuntario, y la falta de estupefacientes facilitó el enardecimiento de los ánimos, o quizá se endureció el control de seguridad en esa cárcel para demostrar a Jaime “El Bronco” Rodríguez que no hay independencia que valga, pues a la hora de hacer frente a los intereses de los poderes fácticos, del valor de la economía por sobre el de los seres humanos, hay que respetar las reglas del juego que él, a pesar de haber sido un recio militante priista, sólo conoció en la superficie.

     La visita papal no va a favorecer el olvido de los 49 cadáveres adjudicados a la cuenta del gobernador de Nuevo León, tampoco va a disfrazar un diagnóstico irreversible: son los estertores de muerte de un viejo paradigma que se niega a dejar su lugar al que nazca de una urgente, necesaria reforma del Estado, porque ya no se aguantan las consecuencias de la globalización y pertenencia a América del Norte.

     No busquen otras explicaciones o justificaciones: es la podredumbre de la corrupción sin freno.