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Destruir el Origen

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Teresa Gil

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Aunque conviven con sus habitantes y durante décadas se han nutrido de lo que hacen y de lo que producen, muchos citadinos ignoran que la Ciudad de México tiene 145  pueblos originarios. No saberlo es ignorar el verdadero antecedente de nuestra identidad, la auténtica raíz que profundiza a esta antigua ciudad y que se pretende destruir -como ya se ha hecho en gran parte-, para construir el mito del modernismo. Esos poblados que se extienden en  todas las delegaciones y coexisten con el resto de la estructuras urbanas que éstas tienen,  son habitados en su mayoría por indígenas, pero el despojo, la invasión y el apoderamiento de parte de quienes ellos llaman chilangos, ha mermado sus derechos. Muchos de esos pueblos originarios están en peligro de desaparecer ante la agresión y la codicia de las grandes constructoras que apoyadas por los gobiernos delegacionales y la jefatura, han ido acorralando a los dueños originales, descendientes de los pobladores precolombinos. En su momento surtieron al Distrito Federal con sus productos agrícolas y pequeñas industrias. Ahora se pretende que también entreguen sus tierras. Pobladores de Xochimilco, Magdalena  Contreras y Tlápan, ya están en pie de lucha para impedir que sus entornos sean avasallados, rotos sus vínculos y desaparecidas  sus costumbres e identidad. En un documento publicado el pasado 8 de marzo por la Comisión de enlace de los pueblos de Magdalena Contreras, Xochimilco y Tlápan y la Coordinación de Pueblos, Barrios originarios y colonias de Xochimilco, ejidatarios y comuneros de Magdalena Contreras, se denuncian los megaproyectos y proyectos tanto oficiales como privados, en estudio desde 2013, y con firmas de convenios en 2014,  para transformar el uso de suelo de esas delegaciones, a través de reservas territoriales  y las llamadas zonas de desarrollo turístico sustentable.  FONATUR- la misma dependencia que aprobó la destrucción del manglar de Tajamar en Cancún-, y el gobierno de la Ciudad de México. encabezan esos planes que jamás fueron consultados a plenitud a las comunidades. Se trata dicen los organismos, “de un megacambio de uso de suelo de las tres delegaciones”. Una intencionalidad que lleva el propósito de avasallar a los pueblos originarios, usufructuar o expropiar  sus terrenos y acabar con ese tipo de población en la metrópolis. En un amplio programa de protestas y movilizaciones, los representantes de los pueblos de las tres delegaciones llaman a sumarse al resto de los pueblos originarios de la ciudad y a la comunidad científica y organizaciones sociales. Estas agrupaciones son pacíficas y plantean una lucha dentro del derecho y exigen justicia y reconocimiento,  pero no fue así en el pasado con otras comunidades, cuyo final es bien conocido a nivel mundial y en México. Y que fortuna no vemos aquí. Lope de Vega publicó Fuenteovejuna en 1619 (Espasa Calpe 1999), en pleno siglo de oro español. Un drama que lleva a la muerte a Fernán Gómez, el comendador mayor de Calatrava, hombre cruel, represivo,  que había agredido, sobajado y despojado a la población durante años. Su castigo reivindicado por la autoridad de los reyes católicos, se yergue como un arquetipo de como la justicia que aplican los pueblos contra los que los tiranizan y los sojuzgan, debe ser reconocida. Nuestro Edmundo Valadés, el sonorense desaparecido en 1994 y autor de La muerte tiene permiso (Fondo de Cultura Económica) recupera el mismo derecho popular a eliminar a quien lo agrede, cuando nos quejamos “y nadie nos hace caso”. Aprobada por la misma autoridad la eliminación del cruel cacique, un lugareño responde: “Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el presidente municipal de San Juan de las manzanas está difunto”. Más de tres siglos atrás el pueblo de Fuente Ovejuna ejerció ese derecho:

 ¿Quien mató al comendador?

Fuenteovejuna, Señor?

¿ Quien es Fuenteovejuna?

Todo el pueblo a una       

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