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‘Siempre nos quedará París’: lo insólito en la gente común

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Norma L. Vázquez Alanís 

La ya legendaria frase “siempre nos quedará París”, pronunciada por el actor Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en el clásico filme ‘Casablanca’, da título a una serie de narraciones de hechos insólitos ocurridos a personas comunes, en un libro homónimo debido a la pluma del célebre autor estadounidense Ray Bradbury.

 

Si en otras de sus obras Bradbury presentó historias extraterrestres, en ‘Siempre nos quedará París’ (Minotauro, Editorial Planeta, 2015, Barcelona, España, 206 páginas) hace un viaje a las profundidades de la mente humana a través de historias cortas que revelan el poder del pensamiento y su enorme influencia en situaciones cotidianas, con lo cual logra activar el cerebro del lector.

En ‘Las doradas manzanas del sol’, el autor presentaba relatos fantásticos a través del tiempo y el espacio; en ‘Crónicas marcianas’ planteaba la colonización de Marte por terrícolas, que nos solo llevan enfermedades mortales para los habitantes de ese planeta, sino que tratan de imponer allá el ‘american way of life’, y en ‘Farenheit 451’ ya describía una civilización occidental esclavizada por los medios, los tranquilizantes y el conformismo mediocre; una sociedad en la cual los libros y la lectura están proscritos, por lo que los poderes públicos persiguen a todo aquel que tenga libros, pues consideran que son causa de discordia y sufrimiento.

Y aun cuando en ‘Siempre nos quedará París’, Bradbury se aleja de la literatura futurista, sus cuentos breves, pero intensos, tienen un trazo de surrealismo y de placentera insensatez, capaz de remitir al lector a esa evocativa frase que mantiene viva la esperanza del protagonista de ‘Casablanca’, de recuperar el amor.

El libro incluye 21 relatos que reflejan ese ambiente crepuscular y el lirismo sugerente tan representativo de la obra de Bradbury; en ellos escribe sobre las personas y sus sentimientos –pasiones, nostalgias, anhelos, desavenencias, tristezas y sueños-; presenta fugaces imágenes de vidas cotidianas que se dejan seducir por la sorpresa de lo insólito que irrumpe en ellas.

Con una prosa pulida y directa, el autor escribe la palabra precisa, la frase justa y la imagen esencial que exigen los cuentos breves, para presentar historias de momentos detenidos en el tiempo, cristalizados en la memoria, llenos de melancolía y nostalgia; anécdotas que en apariencia no aportan nada, pero que transforman el espíritu del lector, y retratos del sentimiento humano con sus miserias y su generosidad.

‘Siempre nos quedará París’ incluye estampas a veces inconclusas, difuminadas, que podrían ser fragmentos de relatos más extensos, quizá excluidos de otras recopilaciones y que el autor guardó en el cajón hasta llegado el momento preciso.

Este volumen evidencia un Bradbury decepcionado con el mundo y que invita al lector a replantearse lo que está haciendo con su vida, a aprovechar lo que tiene, e intentar hacer felices a los demás.

Esta ecléctica colección contiene narraciones escritas en diferentes épocas, producto de impulsos del momento, sin temática o enfoques en común más allá de estar impregnadas con el encanto de la pluma del ‘abuelo Bradbury’; algunas se descubren como realistas por un giro final inesperado hacia la razón, pero la mayoría se enfoca a la exploración psicológica profunda de los personajes.

‘Siempre nos quedará París’ abre al lector el universo de Bradbury, quien en la Introducción confiesa: “Los relatos que componen esta colección son la creación de dos personas: el yo que observa y el yo que escribe”.

Así, el gran fantaseador, el cuentacuentos, el creador de historias con personajes familiares y extraordinarios a la vez, revela más adelante: “… los relatos, uno tras otro, me los ha inspirado la vida, desde mi juventud hasta la mediana edad y estos últimos años. Todos y cada uno de ellos han sido una pasión. Los escribí porque tuve que hacerlo. Para mí escribir historias es como respirar”.

Las historias abarcan desde la generosidad de los donantes de órganos y una especial forma de seguir viviendo, en ‘La visita’, pasando por la soledad extrema e incomunicación de pareja en ‘Mamá Perkins viene para quedarse’, una surrealista y desasosegante muestra de la ciega búsqueda de la felicidad, hasta la inquietante discusión de dos hombres respecto a si cualquier persona es capaz de asesinar si tiene la motivación necesaria, en ‘El asesinato’.

Comentario aparte merece ‘Llegada y salida’, emotivo relato de un último día de actividad frenética de un matrimonio de ancianos en quienes aflora la juventud perdida, solo para hacerles ver la felicidad que tienen en su entorno íntimo.

Para muchos críticos, en este volumen está de más el poema con el que finaliza: ‘Norteamérica’, una apología a Estados Unidos como faro del mundo. Cada lector tendrá su opinión.

Post scriptum

Ray Bradbury (Illinois, 1920-California, 2012) novelista y cuentista estadounidense conocido esencialmente por sus libros de ciencia ficción, ya que alcanzó fama con la recopilación de sus mejores relatos de ese género literario en ‘Crónicas Marcianas’ (1950), luego publicó su primera novela ‘Farenheit 451’ (1953), que también obtuvo un éxito importante y fue llevada al cine por el cineasta francés Francois Truffaut.

Pero también incursionó en la literatura realista, al escribir acerca de la condición humana y asuntos concernientes, e incluso con historias de corte policiaco. Por problemas económicos de su familia le fue imposible asistir a la universidad y hubo de dedicarse a vender periódicos.

Otras obras suyas de menor resonancia son: ‘El país de octubre’, ‘Vino de Diente de León’, Un medicamento para la melancolía’, ‘Yo canto al cuerpo eléctrico’, ‘Más rápido que el ojo’ y ‘La conducción de ciegos’; además, colaboró con el director John Houston en la adaptación de la novela ‘Moby Dick’ para la versión cinematográfica (1956).

Bradbury recibió numerosos reconocimientos como la medalla de la Fundación Nacional del Libro, el premio Benjamín Franklin, el premio Gran Maestro de los Escritores de Ciencia Ficción de América y la Medalla Nacional de las Artes, máxima distinción otorgada a artistas por el gobierno de Estados Unidos.

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