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¿De Cocula es el mariachi?

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LA COSTUMBRE DEL PODER: 

La verdad histórica nació muerta; en el lábaro patrio en que fue envuelta también colocaron el momento mexicano y la consolidación de las reformas estructurales y, lo peor, la posibilidad de reformar al Estado y reconstruir el proyecto de nación en los términos en los que hoy se desenvuelven los países de éxito

 Gregorio Ortega Molina 14 Abr 2016 – 00:14 CET

 

iczaarelyAlgo más que las trascedentes, importantes e irremplazables 43 vidas de los normalistas se consumió en el basurero de Cocula. Lo que el país, la patria, la nación, los mexicanos todos perdemos en ese incendio, trasciende la inmediata comprensión de las consecuencias, que aparecerán en la medida que pretendan acelerar el olvido de la tragedia.

     Recuerden sus estudios de secundaria y prepa, los actores de la tragedia griega usaron máscaras, porque lo que se narra en ellas es inexpresable por el rostro, sólo puede ser comprendido a través de una expresión oral de hechos ajena a intereses y particularidades de los implicados. La muerte de los vástagos en la República adquiere la dimensión de ofensa y traición cometida por los gobernantes: los reyes son capaces de asesinar a sus hijas y enviar a una muerte segura, en la guerra, a sus hijos; éstos, alegremente se convierten en “edipos”.

     Por lo pronto aparece un hecho incontrovertible: la verdad histórica nació muerta; en el lábaro patrio en que fue envuelta también colocaron el momento mexicano y la consolidación de las reformas estructurales y, lo peor, la posibilidad de reformar al Estado y reconstruir el proyecto de nación en los términos en los que hoy se desenvuelven los países de éxito insertados en la globalización y el libre mercado, porque se destruyó la confianza en el gobierno y la mayoría de los mexicanos destruyó su autoconfianza.

     El problema fundamental de todo gobierno somos los seres humanos, y quienes hoy mangonean en México conocen poco o nada del tema, lo que nos acerca a una confrontación sin salida, prolongada, eterna, como la que incuba el huevo de la serpiente.

     Durante la confrontación poselectoral de 2006 se pudo apreciar “la estúpida brutalidad de las multitudes”, esa descrita por novelistas y narrada por historiadores que investigaron en la condición humana, en ese comportamiento que da cauce al hartazgo y dispone los ánimos para salir a la calle y expiar la humillación a que fueron sometidos abuelos, padres y los que ahora padecen las consecuencias de la ignorancia, o las de las complicidades políticas, o las de los compromisos económicos. El inteligente Aurelio Nuño Meyer estaría capacitado para explicarnos cómo puede solucionarlo la educación, pues él es un émulo de Justo Sierra y José Vasconcelos en una sola persona.

     Poco importa si la CIDH, los integrantes del GIEI, los forenses argentinos y todos los otros especialistas consultados asumen la verdad histórica, el daño está hecho, restañar la herida requerirá años, pero total, como cantara Jorge Negrete: De Cocula es el mariachi, de Tecalitlán los sones y los charros de Jalisco, afamados por entrones…

     En esas estamos.

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