Columnaria
La democracia no perdona
Juan Chávez
La derrota es la derrota. Y siempre hay y habrá libertad para que el perdedor en uso de su primacía le bautice a su muy respetable y doliente sentir.
Sin golondrinas, Manlio Fabio Beltrones le dijo adiós a la dirigencia nacional del PRI.
Para presentar su renuncia convocó a la Comisión Política Permanente del Partido Revolucionario Institucional.
Y procedió:
“Siempre he sido factor de unidad en el partido, nunca de decisión. Toca hoy hacer una pausa necesaria para continuar después en la búsqueda de los mismos objetivos.
Ese “después” surca, aunque no se acepte, entrarle a la candidatura por La Grande o bien meter las narices en la campaña de quien finalmente resulte el agraciado o desgraciado con ella, dado que los tiempos, para el tricolor, se pusieron grises por no decir negros.
Antes, había dado el brochazo al bautizo a la escandalosa derrota que el PRI sufrió en las elecciones del 5 de este mes, al perder 7 de las 12 gubernaturas en disputa.
Lo que ocurrió en las pasadas elecciones fue “un tropiezo electoral, pero no una derrota política”.
Ese fue su exclusivo boleto.
Pero no hay duda de que deja un PRI mal herido. Una herida que, inclusive, puede ser de muerte. Sobre todo, si no llega a triunfar en los comicios del estado de México en 2017 y la Presidencial de 2018.
En ambos eventos electorales, la estruendosa derrota del PRI de Beltrones tendrá influencia directa.
Las democracias, reza el refrán, no perdonan las derrotas.
Todos los líderes políticos perdedores, en el mundo, han seguido el camino de Beltrones. Sin que les tiemble el pulso. Es el costo de perder en política aunque Beltrones se haya conformado con llamarle “tropiezo electoral”.