Columnaria
Juan Chávez
Ahora que Hillary Clinton ha sido nominada candidata a la Casa Blanca por el Partido Demócrata, quiero decir que el que será su oponente en la campaña de aquí al primer martes de noviembre,
le considero el nuevo Joseph McCarthy de los Estados Unidos.
Donald Trump se revela como provocador de una guerra racial y ya como turbulento candidato del Partido Republicano avienta un discurso sedicioso para señalar que todo lo logrado por el país que pretende gobernar está desfasado y hay que “recomponerlo”.
El republicano pretende revivir el maccarthysmo que llegó amenazar a sus ciudadanos con perder la nacionalidad si se “asomaban” siquiera a todo lo que oliera a comunismo.
Eran los primeros tiempos de la post guerra mundial que Estados Unidos concluyó con el atomicazo sobre Hiroshima.
Estados Unidos vivía más temeroso que ahora, en que el terrorismo de Al Qaeda y los yihadistas lo tienen en la mira.
La xenofobia del senador Joseph McCarthy no tenía límites.
Al frente de la Comisión para la Investigación de las actividades Antiamericanas del Senado, su intervención en Naciones Unidas provocó la renuncia del secretario general de la ONU, Trygue Lie (10-11-52) y el suicidio de Abraham Feller, subsecretario para Asuntos Jurídicos de la Organización.
Fue un sátrapa, alguien que con una ley promulgada antes de la guerra, la Smith Act, acusaba a los que consideraba protocomunistas y los mandaba a la cárcel.
El maccarthysmo surgió al término de la Segunda Guerra Mundial y coincidió, históricamente, con el triunfo de la revolución china, la fabricación de la primera bomba atómica soviética, el lanzamiento del Sputnik I y la guerra de Corea.
Los debates de la comisión de investigación eran televisados y las acusaciones estaban cuidadosamente preparadas.
La comisión practicaba lo que se llamó “el asesinato de reputación”. Algo, como lo que Trump pregona y que será, seguramente, bandera de su campaña.
Hollywood no escapó al azote del maccarthysmo. Desde 1947, Charles Chaplin fue acusado de “torpezas morales”.
McCarthy, inclusive, tuvo serios conflictos con el presidente Eisenhower y con su propio partido, el Republicano de Trump.
Los “excesos” del senador McCarthy sirvieron de tema para la campaña electoral de los demócratas en las elecciones parciales de 1954, año en que, por fin, el Senado “desautorizó” al revoltoso senador.
Su influencia, sin embargo, es cosa mundial, plataforma teórica de muchos gobiernos y expresión del nacionalismo norteamericano en los periodos de crisis del sistema.