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lunes, julio 1, 2024

Oratoria

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José Dávalos*

La oratoria es el arte de trasmitir ideas por medio de la palabra; si no hay ideas ni razones que sustenten lo que decimos no hay discurso. La oratoria compromete al orador que busca la verdad, la sustenta y es coherente con ella mañana y toda la vida.

 

Hablar en público ciertamente es un privilegio y también es un compromiso. La capacidad del orador de levantar y encauzar voluntades lo convierte en líder, en guía. Ésta es la proyección de la oratoria y la responsabilidad social del orador.  Vivimos en una sociedad en la que faltan líderes.

Esto se dijo en el Curso de Oratoria impartido por el autor de estas líneas en la Facultad de Derecho de la UNAM durante nueve sábados, del 20 de agosto al  22 de octubre. La 35 edición se intituló Curso de Oratoria Como Fundamento de la Argumentación Jurídica. Para clausurarlo, el doctor Raúl Contreras Bustamante, Director de la Facultad, siempre alentó el curso con entusiasmo, confirió su representación personal al Maestro Fausto Razo Vázquez, Jefe de la División de Universidad Abierta de la propia Facultad.

Entre otros temas, se habló de la necesidad de estructurar con la oratoria la argumentación jurídica. Una de las lecciones se ocupó de la participación en el debate público. Se dijo que es oportunidad para exponer y defender ideas. El debate es el método por excelencia para darle elementos de juicio al auditorio para que defina su conducta a seguir. El resultado de la lucha de las ideas en la polémica es una hermosa síntesis dialéctica. El debate ayuda al público a orientar su opinión, a decidir su actitud ante una cuestión determinada.

La polémica, especie del género oratoria, es un  proceso ordenado. Es generalizada la idea de que en el debate vamos a ver sangrar a uno de los contendientes, como si fuera una pelea de máscara contra cabellera. Pero la polémica es una fiesta y un encuentro de ideas expuestas con argumentos, con belleza, con energía y emoción. Se reitera, el debate es un proceso ordenado: cada orador esgrime su punto de vista; y habiendo escuchado a los oradores, el público escoge el mejor camino.

En el debate es fundamental el factor tiempo, no hay espacio para divagaciones. Hay que considerar que las intervenciones, las réplicas y contrarréplicas se miden con cronómetro. El orador  necesita saber repartir el tiempo de sus intervenciones para cubrir tres aspectos: exponer su mensaje, impugnar los principales cuestionamientos que se hagan a sus planteamientos, y, si es el caso, criticar de manera sólida la posición de sus adversarios. Si es posible, es preferible la intervención con afirmaciones contundentes, que  no dejen lugar a dudas. Recordemos que las ideas enraízan en la mente del auditorio con ejemplos, con metáforas, con fábulas, con parábolas.

Quien participa en la polémica ha de hablar con conocimiento de lo que está diciendo; se puede improvisar el discurso, pero no hablar improvisadamente. Quien participa en el debate ha de hacerlo con entusiasmo, el mensaje que impacta al auditorio va de corazón a corazón.  Nadie hace caso a una exposición sin sabor, sin calor, sin energía.

La calumnia, la ofensa, el insulto no tienen cabida en la polémica. El orador necesita evitar caer en provocaciones, no contestar la agresión con otra agresión. La injuria daña más a quien la dice que a quien va dirigida, se asemeja al bumerang, que tras ser lanzado vuelve al punto de partida. Quien participa en el debate va a la tribuna a esgrimir ideas y debe centrarse en su propósito; el objetivo de su discurso es el público.

En un auditorio “Ius Semper Loquitur” repleto de estudiantes, finalizó el  curso de nueve sesiones. No es materia del currículum escolar, se impartió los sábados a las siete de la  mañana, y aun así la asistencia se  mantuvo en 350 alumnos. Participaron estudiantes de la UNAM y de otras universidades.

Escogidos al azar, ocho alumnos hablaron en la clausura, y lo hicieron muy bien, cada uno de ellos con discursos de dos  minutos: Luz del Carmen Barragán Soto, Josué Rodríguez Juárez, Mariana Martínez Ruiz, Oscar Josué Anduaga Medina, Raquel Palma Pardinez, Aldo Javier Domínguez Orduña, Imelda Nathaly González Guevara, y Gerson Castillo Frías.

La palabra no ha fracasado ni fracasará nunca.

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