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martes, junio 18, 2024

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Libros de ayer y hoy

Teresa Gil

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Club de Lectores hace un memorable compendio de la sabiduría de los grandes escritores. El libro del escritor y periodista sonorense Carlos Moncada Ochoa,  no tiene pierde. A él añade su propia sabiduría de lector de más de 2 mil 500 libros y el amoroso recorrido por 650 autores de los cuales extrae -aunque en mínima parte por cuestiones de espacio-, lo más profundo y característico de su obra. La obra -edición de autor 2016-, elude los datos de impresión, que es privilegio de quienes imprimen por cuenta propia, pero de seguro salió de alguna imprenta de Hermosillo. Autor de 30 libros de novela, cuento y ensayo, tiene aparte varios -casi se acerca a los 40-, de investigación y aporte a la historia de la Universidad de Sonora y otras instituciones educativas. Con ese bagaje, siempre me ha sorprendido que Moncada Ochoa no sea incluido entre los más importantes -siéndolo-, por la abigarrada intelectualidad de la Ciudad de México; grupillos que se enroscan en su propio egocentrismo, incluyendo a los críticos. Son flageladores incluso los gobiernos sonorenses, que como en el caso de Padrés, le dio al escritor un trato ninguneado y grosero, muy propio de los otros-los federales-, que son omisos o represivos ante escritores y periodistas críticos. Revueltas y Aristegui son dos ejemplos. La obra de  311 páginas, se divide en 13 capítulos y una bibliografía recomendada al lector. Los capítulos, que reúnen en esencia lo más destacado de sus lecturas, en poesía, teatro, autores por nacionalidades, los clásicos, los predilectos, los Nobel, hombres y mujeres y los más grandes, tienen al final la lista completa de los escritores abordados. Como para comprobar cuantos hemos leído. Si vivieran, algunos escritores a lo mejor cambiarían sus puntos de vista. ¿Stefan Zweig repetiría por ejemplo “¡Ay pueblo! Doblez hay en tu alma y cualquier viento cambia tu parecer”, si se enterara que Hilary Clinton ganó en realidad la Presidencia de Estados Unidos, como Al Gore, por el voto popular? ¿Y Jardiel Poncela seguiría acumulando frases ingeniosas sobre las mujeres, si se enfrentara a furibundas feministas? Es curioso que al inicio del libro, cuando el escritor se retrotrae a su pasado, las vivencias saltan y es un  niño, un adolescente o un joven, los que hablan de aquella temprana vocación que lo condenó- si es que es condena-   a la lectura. De aquella época aparece un sistema olvidado que de alguna manera se equipara a las novelas por entregas que ya acumulaban Balzac, Dickens, Collins y otros escritores: la obra por entrega en cuadernillo, que se llevaba semanalmente a una casa y se recogía a la siguiente a cambio de otro. Un buen sistema para promover la lectura. En esa época, alocado, el escritor y otros cuates igual que él, iban por  la calle  recitando poemas y no les  importaba la sorprendida cara de los viandantes que quizá ignoraban quienes eran  López Velarde, Gutiérrez Nájera, González Martínez, Luis G. Urbina o Amado Nervo, declamados a grito pelado en las aceras. La profusión de firmas apabulla, aunque muchos están presentes en nuestra memoria. A los predilectos les dedica un buen trozo como a Shakespeare y a otros que son  conocidos incluso a nivel mundial,  les reduce el espacio. Hay pocos recuerdos para Sor Juana y para Octavio Paz, pero brillan Rosario Castellanos, Yourcenar, Duras, las hermanas Bronte, Jane Austen, Faulkner, Saroyán, Chesterton y cientos más. Me gusta la mención honorífica que le da entre los Nobel, a Günter Grass, defenestrado por  sus enemigos que  aprovecharon  su confesión de que en la adolescencia fue parte de las filas de Hitler -Pelando la Cebolla-,  para fustigarlo. El párrafo que reproduce del Nobel, contra los hipócritas y tiranos, es de apoteosis. La anécdota toma de la mano al lector y la información se hace fluida, agradable, con trozos compendiados de poemas, de escenas de teatro y de opiniones filosóficas. Es un  libro para leerse con calma y tomar las propias decisiones, como dice el autor,  sobre el interés por la lectura. Es también un  volumen para regresar a él y a sus opiniones. Un libro de consulta. Me llamó la atención que se lamente de no haber hallado obras suficientes de Gertrude Stein. Falta de confianza, yo le hubiera prestado su clásico, el del título del contrasentido: La autobiografía de Alice B. Toklas, su amante,  escrita por la propia Gertrude.

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