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Adiós a las armas

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Iván Rincón Espríu

Por más que la muerte de Fidel Castro incida en el ánimo colectivo, no cambiará nada en la política del mundo, ni siquiera en el proceso cubano, que ha de continuar como hasta hoy, inexorable. Aunque, por lo demás, el líder ideológico y moral de la Revolución Cubana sea el último de los grandes hombres del siglo XX, yo no he lamentado su muerte, pues tenía una década en franco declive, pero ha sido ocasión para reflexionar en perspectiva sobre nuestro tiempo y nuestro lugar como revolucionarios que somos o fuimos en algún momento.

 

A un cuarto de siglo de la desintegración de la URSS tras el fracaso del llamado «socialismo real», atrás quedaron las revoluciones de inspiración o tendencia marxista y los revolucionarios románticos, al menos en América Latina, con el ocaso de la guerra de guerrillas como estrategia libertaria contra la dictadura del capital: Primero cayó Camilo Cienfuegos en un misterioso accidente aéreo, luego el Ché Guevara en su aventura boliviana y, en la noche del pasado 25 de noviembre, a los 90 años de edad, murió de viejo Fidel Castro. La fecha de su muerte, por cierto, coincide con la fecha en que salió del puerto de Tuxpan, Mexico, en 1956, un yate llamado Granma rumbo a Cuba. En Nicaragua, mientras tanto, los sandinistas han hecho del vicio una virtud, como diría Rosa Luxemburgo también en este caso, como dijo a propósito de Lenin y los bolcheviques cuando disolvieron la Asamblea Constituyente.

En México, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se propone participar en las elecciones presidenciales de 2018 como si el sistema electoral mexicano mereciera un ápice de credibilidad y no sirviera principalmente para legitimar el capitalismo y su corrupción en condiciones de barbarie. La propuesta electoral del EZLN, una vez cocinada entre sus propias filas desde hace dos años, haciendo consenso y “reuniendo paga”, es ahora objeto de consulta por el Congreso Nacional Indígena (CNI) con sus bases, organizaciones, pueblos y comunidades, y conoceremos el resultado de esta consulta en las últimas horas del año. La probable aceptación de la propuesta zapatista significará una claudicación en la línea revolucionaria que mantuvo el EZLN desde su fundación formal a finales de 1983, así como una traición a los principios éticos del zapatismo histórico, por múltiples razones que algunos críticos hemos expuesto hasta el cansancio. Aun si la propuesta zapatista fuera rechazada por las bases del CNI, debemos estar conscientes de que un cambio radical en la orientación del EZLN lo aleja de su espíritu primigenio. Quienes creíamos que el zapatismo de Chiapas era un paradigma en la construcción de nuevas generaciones humanas con valores y principios superiores a la normalidad mexicana y su cultura de la miseria y el atraso, nos equivocamos. Ojalá que sea una corriente al interior del EZLN, representada por los subcomandantes Moisés, antes mayor, y Galeano, antes Marcos, la que torció el camino y propuso a su caballo de batalla que asuma esta desviación. Ojalá que así sea para que los auténticos zapatistas, los que resisten el asedio militar y paramilitar en los municipios autónomos, con sus Juntas de Buen Gobierno, sus caracoles, su “escuelita” y todo eso, decidan sacudirse las lacras, eliminar sus lastres y enderezar el rumbo, al cabo la desviación no implica renunciar al proyecto autonómico en lo inmediato, sino quizás a mediano o largo plazo.

Por lo pronto, el zapatismo de Chiapas ha perdido también su aura romántica; el pasamontañas o la cara de trapo, la gorra con tres estrellas (de las cuales sobrevive sólo una), la garra amarillenta de paliacate anudado, la pipa y los dos relojes que marcan el tiempo de ida y vuelta, ya no son más que partes de un disfraz. Los comunicados de Marcos-Galeano, con sus libérrimas digresiones y sus posdatas literarias, si acaso tienen algún efecto, en el mejor de los casos, es tedio.

Siempre tuvo algo de moda consumista y pose progresista el efecto de todo esto en la sociedad civil, sobre todo entre yupis unamitas, efecto reforzado por la diferencia sustancial entre movimiento zapatista y guerrilla de corte maoísta, probablemente patrocinada por el propio narco-Estado. Estas diferencias son análogas a las que separan en nuestro hemisferio y el resto del mundo al castrismo-guevarismo de sectas terroristas como Sendero Luminoso en Perú, partidos genocidas como los Jemeres Rojos de Pol Pot, y regímenes totalitarias como los de Camboya y Corea del Norte. En el ínter, un abanico de matices abarca también a las guerrillas domesticadas en países de Centro y Sudamérica como Colombia y El Salvador. Mientras tanto, los regímenes de partido de Estado, con el ejemplo máximo de China, sin dejar de ser autoritarios, asumen un papel de reparto en el capitalismo mundial.

En México no existe izquierda política desde 1989, pero sobrevive un gran movimiento indígena-social con tres niveles de participación (insurgentes, milicianos y bases de apoyo) en su estructura otrora militar, sus autonomías y autogobiernos, entre otras formas de organización comunitaria y paradójicamente horizontal, que a pesar de ser local ejerce una poderosa influencia internacional. El año de la gestación del PRD, que supuso para la izquierda política una renuncia claudicante al proyecto socialista y una subordinación a la socialdemocracia emanada del PRI, cayó el muro de Berlín, y el mundo festejó el fracaso del llamado «socialismo real», como si un nuevo fantasma recorriera Europa: el fantasma de la democracia. Las masas liberadas abrazaron a la derecha mundial, a sus ideólogos y voceros, mientras la URSS se desintegraba y algunos de sus satélites se balcanizaban. Pero Cuba decidió que no había derrota entre sus opciones, diversificó sus relaciones comerciales, reforzó el turismo, se abrió al capital canadiense y francés para la exploración petrolífera en zonas específicas de la isla, siempre bajo la política rectora del Estado, aplicando hasta sus últimas consecuencias el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas. Con costos inferiores a los que paga México por su miseria idiosincrásica y su identitaria mediocridad, Cuba logró vencer al imperialismo, al bloqueo comercial impuesto durante medio siglo por la mayor potencia económica y militar del planeta…

Pero las grandes hazañas de un país pequeño y pobre son de interés minoritario en un país del tamaño de México, cuyo fanatismo multitudinario desfiló durante varios días alrededor de las cenizas de Juanga, el ídolo del pueblo por antonomasia, como lo hacen ahora millones de cubanos alrededor de las cenizas de su líder, con la diferencia de que las masas mexicanas son ignorantes, están desnutridas y anestesiadas con religión, futbol y telenovelas, entre otras cosas, mientras que las multitudes cubanas, mayoritariamente jóvenes con estudios, están bien alimentadas, practican algún deporte y dicen adiós al comandante de la gloriosa y todavía joven Revolución Cubana. Menudo contraste: Un personaje insignificante y grotesco es a México lo que un gigante a Cuba. Juanga es representativo de la mediocridad mexicana, mientras Fidel representa el heroísmo de un pueblo que llevó de la mano a la grandeza.

Con esa comparación, la propuesta “zapatista” de asimilación electoral a la descomposición capitalista y la elección de Trump en «el país de la democracia perfecta», con todo lo que implica esta otra desgracia de la humanidad, ha comenzado una era de nostalgia para los revolucionarios de hoy. Si alguna vez hubo en el mundo una «muerte de las ideologías», ahora el marxismo es exclusivo de las aulas y, como cadáver disecado en un museo de reliquias paleolíticas, no sale de allí. La imagen de Fidel, como las de Camilo y el Ché, se quedarán un tiempo más estampadas en pósters y camisetas, mientras las mentes débiles saturan YouTube con videos sobre la maldad del tirano y dictador estalinista, el comunismo intrínsecamente perverso y nociones de Cuba como una cárcel, según versiones de la peor basura de Joligud. En México, los rostros de Zapata, Jaramillo, Villa, Cabañas y Vázquez, entre otros, están bien para panfletos de la izquierda lúmpen y para decorar, con anuncios comerciales, taquerías y bares estilo kirsch.

El discurso inverosímil, demagógico y fundamentalista de Galeano y Moi (el zapatismo en tiempos de fundamentalismo juangabrielero) hará de su apariencia física un modelo anacrónico a reproducir para fiestas de disfraces, mientras la canción pancartista o de protesta es grabada con arreglo al mercado y sintetizadores electrónicos para el consumo de la yupiza huera de Filosofía y Letras, Ciencias Políticas y Sociales, y otros semilleros de guerrillas virtuales, o para el acompañamiento de quienes se dicen activistas por su actividad en Feisbuc. Mientras el discurso es sustituido por «frijol con gorgojo» en la dislexia oligofrénica y pasan de moda también las entelequias de la izquierda cafetera, seguiremos dando seguimiento muy seguido a la degeneración ideológica en cultura de la vida chatarra y el envase desechable.

¡Hasta la derrota siempre!

 

 

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