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El liderazgo fugaz del presidente Peña Nieto

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El presidente incapacitado -lame-duck- más tempranero

Infolatam
Madrid, 4 diciembre 2016
JORGE CACHINERO

 

El 1 de julio de 2012 el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, ganó las elecciones presidenciales de México, convirtiéndose en el sexagésimo segundo presidente de la república al sustituir a su antecesor, Felipe Calderón, del Partido de Acción Nacional (PAN), que, en el año 2000, había interrumpido setenta y un años de presidencias consecutivas de militantes del PRI.

Peña Nieto derrotó a sus contrincantes con un margen suficientemente amplio.

Muy especialmente, Peña Nieto derrotó a Andrés Manuel López Obrador, conocido en México por su acrónimo AMLO, que se presentó como candidato de la alianza electoral Movimiento Progresista – formado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y el Movimiento Ciudadano, con el que el propio AMLO estaba vinculado- y volvió a ser derrotado, como lo había sido en 2006, a pesar de sus reclamaciones ante los tribunales de justicia por supuesto fraude electoral, que fueron desestimadas.

Peña Nieto también derrotó a la candidata del PAN, Josefina Vásquez Mota, quien no supo capitalizar en su propio beneficio los doce años en los que el PAN había ostentado la presidencia de la república – con Vicente Fox, durante el sexenio de 2000 a 2006, y con Felipe Calderón, de 2006 a 2012-.

La honestidad y la transparencia iniciales, que caracterizaron los primeros años posteriores al desalojo del PRI del poder, fueron evolucionando hacia comportamientos dudosos que fueron torpemente manejados.

El candidato Peña Nieto era joven -no cumplió los 46 años hasta poco después de obtener su victoria electoral de 2012-, telegénico y carismático, construyó para él una reputación de buen gestor en el tiempo previo en el que sirvió como gobernador del estado de México -de 2005 a 2011- y, una vez electo, tomó lleno de energía las responsabilidades de presidente de la República desde las que ambicionó dejar su huella muy rápidamente marcada.

Sus primeras acciones, que tantas expectativas positivas generaron, eran reflejo de esa pulsión. Se enfrentó a Esther Gordillo, líder del muy poderoso sindicato de educación mexicano – probablemente, el sindicato más grande de toda Latinoamérica-, a la que se acabó encarcelando por sus prácticas ilícitas al frente de dicha organización.

Además, anunció su intención de cambiar y de reformar la constitución del país y lanzó el reto de resolver el problema de la seguridad nacional y del narcotráfico, al que, por lo menos, consiguió quitar del ojo público.

Y, por último, el presidente Peña Nieto cerró, también, con los tres partidos de la oposición el llamado “Pacto por México” -con resonancias a los “Pactos de la Moncloa” firmados por el presidente español Adolfo Suárezcon los grupos opositores en octubre de 1977-, un pacto exhaustivo y omnicomprensivo que aspiraba a reformar algunos de los retos más complejos de abordar por parte de la sociedad mexicana: la educación, cuyos niveles bajos no ayudan al país a dar el brinco de calidad que necesita la economía del país; el mercado de las telecomunicaciones; el sistema penal; y, por último, la reforma del mercado energético, incluyendo el monopolio ejercido durante décadas por la compañía estatal PEMEX sobre aquél.

Al presidente Peña no parecía asustarle el viejo dicho, tantas veces repetido en el país, de que “en México nunca te metas con dos cosas: la Virgen de Guadalupe y PEMEX”. Tal era la dimensión de la ambición transformadora del presidente Peña Nieto cuando llegó a la presidencia de la república.

En aquellos primeros meses de su presidencia, Peña Nieto concitó el apoyo internacional por su programa de reformas y su prestigio alcanzó niveles altísimos en todo el mundo.

Después de haber acometido aquel proceso reformador casi titánico -once reformas en sólo dos años-, el viento de cola tan favorable para el presidente Peña Nieto se tornó en fuertes vientos cara a finales de 2014 por el efecto combinado de tres sucesos consecutivos que vinieron a torcer, sin solución, la labor de gestión del presidente y a hipotecar su legado político.

En primer lugar, el escándalo sobre el vendedor y sobre el precio al que su esposa actual había comprado la casa en la que habitaba la pareja presidencial – la popularmente llamada “Casa Blanca”. El segundo fue la matanza de estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero. Por último, y más recientemente, la visita del candidato presidencial estadounidense Donald Trump al propio presidente Peña Nieto.

Desde el verano de 2014, y con cuatro años de antelación a la finalización de su sexenio, Peña Nieto es, probablemente, el presidente incapacitado -lame-duck- más tempranero, y, por lo tanto, con más antelación a las siguientes elecciones presidenciales, de la historia mexicana contemporánea.

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