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El Gran Hermano, la humillación, el desafío

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Cuaderno de notas 

Gregorio Ortega Molina 

Siempre he considerado la palabra asedio en su acepción bélica. Nunca la tomé en cuenta en otros términos.

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Más en esta época, cuando se puede constatar que la anticipación literaria sobre el Gran Hermano descrita por George Orwell se confirma en sus características bélicas. Las condiciones en que algunos Estados establecen sus políticas de seguridad interna, en realidad definen lo que debe ser asumido por los observados como guerra de usura contra la sociedad, porque el saberse “vistos” afecta su intimidad, su formación profesional, su educación moral, su cultura, la civilidad de la convivencia. Es la intimidación total, para que te niegues a buscar la libertad.

Los gobiernos que escoran a la derecha se cubren con el manto de la razón de Estado para justificar la limitación a las libertades civiles, y preterir el derecho para colocarle encima leyes que inhiben la alegría de vivir, cancelan el futuro y guían a los gobernados a una sumisión humillante y, además, consideren que deben agradecerlo.

Determinados a aplicar la ley sin importar la administración de justicia, llenan las ciudades de cámaras que adquieren la función del ojo del Gran Hermano; condicionan, por el hecho de saberse observados, el comportamiento humano, sea legal o no.

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Pero además, las políticas públicas del Estado favorecen que los gobernados obstruyan para sí mismos la línea del horizonte. En las condiciones de seguridad pública actuales, sólo los privilegiados pueden observarla y aspirar a ella en toda su amplitud, porque a pesar de vivir a puertas cerradas, tienen los recursos económicos suficientes para crear hacia el interior un ambiente amplio y de libertad para ellos y sus seres queridos. Saben que auto limitarse el horizonte equivale a hacerlo con el futuro, pero sobre todo con la capacidad de razonar. Las cárceles de fuera y de adentro son inadecuadas para pensar y producir.

Sobre la modificación de las condiciones de vida impuesta por las políticas públicas aparece una incidencia mayor, perjudicial en extremo y de consecuencias graves para el comportamiento humano. Al incumplirse la garantía constitucional de seguridad pública, se abren los espacios urbanos a la delincuencia urbana y aparece otro Gran Hermano, feroz, voraz, ambicioso, impúdico, falaz, cruento, sin corazón.

Esos homínidos que delinquen motivados por la urgencia de satisfacer sus necesidades de narco dependencia, o porque no saben hacer otra cosa, o porque los mandan quienes los usan para hacerse de riqueza y de poder, se dedican a observar, a estudiar costumbres, hábitos: determinan los puntos débiles de sus futuras víctimas. Nada que ver con el crimen de oportunidad. Es el anticipo de la muerte lenta.Imágenes integradas 4

Padecer las consecuencias de haber sido observado y estudiado por el Gran Hermano de la delincuencia organizada trasciende la pesadilla, porque las afectaciones en el estado de ánimo, en los usos y costumbres, en las necesidades morales y afectivas, son múltiples y la humillación de saberse visto e indefenso, además de llevar a la angustia a las víctimas, las conduce por esos senderos de la inseguridad y el miedo, lo que únicamente los impulsa a tomar decisiones equivocadas.

La actitud observadora del Gran Hermano de la delincuencia organizada desnuda la intimidad de los hogares, exhibe a las víctimas en sus defectos, virtudes y complicidades, lo que permite determinar hora y modo del golpe que aniquila, anula la voluntad, transforma la seguridad de vivir en angustia e incertidumbre, porque se adquiere la certeza de que la violencia física y la agresión anímica regresan en cualquier momento, debido a la ausencia de Estado que garantice la vida en paz.

Y a las complicidades, tan bien descritas por Leonardo Padura a través del vendedor de libros viejos, Mario Conde, personaje central de La neblina del ayer: “… los policías son una molesta necesidad social, encargados unas veces de servir y proteger -como decía cierto lema, uno de los más eufemísticos que alguien pudiera concebir- y otras muchas de reprimir y preservar los fueros del poder -su misión más real, aunque nadie lo proclamara así, descarnadamente-”.

¿Qué debemos hacer, entonces, los ciudadanos inermes ante la mirada de esa delincuencia organizada, con más poder y fiereza que el Gran Hermano-Estado? ¿Ceder al miedo? ¿Resignarse? El desafío no es menor.

¿Encerrarse? ¿Amurallarse? ¿Desterrar la línea del horizonte de nuestras vidas? Toda manifestación de miedo, de temor en decibeles distintos, debilita e impide la reflexión seria sobre cómo ha de sustituir la actitud de los civiles, que son garantía de la entrega del tributo a través del pago de impuestos, la ausencia de un Estado incapaz de cumplir con su mandato constitucional.

Cerrar a piedra y lodo el entorno urbano en que vive una comunidad determinada, de condóminos letrados y profesionistas, equivale a encerrarse, a tapiar el futuro de los hijos, porque el aire se enrarece, se vuelve irrespirable, se limita o se cancela esa línea del horizonte que ensancha las libertades y enriquece el intelecto, porque el ambiente de libertad favorece el estudio para conocer los propios límites y el de los otros, la diversión y la alegría de vivir.Imágenes integradas 5

 Encerrarse es endogámico, puesto que limita la alteridad que nos favorece para ser autocríticos de nuestro comportamiento y manera de pensar, para ayudarnos a convertirnos en lo que somos; imposible negar el contacto con los otros, verlos, evaluarlos, constatarlos, saber que existen esas bestias disfrazadas de seres humanos, pero siempre armados, codiciosos, sedientos de sangre, con la lascivia en la comisura de sus labios, a las que debemos plantarles cara y hacer a un lado, con nuestros propios recursos, nuestra sabiduría para resolver el problema, porque si le damos la espalda cerrando, nos damos la espalda a nosotros mismos encerrándonos. La endogamia de la inteligencia es lo peor que puede ocurrirnos.

¿Tapiarse, para que nosotros y nuestros hijos quedemos impedidos de ver lo que todavía hay de naturaleza urbana en el barrio, lo que todavía existe de condición humana en el contacto con el diferente, con lo diverso, con lo que no es como nosotros?

Converso sobre el tema con un amigo que conoce de estos dilemas, me dice que debo considerar que la observación es recíproca y exhibir lo observado puede ser un antídoto. Cuando se publicaron los correos secretos de la armada Americana o los reportes de los embajadores causaron gran indignación, pues los “poderosos” se sintieron expuestos. Los ataques a los periodistas son también una forma de silenciar este proceso.

El problema es que la angustia por sentirse y saberse vulnerable ya nunca se supera, porque somos pocos contra muchos, porque los usos y costumbres en México no permiten que los ciudadanos se armen, porque el Estado dejó de cumplir su función, y porque los delincuentes se multiplican y en presencia real sustituyen a ese Estado que sostenemos con nuestra inteligencia, nuestra debilidad y nuestros impuestos, con nuestra necesidad de vivir en sociedad para que lo feo, lo horrible, lo cruento de este mundo no nos avasalle.

Durante 15 días los “cacos” visitaron las áreas comunes del condominio horizontal, en hora nocturna, con sigilo pero con seguridad. Nada ni nadie se les opone.

     Se llevaron bicicletas, una bolsa con tarjetas de crédito y efectivo, que por descuido se quedó en uno de los vehículos, artículos diversos y las llaves de una camioneta que misteriosamente dejaron en su lugar, a pesar de que adentro estaba el control del sistema automático de la puerta eléctrica.

     Quince días en que se recurrió a la autoridad policial y en la que reiteradamente se nos dijo que sin flagrancia no hay delito.

     Hastiados, por inermes, humillados e inseguros, los condóminos nos reunimos un lunes por la noche, para tomar decisiones.

     Electrificar el perímetro, instalar cámaras y luz, más luz, lo que va en contra sentido de otra decisión, tapiarnos, encerrarnos, impedir que nos vean e impedirnos ver. El mundo exterior se convierte en uno interior, y la relación con el entorno se debilita, deja de ser alteridad para transformarse en endogamia, los mismos con los mismos, porque unos somos más iguales que otros.

     Es lo que la ausencia de Estado hace de la sociedad. Las decisiones para preservarse no se toman, porque la realidad del miedo las impone, y deja de considerarse que lo que se requiere es una actitud de puertas abiertas, para que la luz y la claridad requeridas para tomar decisiones entren a raudales en nuestras vidas, nuestra manera de ser, nuestro comportamiento.

     Sí, cerrar es encerrarnos. No es una metáfora.

www.gregorioortega,blog

 

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