Juan Chávez
Con unos 30 millones de votos, Andrés Manuel López Obrador es el presidente de México para el sexenio 2018-2024.
La estimación la hizo la tarde del lunes, arriba de las 18 horas, el presidente consejero del INE, Lorenzo Córdova los, al dar a conocer porcentajes que el PREP arrojó para los candidatos que disputaron la Presidencia de la República.
Ricardo Anaya de la coalición Por México al Frente obtuvo un 22%, José Antonio Meade de Todos por México apenas si le pegó a un 16.3% y El Bronco Rodríguez Calderón se quedó en un 5.5%. Sumados los tres llegan a 43.8%.
Es decir, los tres juntos no le hubieran al tabasqueño que obtuvo 53.8% de los votos en las urnas para ganar con tal margen. A los tres, si la suma contara, los hubiera vencido por una ventaja de 10%.
Triunfo claro e indiscutible que se amplió al amplísimo panorama electoral de este domingo en el que Morena, el partido de AMLO, obtuvo la victoria en 29 estados y la ciudad de México y solo perdió en Guanajuato y Nuevo León.
Ganó seis de las ocho gubernaturas en juego y la jefatura de gobierno de la CDMX.
En la capital acaparó las alcaldías de Tlalpan, Tláhuac, Xochimilco, Alvaro Obregón, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Azcapotzalco, Iztacalco, Gustavo A. Madero, Iztapalapa y Magdalena Contreras.
¡Arrasó! 90% de las elecciones en general fueron para Morena.
La caída del PRI y del PAN, con los partidos con los que se aliaron, fue estrepitosa.
El PRI hasta Atlacomulco –su rincón sagrado—perdió.
¿Qué sigue? Lo que dicte el ganador que este martes a las 11 horas tendrá su primer encuentro con el presidente Peña Nieto en Palacio Nacional y quien gobernará “sin sobresaltos hasta el último minuto de su mandato”, soltó López Obrador en una de sus declaraciones televisivas que le han sido demandadas.
Va a contar con mayoría calificada en el Congreso de la Unión a partir del 1 de septiembre en que toman posesión los nuevos diputados y senadores. Contará también con la mayoría de las legislaturas locales.
En una palabra: el ganador de las elecciones tendrá todo el poder. Un poder absoluto que hay que esperar no lo convierta a él en un absolutista. Una posición así dañaría a México y a los mexicanos y es una cuestión que él mismo, ya en sus primeras declaraciones como triunfador, no quiere.
Hay que parar oreja, eso sí, en la vuelta que va a demandar a la política exterior que ya había olvidado sus viejos principios de respeto a la autonomía de los pueblos y no intervención en sus destinos.
Algo que el PRI sostuvo como meollo de sus pensamientos internacionales y que haría volver a López Obrador a los viejos tiempos de esa política exterior siempre proteccionista, como la está desarrollando el enemigo número uno de México: Donald Trump.