“Hay una grave enfermedad en el mundo moderno: la enfermedad del olvido. Los acontecimientos, por luminosos o terribles que nos parezcan en un principio, se olvidan cada vez más rápido y se quedan solos, en las páginas amarillentas de los periódicos”.
José Falconi
Gabriela Ballesteros
¿Cómo puede hacerse un recuento de los años cuando éstos fueron vividos en caída libre, presurosos, inminentes y confusos? A través de las historias que se entraman entre sí dentro de “Fragmentaciones”, lo que subyace es la historia de una ciudad cuyos habitantes están cegados ante los acontecimientos. Todo cuanto pasa parece daño colateral, aunque en realidad, para los protagonistas de esos daños, es lo único que tiene existencia.
La narración que mezcla diversos estilos, formas y voces, nos lleva desde un ambiente onírico hacia la pesadilla y la representación mítica de la realidad. Con un estilo totalmente apegado a los cánones de la literatura contracultural al estilo de Parménides García Saldaña o Gustavo Sáinz, por mencionar algunos, acudimos al encuentro de la necesidad de dar sentido a los acontecimientos, a la vida vivida, a los actos heroicos en medio de la inconsciencia, no sólo mental por la breve edad de los actores, sino incluso fisiológica, porque cada acto está acompañado del elíxir aromático de la droga o del alcohol. Pero lo que más impacta es la embriaguez que provocan los ideales, el estado febril del creyente, del que requiere conocer la respuesta a una duda del pasado.
El protagonista, Pepe, un joven que fue viéndose involucrado en escenarios complicados y riesgosos, fue marcado, elegido, predestinado casi, a vivir en ese limbo de las historias que se saben pero que nadie quiere recordar. Su carácter, su sensibilidad, su formación, pero sobre todo la inquietud de ver hasta dónde llega el hilo negro de la trama que quería resolver a través de la investigación periodística, lo van llevando de manera casi poética hasta ese final que se desata simple, triste, pero inocuo. Porque al final la única cosa que persiste es la pesadilla, que es la realidad. Ésta en la que las personas comunes y corrientes se debaten en sus penas cotidianas, orquestadas por seres irreconocibles, pero permanentes en el ambiente, que parecen someternos a sus voluntades y también a sus tragedias.
Oscura, dulce como una niebla espesa, grisácea, espectral, así fue mi lectura, con destellos de magia, de aromas, de luces simbólicas a través de la música y la poesía, el arte, la necesidad de hallar la verdad. Los paisajes urbanos de esa “capirucha” que nunca deja de recrearse y resignificarse, pero siempre manteniendo en sí el contraste, la desigualdad, el halo de contrariedad que no deja de ser estéticamente avasallante y sí, hermoso ante la vista de la intelectualización, pero terrible cuando se vive a cuestas de padecerlo en carne propia.
“Fragmentaciones” narra, como toda novela, la historia de un héroe simple en una historia que se repite insaciable y anónima entre las calles de una ciudad monstruo cuyos hitos políticos y culturales han estado siempre matizados por la desigualdad, la corrupción, la mentira piadosa y el acallamiento de la conciencia.
Sin decirlo, sin acaso mentarlo, uno sabe que el responsable de la caída de los héroes vagos de esta historia, es una hidra ancestral a la que no importa cuántas cabezas se le corten siempre le saldrán más. Un pulpo que tiene tentáculos que se camuflan con todas las estirpes, un autoritarismo disfrazado de cambio popular. Crítica, ácida, poética, la novela refleja un periodo que, como dice el epígrafe, ha querido volverse olvido pero mana vívido en el relato que le da continuidad, el relato de lo cotidiano, del payo, del chavo, del que fue en ese entonces y hoy, barbado y cascado, sigue recordando.
