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Desde su campaña a la presidencia, Donald Trump ha insistido en la necesidad de construir un muro en la frontera entre México y Estados Unidos, supuestamente para detener el flujo de migrantes y crimen procedente del sur.
A lo largo de los miles de kilómetros que limitan los dos países hay rejas, puentes, desiertos y dos ríos que unen y separan a las comunidades de ambos lados.
En los próximos días, mientras recorren de punta a punta el camino entre el golfo de México y el océano Pacífico, los periodistas Azam Ahmed y Meridith Kohut irán enviando sus reportes. Aquí puedes leerlos en español a medida que se vayan publicando.
En su primera entrega, visitan la desembocadura del río Bravo, un lugar donde no hay vallas ni barreras, solo el desánimo compartido de los pescadores en ambas márgenes que no logran atrapar a sus presas.
El quinto día de su travesía, nuestros periodistas llegan hasta Falfurrias, Texas, un pueblo a hora y media de la frontera en donde más de setecientos migrantes han perdido la vida en su travesía por estas tierras áridas e inhóspitas. “En la frontera, por supuesto, no todo es serio y siniestro”, escribe Azam Ahmed. “La gente lleva una vida normal, como en cualquier otra parte. Al margen del debate político del momento, para la mayoría este lugar es sencillamente su hogar”.
En el octavo día de viaje, aún en la frontera entre los estados de Texas y Tamaulipas, el viaje se detiene en el mayor puerto terrestre para comercio en el continente. Laredo y Nuevo Laredo no solo comparten el nombre, el idioma, un equipo de béisbol y un gran movimiento de mercancías; también son el hogar de miles de personas para quienes el río Bravo es la única frontera necesaria.
“Somos el corazón del TLCAN”, proclama Edgardo Pedraza, el director de la Customs Brokers Association en Nuevo Laredo –la asociación local de agentes aduanales–, quien insiste en que le digan Gary. “Creo que ambos lados son un solo Laredo”.
Pero ante ese flujo normal y cotidiano contrastan las largas líneas de migrantes que esperan sobre el puente para solicitar asilo, las decenas de personas que pueblan los albergues temporales y los grupos de hombres deportados a quienes el Instituto Tamaulipeco para los Migrantes de Tamaulipas les da la bienvenida después de pasar semanas detenidos en Estados Unidos.
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CreditMeridith Kohut para The New York Times
“Cuando regresan, lo que más le duele a la mayoría es sentir que han perdido la dignidad”, explicó el director del Instituto. “Nuestro trabajo es levantarles el ánimo y decirles lo importantes que son, mostrar respeto por los sacrificios que hicieron”.
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