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Pemex y CFE, “Talón de Aquiles”

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Tras el aval del Senado de los Estados Unidos de América para el llamado T-MEC, se concreto uno de los principales logros del gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador, Sin embargo sus resultados a mediano plazo podrían diluirse si se persiste en mantener el coto a la inversión privada en temas como el energético.

 

Está visto que el presidente tiene una visión nacionalista de como manejar los recursos energéticos del país –léase petróleo y generación de electricidad–, inhibiendo la participación de capitales nacionales y extranjeros. Y esa falta de competencia podría afectar no solo la productividad del sector, sino sus resultados.

La Comisión Reguladora de Energía actuará este 2020 para revertir la reforma energética emprendida por el gobierno de Enrique Peña Nieto, y garantizar la rectoría del estado en ese sector, que ya había sido comprometido en las primeras negociaciones para la renovación del tratado comercial.

Si bien es cierto que en este proceso, el gobierno de Donald Trump reconoce abiertamente la soberanía energética de México, el gobierno de López Obrador está obligado al manejo inteligente de esos recursos, pero sobre todo a buscar los caminos para la inversión privada, como el camino viable al crecimiento.

No hay que olvidar que Pemex y la CFE han sido el “talon de Aquiles” del Gobierno de México, son elefantes blancos a los que hay que empujar para hacerlos productivos y la inyección de recursos que necesitan no solo deben venir del erario público. Hacerlo así nos regresan a tiempos pasados, a sexenios como los de Echeverría y López Portillo.

Además existe un riesgo latente, pues la petrolera estatal puede perder su calificación crediticia. El optimismo de la 4T no ha logrado convencer a los mercados financieros, ni a las calificadoras, en buena parte porque en el intento por recapitalizarla se negociaron refinanciamientos a mediano y largo plazo a costos bastante altos.

También está otro tema, tanto para Pemex como para la CFE, que es la revisión y renegociación de contratos –como el caso de los gasoductos– firmados por el gobierno anterior y que agregan un ingrediente adicional de desconfianza en los mercados financieros.

Ahora solo falta ver si este año, tras el período de asentamiento y las pruebas de error-acierto del gobierno Federal, se toma un rumbo distinto, sobre todo si se entiende que México se desarrolla en un lugar privilegiado dentro de un mundo comercial y financiero globalizado y del que no debe excluirse en algún sentido.

Con seguridad, el T-MEC entrará en operación en el mes de junio o julio a más tardar –eso depende de la aprobación final de Canadá–, pero en la medida que México continúe blindando sus sectores estratégicos, será un tratado que camine cojeando y que de resultados a medias.

Otra cosa que debe reconocerse a López Obrador que la firma y renovación tras 26 años del TLC, fue uno de los logros importantes del famoso neoliberalismo, que abrió la economía de México a la globalidad, y por ende a una mejoría sustancial para los mexicanos. El presidente se subió a ese tren y eso es un gran acierto.

Sin embargo una obligación de este gobierno será encontrar las fórmulas para que los logros macroeconómicos del país se dispersen hacia los sectores de la población menos favorecidos y encontrar el punto medio que garantice el crecimiento, pero preservando la soberanía de los sectores estratégicos.

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