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El virus pasará, pero la indolencia y el egoísmo se recordarán

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Rincón de la Psicología


Posted: 25 Mar 2020 02:41 AM PDT

Dicen que una imagen vale más que mil palabras.

Esta imagen, sin duda, resume a la perfección las consecuencias de la locura que estamos viviendo en estas semanas.

Es la imagen del vacío y la soledad. Pero también de la indolencia y el egoísmo.

 

Tomada el 19 de marzo en el supermercado Coles de Port Melbourne Coles, en Australia, fue publicada por el periodista Seb Costello. En ella se aprecia a una anciana en el pasillo de las conservas. Vacío. Por las compras de pánico que se han desatado en estos días a raíz del coronavirus. Cuenta el periodista que a la anciana se le escaparon las lágrimas.

Las compras de pánico, sin embargo, son tan solo la punta del iceberg. Un iceberg tan profundo como la vida misma y tan estratificado como nuestras clases sociales.

Esta imagen nos muestra que, aunque el coronavirus no entiende de clases sociales, quienes gestionan la situación sí hacen diferenciaciones por clases sociales. Diferenciaciones que antes eran apenas soportables pero que ahora se convierten en un puñetazo a la sensibilidad. Diferenciaciones que en estos tiempos – más que nunca – pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Literalmente.

También es la imagen de la vulnerabilidad. De quienes se han quedado detrás. Los últimos de la fila. Esos a los que nadie tiene en cuenta porque ya dieron todo lo que tenían y han perdido su “valor social”. Esos que se vuelven invisibles. Que casi tienen que pedir perdón por existir. Los que solo piden que nos acordemos de ellos. Aunque sea de vez en cuando. Y ni siquiera aspiran a que les ayudemos, sino tan solo que no les compliquemos más las cosas.

Esa – y otras imágenes – también pasarán a los anales de la historia. Para recordarnos lo que la sociedad en su conjunto no quiso ver. Para darle visibilidad, por fin, a los invisibles. Aunque quizá sea demasiado tarde para muchos de ellos.

La denuncia sorda de quienes se han quedado sin voz

Esa imagen también es una denuncia sorda. Es un dedo acusatorio que obliga al sistema – y a cada uno de nosotros – a enfrentarnos con nuestra conciencia. Es un aldabonazo que nos dice que hemos equivocado el camino.

Esa imagen es el reflejo de una sociedad demasiado llena de sí misma. Demasiado ocupada. Demasiado enajenada. Es la imagen que daña la imagen de las empresas y los gobiernos, porque les recuerda que, aunque no quieran y se resistan, tienen una obligación social inalienable.

Es también la imagen de los estados que dejan morir a sus ancianos en las residencias. De ayudas decretadas para los vulnerables que terminan perdiéndose en los vericuetos de la burocracia. Es la imagen de las instituciones y los países que se han olvidado de la solidaridad y han optado por un “sálvese quien pueda”. De quienes le dieron un sonoro portazo a Italia y a los italianos, dejándoles completamente solos y abandonados a su suerte, alimentando la inútil esperanza de que a ellos no les tocaría.

Porque – por suerte o por desgracia – no hay nada como las situaciones extremas para sacar a la luz verdades que de otra manera quedarían sepultadas tras palabras edulcoradas y gestos vacíos. En esas situaciones sale a la luz lo que somos y lo que valemos – como personas y como sociedad.

Esa imagen, en resumen, nos dice desde el atronador silencio de quienes se han quedado sin voz que esta pandemia pasará, pero las consecuencias de nuestras reacciones y decisiones perdurarán.

El miedo pasará. El peligro quedará en el pasado. Las puertas finalmente se abrirán. Volveremos a llenar las calles. Pero nuestros comportamientos nos acompañarán – de una forma u otra. Y podremos sentirnos orgullosos de ese gesto de responsabilidad, solidaridad y humanidad. Orgullosos de la persona que fuimos en ese momento y de la persona en la que nos hemos convertido.

En cierto punto, cuando comience la reconstrucción de los pedazos rotos, esas imágenes volverán. Recordaremos cada retraso, cada debate superfluo, cada traba burocrática que costó vidas y causó sufrimiento. Recordaremos cada cosa que pudimos hacer y no hicimos. Cada acto de irresponsabilidad, insensatez y egoísmo.

Por el momento, no nos queda más que quedarnos en casa, durante el tiempo que sea necesario. Cuidar a los enfermos. Llorar a los que se han ido. Pero ya podemos ir imaginándonos el después. Y quizá – solo quizá – con esa imagen en mente e intuyendo otras mucho más duras, podremos corregir ahora lo que nuestro “yo” del futuro nos reclamará.

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