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Relatos de mujeres COVID-19 | Cocinando en tiempos de pandemia

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Irma Alma Ochoa Treviño | Monterrey, Nuevo León | abril 2020
 
Abro un paréntesis en mis ocupaciones para compartirles como transcurren mis días en el confinamiento recomendado para prevenir el contagio del coronavirus, ese bichito viajero que nació en el lejano oriente, que no quiso quedarse en casa, como plaga cruzó fronteras sin pasaporte, navegó por el Pacífico y por el Atlántico, ha sido el causante de mucho daño en el mundo entero, y aterrizó en mi pueblo hace varias semanas.
 
Foto: Alejandro Ruiz | Irma Alma Ochoa

 

Igual que la mayoría de las mujeres, y no pocos hombres, ocupo mis días en múltiples tareas, entre las cuales están: la limpieza de casa, más ahora que por doquier olemos a cloro y a pinol.
 
Además, preparamos aguas frescas, café, tés y alimentos sencillos. Si bien, los productos cárnicos son la base de la dieta norestense, por recomendación médica debemos comer más granos, verduras y frutas. En un primer momento creí que era fácil cocinarlas.
 
Puede presuponerse: se hierven, se ponen a la plancha o al vapor, se les agrega algún aliño, como aceite de oliva, limón, sal y pimienta, queso parmesano, o mayonesa y ya está. Pero no, no es fácil, si no se les presta la atención debida puede que se pase el tiempo de cocción, pueden quedar crudas o quemarse en la plancha o comal.
 
Hubo un tiempo en que aprendí a cocinar, aparte de las únicas clases “para mujeres” que ofrecían en la escuela secundaria (cocina, costura y tejido); en los 70´s tomé clases semanales con la señora Carolina Sánchez (Ina), excelente maestra en el proceso enseñanza-aprendizaje. Con paciencia nos enseñó a preparar diversos platillos, entradas, plato principal, postres, panes, empanadas, pasteles, dulces, bebidas y a armar diversos menús.
 
Con las enseñanzas de la maestra Ina, me atreví a hacer comidas para decenas de personas y allegarme recursos extras. Incluso, tuve la osadía de vender pasteles: de zanahoria, de queso, de chocolate o de nuez, son los que más vendí, me ayudaban a pagar mis viajes. No me fue mal. Ahora los compro en la panadería del barrio.
 
 
Foto: Irma Alma Ochoa Treviño
 
 
 
En alguna libreta de tres manos, extraviada entre los libros de feminismo, historia, biografías, psicología, y derechos humanos… guardo las recetas. 
 
La de los turcos, empanadas típicas de la zona naranjera de Nuevo León, que llevan relleno de carne de puerco y piloncillo, que mi mamá hacía, es una de mis más preciadas. Igual que la que perdí en uno de los cambios de casa: la del dulce de frijol para el que mamá utilizaba un cazo de cobre y cuchara de madera.
 
Mi recetario cuenta con mucha historia y geografía: el pan de polvo –hojarascas- de tía María Guerra (Freer, Tx), el pan de frutas de mi tía Minnie Capra (Laredo, Tx).  
 
La pierna de puerco con hierbas de olor, receta de Raquel Obando (Cosoleacaque, Ver.), a la que le incorporé otros ingredientes y desde hace cuatro décadas la preparo cada navidad; las costillas de puerco con mermelada de chabacano que probé en casa de Sara Romo (Querétaro, Qro.), la gelatina de guayaba de Olivia Molina (Cd de México) y el pozole que aprendí a hacer gracias a mi prima Minerva García (Monterrey).
 
 
Foto: Irma Alma Ochoa Treviño
Admito que en el recorrido he dejado varios saberes y, por supuesto, he aprendido otros, al menos eso prefiero creer. No todo ha sido miel sobre hojuelas. En cocina he tenido varios logros pero también tropiezos.
 
Hace años, preparando pastel de carne (15 kilos), pedido para una fiesta de despedida de soltera, mis actividades laborales me impidieron comprar el salami y el queso mozzarella que lleva de relleno. En ese entonces las tiendas cerraban temprano y no abrían en domingo. Me vi obligada a cambiar los ingredientes, salami por jamón y queso chihuahua por mozzarella. No supo mal pero no era el sabor ideal.
 
Uno de los más recientes descuidos en estos días de confinamiento, fue un espagueti que estaba “al dente”, pero en lugar de sacarlo inmediatamente de la olla donde se cocinó, lo dejé ahí, se recoció y fue a parar al bote de la basura. Mi hijo mayor me recomendó que ya no intentara cocinar ¿sería mi estrategia feminista para zafarme de esta tarea asignada culturalmente a las mujeres?, quizás.
 
Con vergüenza asumo que arruiné una pizza vegana pre-congelada. Aseguro que puse atención, le quité el tomate pasado que traía; le agregué aceitunas verdes rellenas de pimiento morrón, tomates deshidratados y queso, mucho queso. Precalenté el horno, cuidé el horneado, quedó dorada.
 
Confié en que la preparé conforme las instrucciones, además de añadirle otros frutos para darle más sabor, pero… al cortarla me di cuenta que le retiré el plástico y olvidé quitar el cartón del empaque, fue imposible comerla.
 
Lo de la pizza vegana ya lo superé, preparé otra y quedó muy buena. Hoy por primera vez cociné arroz integral con una receta que obtuve de Youtube. Quedó delicioso. Mi amor y cómplice, enclaustrado conmigo, dijo que le gustó. Le creo. 

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