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sábado, mayo 4, 2024
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Slim Compra una República

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JOSÉ MARTÍNEZ M.

 

¿Cuánta cuesta la salud de los mexicanos para el hombre más rico de México y uno de los más poderosos del mundo?  La respuesta es sencilla: menos de ocho pesos. Sí, lo leyó usted bien. Menos de miserables ocho pesos.

 

Tacaño hasta la pertinacia, Carlos Slim el más poderoso de todos los empresarios donó mil millones de pesos al gobierno para la atención de la salud de los 127 millones de mexicanos frente a la pandemia. Esa cantidad es equivalente a 40 millones de dólares. Sí, es mucho dinero, pero dividido entre todos los mexicanos, a la vez no es nada para la dimensión de la crisis sanitaria.

Por ejemplo, un joven emprendedor estadounidense con una fortuna 15 veces menor que la de Slim, donó 25 veces más para su gente, que el magnate mexicano. Nos referimos a Jack Dorsey, el cofundador y CEO de Twitter, que en un gesto de amor y solidario sacó la chequera y donó 1000 millones de dólares, la cuarta parte de su fortuna para apoyar causas benéficas en la lucha contra la pandemia del coronavirus en Estados Unidos.

Antes de que el ex presidente Carlos Salinas le regalara a Slim Teléfonos de México, la fortuna del magnate ascendía a 1,500 millones de dólares en activos en una docena de empresas y contaba con menos de 30 mil trabajadores. A partir de Salinas y hasta la fecha, Slim acumula una fortuna multimillonaria a costa de una de las empresas que era patrimonio de la Nación.

Basta un simple dato: en el primer año de explotación comercial de Telmex Slim ganó casi 8 billones de pesos. Slim ha ganado tanto dinero y su codicia es tan inconmensurable como su fortuna. Como él, hay una veintena de empresarios archimillonarios que se han enriquecido bajo el amparo del poder.

Ahí está Alberto Baillères González, dueño de minas, propiedad de la Nación y al que el Estado le rindió pleitesía condecorado con la medalla “Belisario Domínguez” y no puede faltar Ricardo Salinas Pliego para completar a estos peculiares “tres mosqueteros”. La triada de los tres hombres más ricos y poderosos de México.

¿Dónde está la responsabilidad social de estos “ilustres” empresarios?

50 millones de mexicanos en estado de pobreza esperan una respuesta. Sí, ellos son los dueños del país, y son tan miserables que sólo dan dádivas, mientras ellos emulan a Nerón quien tocaba la lira mientras se incendiaba Roma. Lo siento por Obrador quien se ha rodeado de ellos como sus consejeros. Los empresarios que se han apoderado de las riquezas del país.

Slim quien ahora en su aislamiento ante la pandemia se dedica a contemplar sus bonsáis nos recuerda al personaje del libro de GOG de Giovanni Papini en la compra de una República:

“En este mes he comprado una República. Capricho costoso que no tendrá continuaciones. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y del que he querido librarme. Me imaginaba que eso de ser el amo de un país daba más gusto.

“La ocasión era buena y el negocio quedó concluido en pocos días. Al presidente le llegaba el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto por paniaguados suyos, estaba en peligro. Las arcas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal para el derrocamiento de todo el clan que asumía el poder, tal vez de una revolución. Ya había un general que armaba bandas de rebeldes y prometía cargos y empleos al primero que llegaba.

“Un agente norteamericano que estaba allí me advirtió. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos estipendios dobles que los que recibían del Estado. Me han dado en prenda -sin que lo sepa el pueblo- las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un convenio secreto que, prácticamente, me da el control sobre toda la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el amo casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante fuerte, para la renovación del material del ejército y me he asegurado, a cambio de ello, nuevos privilegios.

“El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia libremente; los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de los acontecimientos. No saben que todo lo que ellos creen poseer -vida, bienes, derechos civiles- penden, en última instancia, de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.

“Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. Podría, si quisiese, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar con ello al Gobierno, desde el presidente hasta el último secretario. No me sería imposible empujar al país que tengo en mis manos a declarar la guerra a una de las repúblicas limítrofes.

“Este poder oculto, pero ilimitado, me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todas las molestias y servidumbre de la comedia política es una fatiga tremenda; pero ser el titiritero que, tras el telón, puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a sus movimientos es un oficio voluptuoso. Mi desprecio por los hombres encuentra aquí un sabroso alimento y miles de confirmaciones.

“Yo no soy más que el rey de incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido adueñármela y el evidente interés de todos los enterados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y bastante más grandes e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una análoga dependencia de misteriosos soberanos extranjeros. Siendo necesario mucho más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros.

“Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son efectivamente gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan representando con naturalidad el papel de jefes legítimos”. 

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