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Por qué las mujeres asumen solas la responsabilidad de la vida sexual con su pareja

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Enriqueta Burelo

En días recientes leí una nota en la cual el ISSSTE señalaba que, a partir del mes de septiembre, ofrecerá entre sus métodos de planificación familiar y preservación de la salud sexual y reproductiva, el condón femenino. El anuncio fue lanzado en ocasión del Día Internacional de la Juventud y de la Estrategia Nacional para la Atención del Embarazo Adolescente, ENAPEA.

 

Simultáneamente, el instituto advirtió que el personal de la institución encargado de los servicios enfocados a los jóvenes, dentro del programa AmiguISSSTE, serán amigables, confidenciales, respetuosos y abiertos a las necesidades de este sector de la población.

La nota me pareció importante en razón de que las instituciones de salud deben estar abiertas y ser respetuosas de los derechos sexuales y reproductivos de la juventud.

Durante muchos años, las y los jóvenes que acudían al sector salud eran recibidos con suspicacia y, en lugar de ser orientados, los regañaban: eres muy joven, ¿saben tus papas que estas aquí?, y una serie de recriminaciones tanto que los jóvenes terminaron por no acudir a las instituciones. En ocasiones lo hacían con las asociaciones civiles que atendían el tema o resolvían sus dudas con los amigos y el naciente internet.

Fue entonces cuando nos encontramos con que el embarazo adolescente es un problema de salud pública, pero además atravesado por otras problemáticas, depresión, abandono, violencia sexual.

De entrada, la inclusión del condón femenino me pareció una buena idea, no sólo para las jóvenes, sino también para las mujeres de cualquier edad, ya que este método anticonceptivo tiene sus ventajas:

El condón femenino no tiene efectos secundarios como los anticonceptivos hormonales.

Al estar hecho de nitrilo es más resistente que el látex y se vuelve una opción para las personas alérgicas.

Te protege contra enfermedades de transmisión sexual.

Proporciona mayor autonomía a la mujer para controlar su fertilidad y su salud sexual.

Las desventajas que yo veo no tienen que ver con el método, sino con el hecho de que se continúa depositando en la mujer, sea cual fuere su edad, la responsabilidad del ejercicio de su sexualidad y de la posibilidad de un embarazo no planeado, o contraer alguna infección de transmisión sexual, me pregunto ¿Dónde están los jóvenes y los hombres adultos, en las políticas de salud sexual y reproductiva?

Los jóvenes fueron relativamente ignorados durante mucho tiempo; muchas sociedades, si no todas, han puesto regulaciones formales e informales con las cuales controlan (o intentan controlar) la expresión sexual entre los jóvenes, basadas en imperativos religiosos o culturales. Estas regulaciones afectan el cuándo y el con quién se permiten las relaciones sexuales. La regulación de la conducta sexual es, vista en primera instancia, como responsabilidad de la familia y de otros parientes cercanos, con el soporte de las instituciones legales, comunitarias y religiosas.

Por otra parte, tal como señala Vera Paiva (1993), “el uso del preservativo confronta las nociones básicas de la virilidad masculina que ser un hombre; significa “naturalmente” tener menos control sobre los impulsos sexuales y agresivos. Usar condón, ser racional, o tener en cuenta las necesidades de la compañera es traicionar la masculinidad. De esta manera, los estereotipos de género y la doble moral, que atraviesan el ejercicio de la sexualidad, funcionan obstaculizando la aplicación de conductas de sexo seguro y la utilización de métodos anticonceptivos. (Zamberlin, 2000, p. 252).

Estas lógicas de género llevan frecuentemente al embarazo y la paternidad cargada también de significaciones: la paternidad es una última prueba de la virilidad de un varón, porque garantiza que puede fecundar a una mujer. Mientras sus hazañas sexuales existen sólo en el relato y todo hombre es sospechoso de fanfarronear al respecto. Un hijo es una demostración indudable de su potencia. Por ello es la última prueba total de virilidad y quien no cumple con ella despertará dudas. (Fuller, 2001, p. 435)

Para muchos hombres ha sido cómodo que la mujer se haga cargo del trabajo preventivo en cuanto a anticoncepción. Pero es muy frecuente la historia, aún de hombres abiertamente opuestos y hasta violentos, cuando se enteran que su pareja planifica. En otros casos, aparentemente en el otro polo, están los hombres que “mandan” a la mujer a la clínica o “la hacen curar” – otra modalidad de posesión paternalista. (ReproSalud, 2001) Es frecuente que, desde la presión económica, los hombres se abran a que su pareja use anticonceptivos.

Esto nos lleva a la pregunta en cuanto a las formas de incluir a los hombres. Desde luego, se puede, como se ha hecho anteriormente, decidir no incluirlos. Muchos programas los incluyen sólo como apoyo para la salud femenina. Creemos que el reto es el de incluirlos como sujetos con necesidades y derechos que, si las atendemos, generalmente también se favorecerá la salud femenina. Una educación reproductiva, con la especificidad para los varones, debe incluir una mayor información y sensibilidad en torno a los procesos reproductivos de su pareja y, a la vez, información específica para varones en torno a su sexualidad y aspectos problemáticos como el cáncer de próstata y el advenimiento de la andropausia. Obviamente debe de incluir el tema y la experiencia de la paternidad y la crianza.

De esta manera, las mujeres no estarán asumiendo solas la responsabilidad de la planificación familiar y, en un aspecto más amplio, el de la salud sexual y reproductiva; es la única manera que una política pública en este tema tenga éxito.

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