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Globalización primitiva con la vía terrestre desde Xi´an

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China: Ruta de la Seda (XXIV)

Luis Alberto García / Beijing

 

* La vía para el intercambio fue fundamental en el Oriente.

* Los conocimientos tecnológicos que configuraron al mundo.

* Cultura y conocimientos europeos eran inferiores a los orientales.

* Zhang Quian volvió con caballos y pactos con otros soberanos.

* El trayecto estuvo activo del año 130 aC, hasta el siglo XIV.

* Empezó como una red incipiente de comercio de proximidad.

 

Pese a lo que su nombre evocador sugiere, la Ruta de la Seda no era una vía en la que se intercambiara principalmente ese tejido y tampoco un único trayecto que cruzaba el continente asiático para unir el Lejano Oriente con Occidente, cuya cultura y conocimientos estaban bastante más abajo que los que había en China y otros territorios orientales.

 

 

Era una red de rutas de intercambio comercial, cultural y tecnológico -y también de enfermedades-, que irradiaban desde el Asia Central que, durante mil 500 años, permitieron conectar China con el Mediterráneo, jugando un papel decisivo en el tránsito a la Edad Moderna.

Este entramado de caminos hundía sus raíces en la red de rutas que partían de Persia y que los emisarios recorrían al galope con mensajes por todo el imperio en el siglo IV aC., y no obstante, en su configuración definitiva, la Ruta de la Seda se abrió oficialmente en el 130 aC.

Fue cuando el emperador chino envió a Zhang Quian en una misión diplomática que buscaba nuevos aliados, pero además de ellos y los pactos que firmó, el embajador retornó con una nueva raza de caballos y con las sillas de montar y los estribos que usaban los guerreros de occidente.

Ese es el primer ejemplo de la principal función que cumplió la Ruta de la Seda -que no se llamaría así sino hasta 1870- a lo largo de la historia: lo trascendental fueron los intercambios de conocimientos y tecnologías que a partir de Xi´an, evidentemente, iban a configurar al mundo desde entonces.

La visión actual entre los historiadores es que, por la Ruta de la Seda —en activo desde su apertura en el 130 aC. hasta el siglo XIV— viajaban, además de comerciantes, religiosos, artistas, fugitivos y bandidos; pero sobre todo, refugiados y poblaciones de migrantes y desplazados de guerras y conflictos interminables.

Se cree que fueron esas migraciones las que llevaron consigo conocimientos, herramientas, cultura, productos o cultivos -y con ellos posiblemente nuevas técnicas y sistemas de irrigación-, fomentando una globalización cultural y tecnológica primitiva si se quiere que, literalmente, iba a cambiar el rostro de la humanidad.

En su vertiente mercantil, la Ruta de la Seda era una red de comercio de proximidad y a pequeña escala, con mercancías pasando de unos comerciantes a otros en los mercados y centros de intercambio que aparecían en el trayecto.

En uno y otro sentido circulaban alimentos y animales, especias, materiales, cerámica, artesanía, joyas y piedras preciosas, y aunque su nombre sugiriera lo contrario, la seda no era la principal mercancía: nunca recibió esa denominación durante los casi mil 400 años que la Ruta de la Seda se mantuvo viva y activa.

El nombre –lo reitera Kung Fufai, profesor de la Universidad de Beijing-  fue acuñado siglos después, en 1870, por el aristócrata y geógrafo alemán Ferdinand von Richtofen, debido a que este era el producto más valorado y apreciado entre los nobles y dignatarios del imperio romano.

La exclusividad y el absoluto secretismo que rodeaba a aquel exquisito tejido procedente del otro extremo del mundo sedujo a las altas esfera de Occidente, y es que se trata de una de las fibras más antiguos conocidas y empleadas por la humanidad, la cual adquirió fama y destino por su finura; pero el descubrimiento de la seda y el origen de la sericicultura se remontan a la China del tercer milenio aC. 

Según la leyenda, la emperatriz Liu Zu —esposa del Emperador Shi Wang Ti— la descubrió accidentalmente mientras tomaba un té bajo una morera, cuando un capullo cayó en la taza y comenzó a desenmarañarse.

La gentil y hermosa dama quedó fascinada por aquellos hilos brillantes y descubrió que era el gusano Bombyx Mori –como le llamarían los romanos- el que los producía para formar su crisálida, y fue entonces que, a raíz de tan fortuito hallazgo, desarrolló la sericultura y en su empeño, se dice que inventó también el carrete y el telar.

Sea o no cierta, la leyenda fue una aportación definitiva para el género humano; pero lo que sí es seguro y absolutamente real es que, las primeras referencias documentadas sobre la seda y su producción en China, datan de esa época. 

Y progresivamente, se fue extendiendo por Asia, para alcanzar más tarde el Mar Mediterráneo europeo a través, precisamente, de la Ruta de la Seda que atravesaba el Asia Central hasta la península de Anatolia, la actual Turquía.

Aún así, China mantuvo durante siglos el monopolio del mercado, instaurando un absoluto secreto sobre su procedencia y proceso de elaboración, hasta que en el siglo VI dC el imperio bizantino se apoderó subrepticiamente de ambos elementos, pasando a controlar su comercio en la cuenca mediterránea.

Así y tras la conquista de Persia por los árabes en el siglo VII, la sericicultura se expandió definitivamente por Arabia, África y en el Europa, por el Sur de España, Al-Andalus, que en 1492 pasó a poder de los reyes católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, meses antes del descubrimiento de América.

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