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Francisco en el epicentro de la grieta

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Réplicas de su peregrinación a Irak

 

 

Escrito por

Francisco José Bosch 

 

Argentina

 

Teólogo y educador popular vinculado a la tradición franciscana, al carisma de Carlos del Foucauld. Su pasión por una teología narrada por las comunidades de NuestrAmérica lo impulsa a sistematizar su experiencia comunitaria de la fe popular como compañero de las CEB y en articulación con Amerindia.

 

 

 

Es sábado por la tarde. En una ciudad de mar, en la Argentina natal del Papa, se reúnen veinte personas a dialogar y rezar por la cultura del encuentro, en sincronía con el peregrino que anda por Oriente medio y no ha vuelto a su patria pequeña desde hace 8 años, cuando partió desde ‘el fin del mundo’. Mar del Plata tiene una unión árabe con años de historia. Allí se recupera la historia de Irak, sus últimas cuatro guerras en menos de 40 años, la invasión extranjera, la fuerza de su islam y lo histórico del encuentro entre católicos y Chiitas.

Cuando me toca dar una palabra, necesito comenzar por una confesión: los que trabajamos en teología popular, no vivimos de repetir a un papa, de seguirle finamente sus reflexiones o de lucubrar en un escritorio el andamiaje teórico de las autoridades de la institución eclesial. Entonces, ¿qué hacemos rezando en sincronía con Francisco, vibrando con sus palabras y gestos en medio de los escombros? Debo confesar, que mi conversión al pontífice y su rol de ‘puente’, lo viví de mano de ‘Los Cayetanos’, cuando a inicios de 2018 me invitaron a acompañarlos al encuentro con Francisco en Temuco. Allí sentí por primera vez, la potencia de su amor que re-conocía a lxs de abajo, que abrazaba la cultura popular, y le devolvía el desafío de ser ‘artesanos de la unidad’. Esa unidad está venciendo una nueva oleada neoliberal en NuestrAmérica. Por eso, me acerco con agradecimiento a su camino, sus palabras y sus propuestas. Un pastor-hermano-compañero, nos inspira para ir al corazón de la herida y sanar juntxs.

 

Unir el árbol desde la rama menor

La potencia de la minoridad está grabada en el mismo nombre del Papa: Francisco, el hermano menor. Ese dato de identidad, marca su movimiento hacia las minorías y abre la reflexión de su potencia redentora. Frente a la cultura del descarte de los poderosos, aplicada a las mayorías, una cultura del encuentro desde nuestras fragilidades.

Hay una reminiscencia en este encuentro: el otro Francisco, el del siglo XIII, visitó al Sultán, en plena cruzadas. En un tiempo de cristianismo armado, el poverello visitó a su hermano musulmán, sin más armas que su pobreza. Ochocientos años después, desde el Vaticano, otro Francisco visita una tierra en guerra, a una rama del islam estigmatizada por el terrorismo. Lo visita sin más equipaje, que la ‘Fratelli Tutti’ haciéndose carne.

Francisco visita al gran Ayatola de Irak. Líder espiritual de la rama minoritaria del islam. Lo visita en su casa, llega en peregrinación hasta esa ciudad santa. Llega sin declaraciones, ni acuerdos, llega de visita. Y llega como hermano. Allí está la potencia de reconocerse ramas de el mismo árbol común.

 

Volver a la raíz desde la llanura de Ur

Reconocer la potencia de las grandes tradiciones es recurrente en Francisco. Ni el fin de la historia, ni el fin de los grandes relatos. La fe como una raíz repleta de vida, de sabia que ondula y sostiene en firmeza y frutos la única raza humana. Desde el abrazo de las ramas del árbol, hasta la raíz, para ver la potencia de la unidad.

¿A qué rincón inhóspito del planeta recurrir para celebrar la unidad y la diversidad de nuestra especie? ¿Dónde pararse para buscar la raíz común del ‘hermanxs todxs’? En Ur, en el inicio narrado de nuestro viaje, en el suelo de las promesas, en el padre común de las tres religiones monoteístas.

La fe de las palabras escritas tiene en la llanura de Ur su raíz común. Lo que en la copa del árbol se mira distante, en la raíz tiene una proximidad oculta y fundante.

 

Sangre en el humus, estrellas para dar luz

En el desierto reconocer la fertilidad de la sangre martirial derramada. En la periferia del mundo encontrar el centro del nuevo tiempo. En la mirada al cielo, la posibilidad de caminar juntxs en la tierra. Desde la herida supurando, construir la reconstrucción que sanará la gran grieta que separa a los seres humanos. Un nómade y un sedentario peleados a muerte, hipotecan cada tiempo.

La mirada al cielo para guiar el camino. La luz de las estrellas, de nuestra estrella. El camino lleva a la tierra, corazón de los derechos sagrados que Dios promete a los condenados de cada tiempo. Mirar al cielo, para guiarnos en la lucha colectiva que Dios acompaña para volver a ser hermanxs.

Desde los pueblos de la tierra, un anciano, entre escombros, nombra a los menores exterminados en nombre de dios. Desde un lugar menor, siendo cristiano en una patria mulsulmana, se atreve a derribar las imágenes de dios que matan, hacen la guerra y odian. Desde la potencia fraticida de la violencia, no duda en acariciar la herida y gritar a todo el mundo la victoria de la vida y del abrazo.

Esa parece ser su escatología, esa es su palabra ultima. Pueden sentirse las réplicas, en nuestros vínculos, nuestras comunidades, y nuestras patrias. A ocho años de su pontificado, se siente el temblor.

 

“Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre.

Si Dios es el Dios de la paz —y lo es— a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre.

Si Dios es el Dios del amor —y lo es— a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos.

Aquí en Mosul las trágicas consecuencias de la guerra y de la hostilidad son demasiado evidentes. Es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan deshumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas —musulmanes, cristianos, los yazidíes, que han sido aniquilados cruelmente por el terrorismo, y otros— desalojadas por la fuerza o asesinadas.

Hoy, a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra. Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y de la violencia; y nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción”.

Francisco en Mosul, Irak, Marzo 2021
(imagen que acompaña esta publicación)

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