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Cambio climático en la política y la sociedad

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La Costumbre del Poder

*El discernimiento no es sencillo, está más allá de la fe, de la gracia, de la ciencia, del conocimiento del bien y del mal, porque siempre hemos preterido a uno sobre otro; no es que los humanos sean malos por naturaleza, sólo son tontos y confiados

 

 

Gregorio Ortega Molina

 

La conseja de hace muchos años indicaba que el clima se sentía en los huesos, con las nubes llegaba lo sombrío del estado de ánimo, mientras el sol abría, casi siempre, las puertas del optimismo. ¿Qué hacer ahora que el cambio climático es una realidad imposible de ignorarse?

¿Será que muchas de las decisiones equivocadas de los gobiernos de las naciones provienen de un cambio climático que obnubila el juicio y ensombrece la razón? A saber, porque también puede ocurrir a la inversa, y la estulticia de gobernantes y capitanes de industria favoreciera la reacción adversa de la madre naturaleza, que nos sanciona con la idea, supuesta o real, de que estamos a tiempo de corregir el rumbo.

¿Alguien negará que las energías limpias determinarán el comportamiento que tengamos para resolver el futuro? Con o sin salud, con alimentos o sin ellos, con hogares y bienestar, o apenas arraigados a un rincón que nos dé la ilusión de respirar, cuando en realidad nos ahogamos por habernos negado a asumir las consecuencias de la codicia y la concupiscencia del poder político.

Las lecciones no son nuevas. En Plotino encontramos lo siguiente: “Lo que la naturaleza ha ligado, la naturaleza lo desliga. Lo que el alma ha unido el alma lo desune. La naturaleza ha ligado al cuerpo con el alma la que se une por sí misma al cuerpo. En consecuencia, corresponde a la naturaleza solamente desprender al cuerpo del alma, mientras que el alma misma puede desprenderse del cuerpo”. No le demos vueltas al razonamiento, lo que hacemos a la tierra, al mar, los animales, la agricultura, nos lo hacemos los seres humanos a nosotros mismos. Somos artífices de nuestro desastre, que de ninguna manera es natural, es producto de las confrontaciones entre grupos, sociedades y naciones, por establecer el control de unas sobre otras.

El razonamiento debe hacerse a la inversa. La naturaleza no es nuestra, nunca se entregó a nuestro cuidado y administración. Somos nosotros los que pertenecemos a la madre tierra, pero en el tonto esfuerzo de invertir los papeles, asumimos el rol de querer ser como dioses, y nada más le dimos al traste a la creación de lo que fue un breve paraíso.

¿Cómo no pensar en que lo posible es que los asesinos de nuestro futuro somos los seres humanos, porque nos vemos incapaces de limitarnos, de quedarnos cortos en comodidades y satisfactores, a pesar de que las ventajas de unos equivale a las desventajas de otros, pero en general, sobre todo, a la destrucción de lo que es, o quizá ya fue, un hogar común?

El discernimiento no es sencillo, está más allá de la fe, de la gracia, de la ciencia, del conocimiento del bien y del mal, porque siempre hemos preterido a uno sobre otro, y no es que los humanos sean malos por naturaleza, sólo son tontos y confiados.

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Otra vez el semáforo rojo en la Ciudad de México. Nos negamos a entender, a reconocer que las muertes cambian de víctimas y edades, pero están presentes. Lo que exige la economía se entrega, en dosis mayores, a Tánatos. Para colmo se muestran decididos a abrir los planteles escolares y favorecer las clases presenciales. Sabemos que a niños y adolescentes les urge socializar, convivir, dejar atrás el encierro, aunque pueda ocurrir que lo sustituyan por una permanente, definitiva, que es la muerte.

Se cierne sobre la humanidad una era oscura, en la que la fe y la gracia desaparecen para ceder lugares a lo virtual y la certeza del haber, cuando menos para comer y guarecerse bajo un techo.

No lo quieren entender.  

www.gregorioortega.blog                                            @OrtegaGregorio 

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